Solía considerar que el amor era un sentimiento difícil de encontrar, tanto para uno mismo como en otros.
En mis diecinueve años de vida el único amor que había conocido era el de mi madre, aparte de ella nunca nadie me había amado y por ende yo nunca había amado a nadie de forma romántica.
Y a pesar de mi poca experiencia pude identificar esa última mirada que Atlas y Selenne se dieron, era amor, del que duele y te consume.
Uno que amenazaba con consumir a Selenne y por poco a mí si no fuera porque algo me expulsó del sueño.
Me desperté encontrándome al fin en mi cama, me sentía sofocada entre tantas sábanas y almohadas a tal punto que comenzaba a sudar.
Mi cabeza daba vueltas cuando me puse de pie y en lo único que podía concentrarme era en la mirada de pesar de Atlas, tantas preguntas que podría hacerme sobre él y sus acompañantes, incluso de la misma Selenne pero al parecer lo único que me acongoja es su dolor por Selenne.
Nunca un sueño me había dejado mal físicamente y este ahora se repite ante mis ojos, el mismo momento una y otra vez.
—¡Salgan de mi maldita cabeza!— grité apretando mis ojos con fuerza.
Pero fue inútil, el suceso seguía por alguna razón repitiéndose en mi cabeza, mis ojos estaban nublados y el dolor en mi frente se fue intensificando.
—¡Para yá!— volví a gritar cuando caí al suelo.
No sé cuántos minutos de dolor transcurrieron mientras sostenía mi cabeza con fuerza, tal vez fueron segundos o quizás horas cuando sentí algo suave rozándome, luego vino la melodía.
Suave y apaciguadora. El dolor de apoco se fué, dejando a cambio una fantasmal melodía y la presencia de un compañero oscuro.
Mis ojos se llenaron de lágrimas por el alivio mientras que trataba de respirar de a poco para calmarme.
Cuando abrí los ojos al fin, ya no había melodía alguna, ni nadie acompañándome.
Mire al rededor, por toda la habitación y en efecto, no había nadie más que yo en mi habitación.
No dormí el resto de la noche por miedo de volver a soñar con Selenne y Atlas.
A la mañana siguiente cuando las doncellas vinieron por mis tenía bolsas oscuras bajo los ojos y estos se sentían pesados.
Estaba actuando de forma automática, dejando que las doncellas hicieran conmigo lo que quisieran, solo cuando me dejaron frente al espejo pude darme cuenta de lo que sucedió
Tenía uno de los vestidos más hermosos que había visto nunca, todo negro con detalles en dorado que hacían que mi piel se viera aún más pálida de lo que ya era, mi espalda quedaba descubierta con solo unas finas cadenas y en mi cabeza ya tenía la legítima corona de los herederos.
—La coronación— susurré más para mí que para las doncellas que daban sus toques finales a los bajos de mi vestido.
—Hoy es el gran día— dijo una voz a mis espaldas llamando mi atención.
Arthuro parecía alguien que no creía que esté fuera un gran día.
—¿Cuánto tiempo tenemos?— pregunté, ignorando lo que en realidad quería decirle.
—Las reinas Leonor y Sahara ya han llegado a Cetus y le han otorgado sus mejores deseos al futuro rey.
—Entonces... Ya no hay vuelta atras— murmuré, el hombrecillo asintió de acuerdo.
—Su prometido vendrá a escoltarla en pocos minutos.
Decidí no aclarar que preferiría no ir con él, ni con Héctor, ni con nadie. Si pudiera negarme a ir lo haría, pero ya me imaginaba como iba a acabar esa decisión.
Con mi madre nuevamente torturada.
—Me gustaría esperar a solas Arthuro, por favor— pido, el hombre me ve con duda pero aún así asiente y se marcha.
Suelto todo el aire que no sabía que retenía, tengo que reconocer que Domenicous ha ganado. De hecho, tengo que reconocer que no me afecta entregarle la corona y el mando, lo que me afecta de este día es que solo me deja un día de margen para mí boda.
No quiero casarme, Héctor y yo no nos amamos, eso es algo que está demás de aclarar. No quiero ser la esposa de alguien, no quiero ser la prisionera de un rey.
Estoy cansada de siempre lamentarme sin poder hacer nada con mi vida.
Salgo de mi habitación. La gente va muy ocupada con los preparativos de la coronación, incluso unos guardias me ignoran cuando paso por su lado de camino a los jardines, últimamente ese ha sido mi sitio para respirar cuando siento que voy a estallar.
Las flores me reciben con la misma hermosura de todos los días, el aire se siente fresco y tranquilo cuando me acerco a ellas para cederle un poco de mis dones.
Puedo sentir de alguna forma su agradecimiento, mis dedos cosquillean y yo me río, por un momento puedo imaginar como se sentía Viktora cada vez que usaba sus poderes para controlar las plantas.
Mi sonrisa se va de apoco al recordar también dónde está Viktora ahora, convaleciente y sola en un reino que no es el suyo.
No puedo creer lo que ha ido a parar Astéria estas últimas semanas, había leído tanto sobre la guerra de cortes que ocasionó la desaparición de la luna y esto, en absoluto, era nada diferente. Solo me pregunto que daños traería está nueva guerra...
Un sonido extraño me hizo dejar mis pensamientos a un lado, mire un poco más abajo buscando la causa y observé saliendo de los arbustos a una pequeña hada, esta intentaba arrastrar algo, parecía ser una rama.
La criatura me miró y dejó caer la rama al piso, cada que se movía se oía un tintinar en el aire.
Me hacía señas para que la tomara lo había dejado tirado, con duda le hice caso, sacando la rama de los arbustos para descubrir al fin que era.
El color negro fue lo primero que ví logrando que mi cuerpo se tensara por completo, los pétalos unidos tenían una hermosa y macabra sincronía, la rosa negra que estaba en mi mano sin duda era igual a las que Domenicous solía darme para burlarse de mí, para enfatizar el hecho de que para él soy una desgracia.
Y a pesar de que parecieran las mismas, está no venía de él... La pequeña hada que la trajo se posa sobre ella para que la mire, está llorando con pesar y desconsuelo.
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Editado: 10.09.2024