ANDRÉS un par de años atrás
Volví de Inglaterra para hacerme cargo del negocio familiar, después de andar deambulando de un lado a otro, entre la casa de mi madre, el departamento de mi padre, un loft de mi hermana, me decidí a embarcarme con un crédito hipotecario y me compré un departamento.
Al principio fui muy feliz con mi adquisición, hasta que se ocupoó el departamento de a lado. Primero me topé con un matrimonio, ya maduros. Fueron muy educados y amables, pero no teníamos mas que una relación cordial, un buenos días o que pases buena noche.
Semanas después, me topé con el señor, Eduardo, me dijo que se llamaba. Su esposa, una señora muy amable, regordeta y sonriente, se llamaba Mireya. Ese día llegaron acompañados de una hermosa chica. Era su hija, Stephanie, volvía de Madrid de un intercambio estudiantil, y se incorporaba a estudiar derecho en la universidad, le faltaban un par de semestres. Sus padres le habían comprado aquel departamento, pues ellos vivían en Cuernavaca, no muy lejos de la ciudad.
Al principio, no hubo inconvenientes, hasta que comenzó a organizar sus fiestas estudiantiles. Y no es que yo sea amargado, pero en lunes, martes, miércoles, jueves o viernes, yo debía ir trabajar, y por lo general, la música no dejaba de sonar.
En múltiples ocasiones, iba a buscarla para pedirle que le bajaran a la música, sólo me daban el avión. Y el resto de los vecinos no hacía nada. El resto de los departamentos estaban vacíos o estaban ocupados por estudiantes, que por lo general también estaban en la fiesta con Stephie.
-¡Vecino! ¡Tú otra vez!- Me dijo aquel día-. Ven, pásate y tómate algo, no seas amargado. Pareces viejito, a tus que… ¿30 añucos? Vente a la fiesta ruquis, vamos a bailar-. Me tomó del brazo y me llevó al centro del departamento, donde un grupo de chicos y chicas, bailaban música electrónica y bebia una cosa extraña color fosforesente.
-¿Quieres?- Me dijo otra chica, al mirarme observando sus vasos. Negué con la cabeza, mientras Stephie restregaba su cuerpo cerca del mío. Se burlaba de mí, ya que bailar, lo que se dice bailar, pues no es lo mío. Rozaba mi cuerpo con sus caderas y yo me sentía excitado y fuera de lugar al mismo tiempo. Las cosas no estaban del todo bien. Ella estaba tomada y algo más se habían metido, coca o tachas, no lo sé, después me enteré que sí. Dieron las doce, la una de la madrugada, y cuando decidí marcharme, después de un par de cervezas y unos cigarrillos - en aquel entonces fumaba -, Stephie me besó. Sorprendido, no supe cómo reaccionar, no me esperaba eso.
-Lo siento, quería poner celoso a Carlos, pero ni siquiera se dio cuenta. Si quieres ya puedes irte.
-Gracias por lo que me toca y por las cervezas.
-Me las repones el sábado, vamos a tener la fiesta de despedida de los que se van de intercambio. Aquí te espero amargosín.
-No creo Stephanie…
-Stephie, dime Stephie. Pareces un señor de esos estirados, ejecutivos. No quiero ser así cuando sea grande.
No pude evitar reírme. De pronto, se desmayó. La sostuve en mis brazos, nadie se dio cuenta, todos seguían en los suyo, ¿sexo, drogas y rock ´n roll? No lo sé, pero estaban mal, todos. Eran unos veinte chicos y chicas.
Al final, salí cerca de las cinco de la mañana. Me fue imposible ir a trabajar. Cerca de las once, llamaron a mi puerta. Era Stephie.
-Me siento muy mal. ¿Me puedes llevar al hospital?
Se veía demacrada, amarilla y de nuevo se desvaneció.