Siempre he dicho que a pesar de que nací para cargar con ciertas responsabilidades éstas no fueron hechas para mí por muy loco que suene.
Nací para ser reina pero todo en mí grita que no sirvo para ello y no solo lo pienso yo, si no que tengo todo un reino que lo respalda.
No sirvo para interesarme por el prójimo, para ser educada a la hora de hablar, no soy una líder innata, no soy justa ni sabía, tampoco empleo bien mi magia... En pocas palabras, soy la personificación de un desastre y como no serlo, si viví toda mi vida encerrada en lo más recondito de un sótano oscuro.
Vivía con el temor de que algún día llegaría un hombre a asesinarme. No fui criada como todas la herederas de mi generación, no me educaroń para ser reina, a mi me criarón para sobrevivir, a solo ver por mí y mi seguridad y eso es lo que sigo haciendo por mucha fachada de reina que tenga ahora.
Llevo un año rigiendo en estás tierras y a mi parecer se ha convertido en una eternidad, solo deseo sentir por primera vez la sensación de libertad porque pasé de un calabozo a la horca, porque sí, esto es mucho peor a como vivía antes, porque la soledad es algo que siempre he disfrutado y que ahora ni siquiera de eso puedo disfrutar porque a cada nada tengo a alguien a mis espalda diciéndome lo que tengo, puedo o no hacer.
Para corroborar mis palabras está este preciso momento en el que las puertas de mis aposentos son abiertas perturbando mi solitario sueño.
—Su majestad, es hora de levantarse— me amonesta mi consejero quién se ha encargado todo este año de guiarme por el camino del bien y la buena aventuranza.
Ni siquiera me molesto en abrir los ojos para hacerle un ademán de que salga de mis aposentos, pero puedo escuchar como desliza las cortinas dejando entrar el sol que me escandila.
Me remuevo entre mis sábanas buscando comodidad y él se planta a mi costado esperando que me levanté pero eso no sucede así que usa su mejor arma contra mí.
—Mi lady, es hora de almorzar y su cuidadora le está esperando para comer juntas.
Sus palabras me hacen levantarme sin más remedio a pesar de que usó esa horrible palabra para referirse a mi madre. Es una costumbre en todos los reinos que a la mujer que nos llevó por nueve meses en su vientre sea llamada cuidadora pues nuestra única madre es la constelación que nos marcó al nacer, pero para mí no son más que bobadas, las estrellas no han hecho más que condenar mi vida y esa mujer me ha dado todo el amor posible y daría la vida por mí si ha de ser necesario, por eso tengo el placer de llamarla madre y la verdad es que no me importa lo que piensen los demás.
Las mucamas entran como torbellinos a mi habitación luego de que el consejero les de la señal de que al fin estoy de pie, hacen de mí una muñeca a la que visten a su antojo, el corsé se ciñe a mi cintura amenazando con dejarme sin respirar, el vertidos es obstentoso y pesado, sin contar que es de un color rosa pastel muy meloso, mi cabello negro preso en un moño muy apretado y mis manos enguantadas no me dejan ver mis uñas, los zapatos de tacón lastima mis dedos y el que tengan que maquillarme no hace más que aumentar mis ansias, el sabor de las fresas me llegan cuando son huntadas en mis labios para darle brillo y el polvo rosa que esparsen en mi pómulos para darle color a mis mejillas me enferma.
Cuando las mucamas acaban conmigo salen tan rápido como llegaron dejándome a solas con el consejero, ni siquiera hago el esfuerzo de mirarme en el espejo pues ya he de imaginarme la penosa imágen que conseguiré y el que él hombre me mire orgulloso no hace más que confirmarme lo que ya sé.
El consejero hace un ademán para que lo siga pero no lo hago, se voltea para insistirme que ya es tarde pero yo me niego.
—Bajo en un momento, tengo que... Eh... ¡Meditar!— el hombre se queda sorprendido por mi escusa pues esta es nueva— Si, meditar, no tardaré, lo prometo.
El hombre me ve con desconfianza pero luego de un suspiro cansado termina por asentir.
—Solo no vaya a hacer una de las suyas, majestad, tenemos compromisos que cumplir.
—Lo prometo— respondo con una sonrisa que el consejero corresponde antes de salir con la seguridad de qué me comportaré, pero lo que no sabe él es que detrás de mi espalda descansan dos de mis dedos cruzados.
Por lo tanto la promesa queda inválida y yo puedo hacer lo que quiera sin remordimiento alguno.
Lo primero que hago es deshacerme del horrible vestido y todo lo que me estorba quedando por fin desnuda.
Desde que cumplí dieciocho y me convertí en reina decidí que si iba a hacer esto lo iba a hacer acomodando las cosas a mi favor.
Y para gobernar hay que estar cómoda y yo no lo estaba con aquellos harapos. Busco entre mis vestuarios algo que se adapte a mi estilo y luego de casi darme por vencida encuentro un enterizo negro muy sexy.
Con una cuchilla me deshago de la tela destinada para las piernas y me lo coloco, se ciñe a mi cuerpo como un guante, las mangas largas hasta mis muñecas y un pequeño escote que deja ver un poco de mis senos, mis piernas estan desnuda dejando ver mi marca de nacimiento que dicta la constelación que me corresponde, es una marca sutil de lunares en mi muslo derecho, la botas que me calzo me llegan a la pantorrilla.
Me siento por fin bien conmigo misma y cuando por fin me veo en el espejo me siento encantada con mi aspecto. Mi rostro libre del maquillaje me deja ver las pecas esparcidas por mis pómulos, mis labios carnosos en una sonrisa, mi piel blanquecina en mi cuerpo delgado y esbelto llamaría la atención de cualquiera, mis cejas pobladas tienen una forma perfecta que llaman la atención a mis ojos negros, mi cabello ondulado y negro cae hasta llegar a mis senos y lo que confirma sin duda alguna que soy la legitima heredera y reina de la corte de Cetus en la constelación de Tauro son mis cuernos que cubro con un baño de oro en ambas puntas, cuando estoy por salir coloco una capa de cuero negro sobre mis hombros y la sostengo con cadenas de oro que caen por mis clavículas.
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Editado: 10.09.2024