El ruido de una música lejana molesta interrumpió mi sueño, así que a ciegas busqué mi teléfono y con un ojo semiabierto contesté la llamada.
—Diga —respondí con voz soñolienta y mis ojos aún cerrados.
—¿Lucesita?
Al escuchar esa voz me incorporé en la cama sorprendida.
—¿Jake? —inquirí despegando el teléfono del oído para comprobar que su nombre apareciera en la pantalla y al comprobarlo volví a colocar el celular en mi oreja— ¿Ya estás en el hotel?
—Aún no, acabo de aterrizar, pero quería llamarte antes que cualquier otra cosa —respondió.
Aquel gesto me llenó el corazón, se había acordado de mi petición y la había cumplido al pie de la letra, y aquello solo me hizo sonreír como si fuera la más afortunada de las mujeres.
Los siguientes días transcurrieron entre clases en la escuela y llamadas por parte de Jake. Al principio me llamaba todos los días, pero luego las llamadas eran cada dos días, aunque me escribía bastante seguido; la situación de su padre era demasiado delicada, se encontraba hospitalizado y solo le quedaban unos meses de vida debido al cáncer. Jake había decidido quedarse a su lado hasta el fin de sus días, era un gesto que valía mucho, eran acciones que formaban parte del nuevo hombre que él quería ser.
Jake: Te llamo en la tarde, ahora estoy en el hospital.
Luego de leer el mensaje apagué el teléfono, para seguir mi camino hacia mi clase con Alina, al fin había logrado que el profesor de Matemáticas aceptara que mi amiga fuese mi tutora. De repente escuché un ruido, casi imperceptible, pero que se repetía una y otra vez, era similar a un sollozo. Detuve mi caminar y comencé a buscar el lugar de donde provenía aquel ruido. Entré en un pasillo oscuro, que de seguro dirigía a uno de los múltiples escondrijos, donde el conserje guardaba sus herramientas de limpieza. Allí, en el piso, encontré a Katherine con el maquillaje corrido por su rostro debido a las lágrimas.
Al verme intentó recuperarse, pero era demasiado tarde. Sin levantarse del piso me lanzó una mirada de odio.
—Vete de aquí —me ordenó con el enojo reflejado en su voz.
—¿Qué te sucede? —pregunté agachándome a su lado.
Katherine intentó esconderse detrás de una fachada de odio y furia, pero sus ojos llenos de lágrimas hablaban solos.
—No oíste que me dejes tranquila —dijo con tono hostil.
—Sí, oí, pero quiero saber qué te pasa.
Ella soltó una carcajada llena de sarcasmo y respondió: —¿Quieres saber que me sucede? —Asentí. De repente se comenzó a desabrochar los botones de su blusa hasta dejar ante mi vista un moretón bastante significativo—. Esto me lo hizo mi padre por sacar una mala calificación.
La miré asombrada por aquello, aunque no debería hacerlo, ella andaba con el grupo de Jake, claro que debía sucederle algo.
—Estoy con el grupo de Jason para no sufrir más violencia, él es realmente cruel —dijo y soltó una nueva risa, pero esta vez nerviosa. Intenté decir algo, pero ella me interrumpió—. No me vengas a decir que tu Dios puede hacer algo por mí, porque no es cierto, él no me ama —añadió poniéndose en pie.
—Él si te ama, solo que no lo dejas entrar a tu vida —respondí levantándome del suelo yo también—. Quizás no quieras escuchar de esto ahora, pero te digo que el día que desees oírle, podrás ir a la iglesia, yo te recibiré de todo corazón.
—No, gracias —dijo ella pasándose las manos con ahínco por el rostro para borrar las manchas de rímel de sus ojos, y se marchó de allí.
El mensaje estaba dado; la palabra, estaba segura que no volvería vacía.
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El tiempo pasaba rápidamente, pronto llegó enero con su frío extremo y ese mes dio paso a febrero, que se fue tan rápido como un parpadeo y cuando me di cuenta ya era marzo. Las cosas no habían cambiado mucho en la escuela y tampoco en la casa, y Jake seguía junto a su padre en Londres. Había comenzado la escuela en aquel lugar para no atrasarse, se había conseguido un trabajo en una tienda de barro e incluso, había encontrado una iglesia a la que asistir.
—¿Cómo está tu padre? —le pregunté después de hablar un rato.
Se mantuvo en silencio por un segundo, bajó la cabeza y negó.
—No está bien, cada día lo veo morir —respondió Jake apesadumbrado—. Yo lo odiaba de una forma que me consumía, pero, al verlo así, tan débil y casi sin poder respirar, no puedo sentir odio hacia él. Además, le he conocido más en estos últimos meses de lo que lo había conocido en años.
—Debe de ser muy duro, pero pide a Dios fuerza para ti y para él.
—Debo confesarte que hace apenas una semana estuve a punto de volver a drogarme.
—Aquellas palabras me trajeron decepción, pensé que todo había sido un fracaso—, pero una voz me detuvo cuando estaba a punto de comprarla y me preguntó si realmente quería eso para mi futuro. Yo le dije que no y me respondió, entonces, aléjate de ahí. Yo sé que fue Dios quien lo impidió y estoy eternamente agradecido por ello. Tenía miedo de caer en las drogas, pero, ahora comprendo que, si sigo a Dios, él me ayudará a no caer nuevamente.
Su voz estaba quebrada, y mis ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Mis oraciones para que él se mantuviera alejado de las drogas habían sido escuchadas y mi fe había sido recompensada.
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Los meses continuaron su curso, y Jake cada vez estaba mejor, aunque no se podía decir lo mismo de su padre, quien cada día exhalaba el oxígeno sin saber si podría respirar nuevamente. Un día Jake me llamó para comunicarme que su padre había fallecido, deseé tomar un avión para abrazarlo, y estuve a punto de ir con ayuda de la madre de Jake pero este me lo impidió. Me dolió que me mantuviese alejada, pero no insistí, solo conseguiría que peleáramos, además, el duelo tenía diferentes formas de expresarse y aquella, al parecer era la suya, él siempre se mantenía reservado en sus sentimientos.
Una semana después recibí un mensaje.