La miré a los ojos. Me sentía culpable y apenado por haber sido tan indiferente todo este tiempo. Luz estaba acostumbrada a mi mal carácter y mi repentino cambio de actitud la tenía totalmente descolocada.
-Ingeniero, usted debe tener cosas más importantes que hacer…
-Anda Luz, llámame Andrés, y no pongas pretextos, vamos. Además hace frío y no deseo esperar aquí afuera. Tengo mal carácter pero, ante todo soy un caballero, no pensarás que te dejaré aquí sola hasta sabrá Dios qué hora que el cerrajero se digne a llegar.
En silencio, llegamos a la pintoresca cafetería, ordenamos un par de bebidas calientes, ella uno de esos cafés con mil cosas y chispas de chocolate, y yo un té chai.
Nos sentamos en una sala de dos sillones individuales, bastante incómoda por cierto. Luz, se encontraba nerviosa, bien vestida, cara bonita, cabello lacio y negro, ojos verdes y hermosa sonrisa. No tenía idea de cuando había ingresado a la compañía, me di pena, teníamos diez empleados administrativos y solo conocía a Almendra de Recursos Humanos, Javier de contabilidad y a Laura mi asistente.
-¿Cuánto tiempo tienes trabajando con nosotros Luz?
-Sólo unas semanas ingeniero, me contrataron para cubrir la incapacidad de Laura.
-Oh, es verdad, pero por favor, llámame Andrés. Por cierto ¿ya nació el bebé de Laura?- Con trabajo recordaba algunas cosas, no sé si por distraído o tengo problemas de memoria. Comencé a preocuparme por mi absoluto desinterés por el personal de la empresa-. Por favor mañana llama a Laura y si ya nació, envía un regalo de mi parte ¿se hace eso en estos casos verdad?
-Sería un lindo detalle ingeniero-la miré a los ojos y levanté las cejas-Andrés-corrigió.
Poco a poco Luz fue tomando confianza, comenzamos a charlar de cosas menos banales. Es una chica interesante, vivió en Canadá, en Inglaterra, en Francia. ¿Cómo es que una chica culta e inteligente fuera asistente corporativa de una pequeña empresa como la mía? pensé.
-¿Por qué no tienes un trabajo más importante Luz? Tú no tienes perfil para el puesto que tienes.
-Andrés, no voy a agobiarte con mis problemas-agachó la mirada y supe que algo sucedía.
-No tengo prisa-respondí invitándole a hablar.
-Quizá en otra ocasión.
-¿Qué harás el sábado?
Confundida me miró a los ojos.
-¿Me estás invitando a salir?
-¿Qué te parece si te invito a cenar y me cuentas?
Comprendí que la invitación la tomó por sorpresa, hasta yo estaba impresionado, pero Luz tenía algo, ese famoso “algo” que otras mujeres no tienen, al menos para mí.
-Entiendo, te tomé por sorpresa, no lo tomes a mal. Soy un hombre serio.
-Pero soy tu empleada.
-Eso lo resuelvo mañana, que te despidan. Hablaré con recursos humanos, así podremos ser amigos y saldrás conmigo el sábado.
Me miró confundida y le sonreí.
-Claro que no Luz, seamos amigos fuera de la oficina ¿a qué hora paso por ti?
-Andrés, yo…
-¿Eres casada?
-No.
-Tienes novio, claro, no se me ocurrió.
-No, tampoco, es que…
-Claro, soy poco interesante para ti, está bien, cenaré solo.
No sé si le causó gracia el drama de hombre solitario o mi patético comentario:
-Está bien, a las ocho ¿te parece bien?
-Bien, vayamos al automóvil a ver si ha llegado el cerrajero, si no tendré que usar mis influencias.
En efecto, tal y como lo sospechaba, el cerrajero no llegó nunca. Luz marcó de nuevo y éste le dijo que no llegaría. El tráfico, la quincena y ocho mil pretextos más. Así es la gran ciudad.
-Tomaré un taxi.
-Te llevo- me adelanté-, así veré donde vives y paso por ti el sábado.
No tuvo más remedio que aceptar, le pedí al velador que resolviera el asunto del automóvil de Luz y nos marchamos.
-Gracias, jamás creí que fueras tan caballeroso.