Mi nombre es Andrés. Soy empresario. Mi abuelo, Francisco, nos heredó una pequeña empresa empacadora de alimentos para perros y gatos: Petgourmet “El guisado gourmet para tu mascota”. Gourmet Miau y Gourmet Guau. Además maquilamos procesos para otras empresas, así que el negocio es pequeño pero próspero. Nos da para vivir muy bien.
Adolfo mi primo y yo comenzamos a operar la empresa unos años antes de que el abuelo muriera. Isabel mi madre fue la gerente de operaciones y la tía Adela la gerente comercial, hasta que pasó a mejor vida.
Entonces tomó el puesto de su madre y se dedicó a viajar buscando nuevos proyectos para crecer la empresa, mientras mi madre y yo, operábamos Petgourmet con orgullo.
Unos años después, Isabel mi madre decidió retirarse y me dejó a cargo de todo. En la navidad de ese año, Adolfo hizo una operación que casi nos lleva a la quiebra. Pero tuvimos mucha suerte, mi abuelo nos había dejado un fideicomiso que nos ayudó a financiar el rescate de la empresa. Claro, comí huevos estrellados y papas cocidas durante un tiempo, y tuve que cambiar de hábitos sociales.
Yo creí estar enamorado de una chica que me tenía loco. Pero el destino y las circunstancias no nos dieron la oportunidad de estar juntos. Además de que ella no me correspondía, al menos no como yo hubiera querido. En ese momento supe que mi vida era un desastre y algo debía hacer.
Así que, ahí estaba yo, a mis casi treinta y dos años, abandonado por el amor y levantando la empresa familiar.
Adolfo se retiró de la compañía. Me cedió parte de sus acciones para compensar su error. Así que me encontraba totalmente solo, con una hermana en el extranjero desinteresada del negocio y una madre dedicada a disfrutar su retiro a su antojo.
Un año después conocí a Cindy. Fue mi novia, pero no hay mucha química entre nosotros por lo que, nos volvimos amantes de ocasión. Me sentía solo y la llamaba, se sentía sola y me buscaba. La monotonía de mi vida se puso peor. Casi todos mis amigos casados, con hijos, yo ya no encajaba en ese mundo, hasta esa mañana de aquel lunes de octubre, cuando Luz llegó a mi vida.
-Buenos días señor, ¿le traigo un café?
Incómodo por los cambios en la rutina vociferé:
-¿Dónde está Laura? -Me sentí molesto por esa chica que con confianza, había entrado a mi oficina.
-Lo siento señor, soy Luz, la suplente de Laura, hoy comienza su incapacidad-. Ligeramente apenado por no haberlo recordado le dije:
-Tráigame un expreso doble cortado del café de la esquina, con más espuma que leche, que sea leche entera, y medio sobre de azúcar mascabado.
Ni siquiera la miré a los ojos.
-Sí señor.
-Ingeniero-respondí.
A partir de ese día, al llegar a la oficina, encontré mi café “expreso doble cortado” con media cucharada de azúcar sobre mi escritorio. Luz es muy silenciosa, eficiente y sabe resolver todos los asuntos de una manera que ninguna asistente había conseguido antes. Espero que Laura reconsidere dedicarse a la maternidad y Luz se quede en su puesto. O bien, hablaré con Almendra de RH y consideraremos una persona más.
No me había percatado de su belleza, hasta una tarde, varias semanas después de nuestro primer e incómodo encuentro, vi a Luz parada junto a su coche, un ibiza negro, no muy nuevo, pero en buen estado, caminando de un lado a otro, discutiendo por teléfono.
-¡Me dijo treinta minutos señor! ya pasó una hora… dígame si vendrá o tomo un taxi y mañana vuelvo por mi auto! Está bien lo espero – colgó resignada. Se puso seria al verme.
-¿Ocurre algo Luz?
-Dejé las llaves pegadas en el volante…-dijo tímida-y el cerrajero no llega.
Me dio ternura verla tan desprotegida y no pude evitar ser caballeroso.
-Bueno Luz, que le parece si le invito un café mientras llega el cerrajero. Después de todas las atenciones que usted tiene conmigo es lo menos que puedo hacer.
-Ingeniero no se moleste.
-Anda, vamos, y por favor llámame Andrés.
-Yo…
-Por favor- y sonreí.