—Bien hecho —elogió el profesor de educación física cuando marqué un punto para mi equipo en el vóleibol.
Di un salto de celebración; al menos era buena en esa asignatura. La felicidad duró muy poco tiempo, Katherine —según las gemelas, la novia de Jake— sacó el balón y este chocó contra mi nariz, haciéndome caer al suelo con un dolor intenso. Oí cómo el silbato del profesor marcaba falta para Katherine y la expulsaba del juego. Ella protestó ante tal decisión; sin embargo, el profesor la sacó del juego igualmente.
—¿Allis, estás bien? —inquirió Alina acercándose a mí, que aún permanecía en el suelo.
—Sí, estoy bien —contesté incorporándome mientras me tocaba la nariz. Me dolía bastante, pero gracias a Dios no sangraba.
El profesor también se acercó para revisar que estuviera bien para continuar el juego, y luego de constatarlo, seguimos jugando. No era la primera ni la última maldad que me haría el grupo de Jake. Ya me habían desaparecido algún libro y encerrado en el baño. El director no hacía nada contra ellos, mucho menos los estudiantes, quienes parecían adorarlos. Aunque, en el fondo, sabía que no era así, solo les tenían el suficiente miedo para no enfrentarlos.
Al terminar las clases, Danla propuso que fuéramos a tomar un café al Café Don Juan, cerca de la escuela. Ella siempre proponía ese plan después de clases. Era un lugar agradable, con buenos cafés. Yo no era muy fanática de esa bebida, pero Danla parecía tener fascinación por ella.
—Lo siento, chicas. Hoy mamá me pidió llegar temprano a casa —me disculpé, aunque a quien más le dolía esa petición era a mí.
Estaba segura de que mi madre me pediría ayuda con la cocina, y eso significaba que posiblemente me tocaría fregar la loza. No entendía por qué nunca había comprado un lavavajillas.
—Buena atrapada con la nariz hoy, cerdita —dijo Jake pasando por nuestro lado con su cínica sonrisa. Él despertaba mis peores emociones, aunque intentaba que no permanecieran en mi interior. Había descubierto que era un chico de pocas palabras, pero si abría la boca, era para decir algo destructivo. Era peor que Jasper, Katherine o alguno de sus amigos.
«Tonto», insulté internamente, pero no dejé escapar ninguna palabra de mis labios. Solo actuaba cuando no me quedaba alternativa; si me era posible, prefería ignorarlo. Era la mejor estrategia.
*****
Al entrar en la sala de mi hogar, escuché la voz apagada de mamá hablar sobre recetas. Al acercarme a la cocina, vi que estaba siendo grabada mientras preparaba un platillo, y lo que me dejó boquiabierta fue que el hijo de la amiga de mi madre estaba detrás de la cámara.
—Ah, hija, ahí estás —saludó mamá, girando su cabeza en mi dirección después de terminar el video—. Invité a Eduardo a comer y, mientras te esperábamos, quiso ayudarme con mi nuevo video para YouTube. Le estoy muy agradecida —añadió, parándose junto al invitado, mientras sostenía una sonrisa que dejaba en claro que la señora Elisabet estaba maquinando un nuevo plan.
Mamá se había graduado de un curso de cocina y, fuera de los postres, era excelente cocinando e inventando nuevas recetas. Cuando fue despedida de su trabajo y quedó embarazada, encontró en YouTube un nuevo hogar y fuente de ingreso, donde tenía muchos seguidores, más de los que alguna vez habría imaginado; incluso había publicado un libro con sus propias recetas. Siempre me había sentido orgullosa de lo luchadora que era.
—Hola, Eduardo —saludé con una sonrisa que disimulaba mi sorpresa.
—Hola, Allison, te ves muy bien —respondió él con una sonrisa sincera.
—Gracias —contesté, aunque no estaba segura de que mi atuendo para ir a la escuela me hiciera ver tan bien. Era ropa bastante sencilla, además, mis cabellos estaban algo desordenados debido al juego de vóleibol y al viento que había tomado en la bicicleta.
Pedí permiso para ir a cambiarme y, al llegar a mi cuarto, me sentí algo fastidiada, porque tener visitas significaba que no podría ponerme una de mis cómodas pijamas. Después de rebuscar adelante y atrás en mi armario, me puse un vestido con un corpiño negro y una falda blanca con flores del mismo color del corpiño, y me recogí el cabello en una sencilla coleta.
—Hasta que al fin bajas, Alli —susurró mamá, acercándose a mí cuando aparecí en la sala nuevamente. Solo había tardado unos veinte minutos en cambiarme, no me parecía tanto tiempo—. Voy a ir al mercado de la esquina por un poco de zanahorias para la ensalada. Vigila los frijoles que dejé en la olla, por favor —añadió en voz alta.
Asentí con la cabeza, pero en mi interior estaba en pánico y alerta roja por quedarme a solas con Eduardo y tener que vigilar los frijoles. Nunca en mi vida había cocinado; solo sabía hacer ensaladas y empanadas. Mamá era muy celosa con la cocina, por lo que solo me dejaba fregar trastes.
Cuando mamá salió, me senté en el sofá junto al invitado, quien mantenía la vista en el televisor. Era la primera vez que nos encontrábamos fuera de la Iglesia, y sentía algo de inquietud. Empezar conversaciones no era algo que realmente se me diera bien, y menos cuando conocía los planes de mi madre.
—¿Has visto la película La Pasión de Cristo? —inquirí, rompiendo el incómodo silencio que se había formado. Me encantaba esa película.
—Creo que es la mejor película que he visto. Es tan dura, pero nos muestra los momentos que pasó nuestro Señor. Incluso vi una reseña en YouTube en la que la explicaban muy bien, con cada detalle. Dieron hasta un buen significado del perdón, poniendo como ejemplo a Judas: el mayor perdón que puede dar una persona es olvidar algo imperdonable —respondió Eduardo con entusiasmo, y me alegré de que coincidiéramos en algo.
—Es una peli increíble —concordé.
Comenzamos una conversación muy interesante sobre la película, lo fuerte de las escenas, el hermoso significado y algunas curiosidades de la misma, hasta que la conversación se interrumpió cuando escuché un sonido que anunciaba que los frijoles estaban listos. Me dirigí hacia la cocina para abrir la olla. Después de apagarla, giré la tapa, lo que hizo que esta última saliera disparada, ensuciando las paredes de la cocina con frijoles.