Luz de luna

Capítulo X

Podía sentir el frío de las rocas bajo mis pies descalzos, Selenne había caminado por días, yo misma podía sentir su cansancio mientras estaba atrapada en su cuerpo, viendo por sus ojos como si fueran los míos.

Estaba sucia, desganada y con el alma hecha pedazos.

Le habían quitado a Cyro de sus manos y no podía hacer nada para recuperarlo, yo no sabía el porqué, pero ella no podía interferir a pesar de que sentía tanto poder bajo su piel.

Había caminado sin rumbo fijo hasta dar con la entrada de una cueva, no sabía en dónde estaba, pero flores moradas florecieron de las paredes a medida se adentraba en las profundidades de la cueva.

Al final un pequeño pozo de agua cristalina se hizo presente, una luz se adentraba por un orificio en el techo de la cueva, no sabía cuál era el origen de la luz si el cielo estaba carente de luna.

Selenne se adentró con lentitud en el agua, aún con el vestido mugroso, hasta que el agua le dió en el pecho y al fin rompió en llanto.

Su pecho se sacudía con cada sollozo, podía sentir el alma herida y rabiosa, por un pequeño momento quise salirme de su cuerpo para poder consolarla, pero era imposible, yo solo era una simple espectadora en sus recuerdos.

Se hizo un enorme destello a las espaldas de Selenne pero está no se dió la vuelta, había dejado llorar, pero seguía encorvada sosteniendo su pecho como si le doliera.

—Tanto años y aun sigues sufriendo por ellos— se escuchó la voz de un hombre, su tono sonaba molesto, pero podía sentir que no quería ser duro con Selenne.

La mujer se dió la vuelta al fin, encontrándose de frente con un hombre muy alto, de cabello plateado muy, muy largo, era el hombre más hermoso que nunca hubiese visto.

A su lado habían otros hombres y mujeres, todos con una belleza descomunal, con porte de reyes y reinas.

Selenne limpió sus lágrimas con brusquedad y los miró con fijeza.

—Es mi destino padecer por ellos, ¿Si no lo hago yo quien lo hará, Atlas?

Atlas observó a Selenne con una mezcla de compasión y frustración. Sus ojos plateados parecían contener siglos de sabiduría y dolor.

—¿Por qué sigues llevando esta carga, Selenne?— preguntó Atlas, su voz resonando en la cueva. —¿Acaso no has sufrido lo suficiente?

Selenne se enderezó, sus ojos aún húmedos por las lágrimas.

—No puedo evitarlo— respondió con voz firme. —Es mi deber, mi destino. Ellos me necesitan.

El hombre la vio con seriedad pero en sus ojos se podía apreciar una profunda tristeza, sentía pena por Selenne, por su profundo dolor.

—Vuelve con nosotros— pidió una de las mujeres, su nombre saltó como un recuerdo en mi mente.

<<Elara.>>

—No quiero— siseó Selenne molesta —No puedo ir y sentarme allá y permitir que se destruyan.

—No puedes interferir— corto la misma mujer —Ninguno de nosotros puede.

—No me digas lo que no puedo hacer— la cueva retumbó por la ahora creciente ira de Selenne.

Los otros seres hermosos que rodeaban a Atlas intercambiaron miradas significativas. Algunos parecían comprender, mientras que otros mostraban impaciencia.

—El mundo como lo conocemos está en peligro— continuó Selenne —Cyro está destinado para cosas grandes y yo soy la única que puede salvarlo. Mi conexión con ellos me otorga poder, pero también dolor.

Atlas se acercó a ella, su expresión suavizándose.

—Selenne, hay otras formas de proteger a los tuyos. No tienes que sufrir sola. Permítenos ayudarte.

Selenne miró a los demás, sintiendo la energía que emanaban. Eran seres sobrenaturales, guardianes de mundos ocultos. ¿Podrían realmente ayudarla?

—¿Que harán?— preguntó, su voz temblorosa.

Atlas sonrió.

—Vuelve conmigo, Selenia.

Atlas extendió su mano hacia mí, hacia Selenne, la mujer estuvo a punto de tomarla pero en último instante se echó hacia atrás.

El pesar y la decepción se hicieron presentes en Atlas pero aún así no volvió a insistir, escondió sus manos en su espalda y asintió hacia nosotras.

—No puedes salvarlos— insistió otra de las mujeres  —Pierdes tu tiempo, nunca han valido la pena y seguirá siendo así por el fin de los tiempos.

—Dejala en paz Calliope— intervino Atlas con un gruñido, la mujer no retrocedió pero si se mantuvo en silencio —Selenne ya ha tomado su decisión y tenemos que respetarla.

Todos asintieron comprendiendo la situación y uno a uno fueron desapareciendo. Selenne salió del agua y se dirigió hacia la orilla, dónde los nombre de cada uno estaban grabados.

Selenne los amaba a ellos también, podía intuirlo, por mucho que discutieran, al final del día, de las décadas, siglos y milenios, ellos eran su familia.

La mujer leyó cada uno de los nombres en voz alta junto a un bloqueo para que ellos no volvieran a entrar en este plano.

<<Lyros, Cassio, Elara, Orión, Astrea, Thalía, Zephyr, Calliope, Damon, Nova, Lysander...>> En el último nombre se detuvo, unos pies descalzos aún se posaban sobre él.

—No me niegues la entrada Selenia— pidió Atlas, la súplica impresa en su voz —No me alejes de ti, por favor.

Selenne bajó la mirada con tristeza, sintiendo el dolor en las palabras de Atlas. Sabía que él también era parte de su historia, parte de su ser. Pero también sabía que debía completar su proceso de liberación para poder avanzar.

—Lo siento, Atlas —dijo con voz suave—. Es necesario que sigas tu camino, al igual que los demás. No te niego la entrada por rencor, sino por amor. Porque sé que es lo mejor para ti y para mí.

Atlas asintió con pesar, aceptando la decisión de Selenne.




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