Luz De Mi Vida

CAPITULO 29

ANDRÉS, un par de años atrás

No me quedó claro si fue una congestión alcohólica o estaba drogada. Me quedé en el hospital, mientras llegaban sus padres. Tal vez Stephie no me lo perdonaría nunca, pero me sentía incapaz de ocultarlo. Ya no era un adolescente, en algunos lugares ya me decían señor. Aunque apenas iba camino a los 30.

Me marché a casa, los hospitales no son lugares agradables. Ya habría tiempo de ver a Stephie y conversar. De momento, su madre ya se hacía cargo de ella.   

Por supuesto, su padre no se cansó de agradecerme lo que hice por su hija. Creo que no hice otra cosa, que una persona coherente y una pizca de sentido común, no hubiesen hecho.

Llamé a mi madre, pero no me sentí capaz de conversar con ella y confesarle lo ocurrido.

“Ya no eres un chiquillo para andar en esas parrandas, madura”. Eso es lo que me hubiera dicho.

Al anochecer, salí a caminar, sin rumbo, sonó mi celular, mi amigo Jaime estaba en la ciudad y me invitó a tomar una copa. Con el pude desahogarme.

-¿Estás enamorado imbécil?- me dijo.

-Que amable de tu parte, tarado.

-Es una alcohólica, no tiene ni 25 años. Bueno, y … ¿ha pasado algo?

-Nada, sólo me gusta. Es universitaria, me ve como el ruco del edificio. Sus amigos me dicen señor. ¿Qué podría pasar?

-Uy, te acuerdas de las fiestas que hacíamos en la casa de tus padres en Cuernavaca, esos eran destrampes y no cuentos.

Me quedé perdido en mis pensamientos, recordando aquellos instantes que viví con desenfreno, Stephie estaba viviendo otra etapa. Yo, ya había viajado, estudiado, me había divertido. Tuve un par de relaciones serias, incluso una ocasión pensé en casarme. Eso no ocurrió, ahora Stephie era la dueña de mis pensamientos. Estaba embrutecido, como diría mi hermana.

Pasaron un par de días, ya era viernes, pasé a ver a Stephie al hospital y le habían dado el alta. Así que le llamé por teléfono, pero no me respondió.

Resginado, volví a la oficina, tratando de retomar mí día a día. El sábado por la tarde, organicé un fabuloso plan. Eran las 5 de la tarde, y me disponía a ver un maratón de películas viejas, entre Star Wars y Viaje a las estrellas y un montón de palomitas de maíz.

Estaba por presionar el “play”, cuando llamaron a la puerta.

-¡Andresuco! Soy Stephie, ábreme.

Desconcertado, me levanté y al abrir la puerta, estaba la chica que me robaba el sueño, con un vestido rojo que casi me provoca un infarto, le cubría desde los pechos hasta unos centímetros más debajo del trasero.  No puedo negar que se veía estupenda, divina, hermosa, sensual, todo en uno. Me dejó más estúpido de lo normal.

-¿Qué pasa?

-¡Tenemos fiesta! Vamos por las cervezas, que los invitados llegan a las 8.

-¡Stephie! No puedes tener una fiesta, necesitas descansar. Estuviste dos días en el hospital.

-Exagerados, estoy mejor que nunca. Pareces mi papá. Anda, vamos. Y cámbiate de ropa, que das pena.

-¿Qué tiene mi ropa?

-¡Parece de la prehistoria!

-Así me visto.

-¿Dockers? Ponte un pantalón de mezclilla al menos, pareces mi papá, bobo.

-Eh, ¿ya nos faltamos al respeto?

-Ándale, ponte algo sexy, te espero en el estacionamiento.

Ofuscado, porque no encuentro otra palabra para definir como me sentía, usado, y al mismo tiempo alagado. Fui un idiota. Me cambié, encontré algo un poco más adecuado, para salir con Stephie a comprar cervezas.

Fuimos al supermercado, y compró botana y bebidas para toda la vida. De pronto sentí que eso no acabaría bien. Fue como un presentimiento. Cuando estaba en la secundaria me ocurrió algo parecido, el día que chocamos en la carretera con un caballo, iba con mis padres a Cuernavaca, y todo el día tuve una extraña sensación en el pecho y espasmos estomacales. Hasta mi hermana se burló de mí.

Volvimos a su casa, y me marché. Me dijo de todo, mal amigo, traidor, chismoso. Pero yo no quería participar en aquella fiesta. Estaban muy mal ella y sus amigos, por muy joven que seas, los excesos, nunca dejan nada bueno, y esa noche no fue la excepción. Llamé a Jaime y salí con él a un bar, no deseaba volver temprano a casa, pues seguro la fiesta estaría en todo su apogeo. Pero Jaime había quedado con una chica y me dejó solo.

Eran cerca de las once de la noche, y encontré la calle acordonada. Me estacioné donde pude y bajé corriendo a ver qué ocurría. Estaba un chico en la banqueta, lo atendían unos paramédicos y una chica desesperada le gritaba. Aquel chico era Carlos, el amor platónico de Stephie. Cayó del balcón y de milagro seguía con vida.

La policía estaba ahí, haciendo preguntas y más preguntas. Stephie y sus amigos, de nuevo borrachos y drogados, tratando de controlar la situación. En esa ocasión la policía no encontró drogas, seguro se la habían terminado toda.     




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