Luz de Luna

Capítulo 2

Debían de ser las doce del mediodía cuando el calor ya incitaba a permanecer dentro del agua. Ane y yo habíamos estado andando por la orilla de la playa hasta que decidimos volver a nuestro sitio en la pequeña cala.

—Menos mal que hemos venido temprano, ¿verdad?—dijo mientras se sentaba sobre la toalla—. Cada hora que pasa, la playa se llena de más gente.

A pesar de que habían pasado alrededor de dos horas desde que había visto a aquel chico, todavía seguía recreando esa escena en mi mente.

Aquella mirada en sus ojos se había quedado grabada en mi cabeza.

—Ey—Ane chasqueó los dedos delante de mí—. ¿En qué piensas?

La miré y negué con la cabeza.

—En nada en particular.

—A mí no me engañas—la comisura de sus labios se levantó. Me conocía demasiado bien—.Vaya, eso sí que no me lo esperaba de ti.

—No es lo que piensas.

—Ajam—rodó sus ojos—. ¿No has notado nada raro en ellos?

Me giré completamente hacia ella. ¿Qué tipo de pregunta era esa?

—¿Algo raro?—pregunté extrañada—. ¿En qué sentido?

Ane tardó varios segundos en contestarme y finalmente movió su mano restándole importancia.

—No me hagas caso—carraspeó—. Por cierto, ¿has pensado ya en la universidad a la que vas a echar la solicitud?

El cambio en la conversación me pareció realmente extraño, y más aún cuando había chicos de por medio, pero seguí hablándole con total normalidad. Quizás no le habían llamado tanto la atención como había pensado.

—Bueno...he pensado en presentar la solicitud en la misma—la miré—A pesar de que no vayamos a estudiar lo mismo.

—¡Claro!—exclamó—.Llevo un tiempo pensando en decírtelo.

—Genial—sonreí—. ¿Has decidido ya lo que quieres estudiar?

—Estoy pensándolo todavía—suspiro tumbándose sobre la toalla—.Creo que finalmente me voy a decantar por Historia. Ya sabes su objetivo—suspiró—. Recordar dónde estamos y de dónde venimos.

—Seguro que serás una gran historiadora. Desde luego, investigarlo todo es uno de tus grandes dotes.

—¿Y tú?—me miró—. ¿Te has decantado por algo en concreto?

—Veterinaria.

Desde siempre me habían gustado los animales, pero sobre todo, ayudarlos. Me consideraba una amante de los animales y de las flores. Ellos depositaban su amor y su confianza en las personas, sin esperar nada cambio, pero en ocasiones, recibían el peor de los tratos y eso me hacía pensar que no nos merecían.

—Así me gusta. Debes empezar a hablar con esa seguridad—sonrió—.Tú los adoras y ellos te adoran a ti.

Su comentario me hizo sentir bien. Ella sabía que en ocasiones, mis inseguridades podían llegar a jugarme una mala pasada, pero lejos de echármelo en cara, me ayudaba a luchar contra ellas cada día.

—Por cierto, ¿cómo van las cosas por casa?—le pregunté mientras me colocaba mejor en la toalla escuchando cómo las olas se rompían al llegar a la orilla.

—En casa estamos bien, ya sabes—se encogió de hombros—.La convivencia no es que sea la mejor, pero mi tía es todo lo que tengo.

Ane era huérfana. Sus padres habían muerto en un accidente de avión y desde que tenía ocho años vivía en la casa de su tía Morgana, que quedaba a unas cuantas manzanas de la mía. Era una casa grande y antigua, y su interior siempre me impresionaba tanto como la primera vez que lo vi. Todo estaba hecho con madera de roble viejo, tanto el suelo, como las paredes, que además estaban decoradas con cuadros que parecían sacados del mismísimo Renacimiento Italiano, por no mencionar las esculturas esparcidas por los largos pasillos. Sin embargo, el sitio que más me gustaba de esa casa, era la biblioteca. La gran biblioteca, con estanterías incontables y libros infinitos.

La tía de Ane era una mujer bastante seria, aunque no era fría. Su apariencia la hacía parecer mayor de lo que realmente era, pues debía tener más o menos la misma edad que mi madre y ella no llegaba a los cincuenta años. Morgana no estaba casada y tampoco tenía hijos, por lo que al ser la única hermana de la madre de Ane, se hizo cargo de Ane.

En una ocasión, cuando teníamos alrededor de doce años, no se nos ocurrió una idea mejor que la de jugar a las detectives en su casa para matar el tiempo. Obviamente, no acabó nada bien, pues ese día, nos colamos en la gran biblioteca decididas a buscar el libro más antiguo. Pasado un tiempo sin encontrar lo que estábamos buscando, me fijé en el lomo de un gran libro que sobresalía de una de las estanterías y la avisé.

Teníamos que conseguirlo, pero como no encontrábamos ninguna escalera cercana, ella me dijo que me subiera a sus hombros y que, entonces, yo podría alcanzarlo.

Estaba a punto de cogerlo. Casi lo sentí contra las yemas de mis dedos. Subida a los hombros de mi amiga, tiré de él justo en el momento en el que ella perdió el equilibrio y las dos caímos al suelo igual que se derrumbaba una torre de naipes.

Antes de que la tía de Ane entrase en la biblioteca y nos echara la regañina del siglo, logré observar la portada del libro, que por su apariencia, parecía muy antiguo. La cubierta era de un marrón claro desgastado. Era un tomo muy voluminoso, pero la portada fue lo que más me llamó la atención.




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