Luz de luna

Capítulo XVII

Sentí el pequeño pedazo de tierra temblar bajo mi mano mientras veía a Héctor hacer una fogata, hoy habíamos cruzado la frontera con Deneb y aún nos faltaba un día completo para cruzar la corriente de las estrellas.

La corte Deneb no se parecía en nada a Cetus o Espiga. Los valles rocosos carecían de cualquier tipo de vegetación y su cielo permanentemente nocturno le daba un aspecto macabro que me hacía erizar la piel cada vez que venía por estás tierras.

Afortunadamente la tormenta de nieve no había llegado a este lado de la frontera. Me impresionaba la magnitud de poder de Carlis, una descarga de poder así no podría lograrla cualquiera.

En cambio, yo aquí intentaba usar aquellos poderes otorgados que me eran imposibles manejar, apenas tenía pequeños avances qué al parecer no satisfacían a Héctor.

—Entonces...— Héctor llamó mi atención cuando el fuego estuvo encendido —¿Cuál es el plan?

Nuevamente la tierra tembló bajo mi palma, el plan era abrir un gran oyó que se tragara al rubio, pero no tenía tal control para lograrlo. Lo miré con fastidio, ya era la quinta vez que me lo preguntaba hoy.

—¡No lo sé!— grité cuando ví sus intenciones de volver a preguntar, comenzaba a arrepentirme de viajar con un hombre tan terco e insistente —Ya te había dicho que podía ofrecerle mis servicios, todo el mundo quiere algo de mí últimamente.

Héctor me miró insatisfecho.

—¿Servicios?— cuestionó, me encogí de hombros sin saber que más quería que le dijera — Eres una reina, una heredera de las estrellas, no puedes ofrecer tus servicios como si fueras una plebeya.

—Entonces, según tú ¿Que hago, Héctor?— cuestioné, tirándole un poco de tierra a la cara por mí misma, ya qué el dichoso poder no se quería manifestar —Te recuerdo que ya no soy la reina.

Al hombre no pareció importarle.

—Ese es tu problema, Tauris— respondió mientras se limpiaba el rostro —No tienes ni un poco de confianza en ti misma . Te recuerdo yo a tí qué la única forma para ser rey es por designio de las estrellas, ellas te dan ese derecho al nacer y ellas te lo quitan con la muerte y por ahora tú, mi dulce reina, sigues con vida.

Me levanté para acercarme a él, como un animal que ataca cuando se siente amenazado, empujándolo.

—¡De que me sirve entonces ser reina! — cuestioné —Cuando él está allá destruyendo todo y yo aquí, rezándole a la luna por un gramo de la fuerza que no poseo.

Mis golpes no parecían hacerle ningún daño, no había logrado mover a Héctor de su sitio cuando esté me tomó ambos brazos y me acercó a él, dejándome ver el azul de sus ojos, era un color claro y limpio, como un cielo despejado.

—Pelea en contra de él— ordenó mirándome con aquella intensidad que me hizo erizar la piel —Demuestrale a ese usurpador que aunque te lo haya quitado todo, serás la piedra en su zapato.

Héctor estaba cerca, tanto que podía sentir su corazón latiendo al galope, el mío estaba igual por la adrenalina de la discusión, pero se sentía extraño tenerlo tan cerca, me aparté inmediatamente de él.

—Es muy facil decirlo, otra cosa muy diferente es hacerlo— le recordé, tanto él como yo podíamos decir misa, pero apenas pudiéramos asomar nuestras narices en Cetus, Aryon Domenicous nos haría revivir nuestras más terribles pesadillas hasta matarnos —No tengo tu entrenamiento Héctor, a duras penas puedo controlar mis poderes, en estos momentos hasta te podría jurar que un humano podría sobrevivir más tiempo que yo.

El hombre permaneció en silencio unos segundos y no pude evitar apreciarlo, su cabello rubio había comenzado a crecer y ahora caia desordenado sobre su frente, su gesto pensativo lo delataba, estaba buscando una solución.

—Puedo entrenarte— ofreció y la idea no me pareció tan descabellada —No puedo ayudarte con tus dones, eso me ha quedado claro, pero puedo ayudarte a pelear. Es lo mínimo que puedo hacer.

—¿Pretendes que me enfrente cuerpo a cuerpo contra Domenicous?— cuestioné con duda, el rodó los ojos negando.

—Eso sería un suicidio, por muy buen combatiente que sea Aryon, jamás perdería su tiempo en una pelea cuerpo a cuerpo— aclaró —Él prefiere hacer uso de sus poderes, así evita perder tiempo. Ya te lo dije, necesitas creer un poco más en ti misma, este solo será un pequeño paso para lograrlo y quizás así puedas tener control sobre ti y tus poderes.

Lo sopese por unos minutos mientras Héctor reparte algunas frutas que habíamos traído desde la frontera de Espiga y Deneb. No tenía nada más que perder y si eso podía aunque sea ayudarme mínimamente no cabía duda en que lo haría.

—¿Cuándo empezaremos?

Héctor sonrió satisfecho.

—Mañana mismo.

Y así había sido, nos movemos cuando se suponía que eran las primeras horas del día, aunque el cielo nocturno nunca se aclaraba, logrando que fuese difícil moverse en la oscuridad, teniendo la única guía de una antorcha mal hecha. Cuando nos deteníamos era para encender la fogata y comenzar los entrenamientos, el primer día fue algo penoso.

Héctor se notaba que era un maestro paciente a pesar de que yo fuera una alumna torpe y descuidada, el siempre me observaba con determinación en sus ojos.

—Necesitas estar lista para cualquier peligro que se cruce en nuestro camino. El entrenamiento es duro, pero es necesario para sobrevivir, sobre todo estando aquí, hasta ahora hemos tenido suerte de no encontrarnos con alguna criatura peligrosa— me advirtió con firmeza.

Asentí, consciente de la gravedad de la situación, no solo eran por las bestias, a nosotros aún nos seguian persiguiendo.

Nos preparamos para el entrenamiento cerca de la fogata y bajo un cielo sin luna mientras el frío castigaba nuestra piel. Sin cabida para la debilidad, Héctor me guió en ejercicios agotadores, exigiendo el máximo esfuerzo en cada movimiento.

El polvo se levantaba con cada golpe, mis músculos ardían por el esfuerzo sobrehumano al que estaba siendo sometida. Héctor no daba tregua, empujándome más allá de mis límites, preparándome para cualquier desafío que pudiera presentarse en aquel inhóspito lugar.




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