Mi alarma sonó a las 6:00 a.m.
Obviamente la ignoré.
Sonó otra vez a las 6:05.
La apagué.
A las 6:10, mi mamá gritó desde la cocina:
—¡Mari! ¡Levántate, hijita, que hoy es el campamento!
Y entonces, como buena cristiana obediente y responsable…
Me quedé cinco minutos más en la cama.
Señor, si me querías activa desde temprano, ¿por qué creaste las cobijas tan suavecitas?
Finalmente, me levanté. Arrastrando los pies. Con el peinado del sueño nivel “soplete celestial”, me miré al espejo y dije en voz baja:
—Buenos días, nueva versión de mí que va al campamento. Que el Señor tenga misericordia de ti.
Me metí a la ducha y me quedé mirando el agua correr unos segundos. Pensé en el campamento. En estar con gente que no conozco. En cantar, orar, escuchar prédicas…
Y en no tener internet.
—Ay Dios… ¿es pecado querer quedarme en casa?
Después de ducharme, me puse un jean alto, una blusa blanca de flores pequeñas, zapatillas cómodas, y mi mochila ya lista con lo básico: Biblia, ropa, bloqueador, repelente, toalla, cuaderno, lápiz, cargador aunque no haya señal, mi shampoo con olor a coco y mi botella de agua con stickers cristianos tipo “Sonríe, Dios te ama”.
Bajé a la cocina y mamá ya tenía el desayuno listo: pan con queso fresco, jugo de papaya y una oración matutina que me hizo sentir que iba a una cruzada espiritual y no a un campamento de jóvenes.
—Gracias, mamá —le dije mientras comía—. Aunque sigo convencida de que esto es penitencia encubierta.
—Mariana, hijita, Dios tiene algo grande para ti —me dijo con esa voz tierna y firme—. Tienes que ir con fe y expectativa. El Señor se va a manifestar en tu vida.
Yo asentí, porque era mi mamá, y además porque ya lo había sentido en el corazón. Pero igual…
¿Y si ese “algo grande” son 7 picaduras de zancudo y una caída pública frente a todos?
Al terminar de desayunar, ayudé a lavar los platos (buena hija), revisé la mochila por cuarta vez (ansiedad), me puse perfume (porque Dios ama el orden, pero también la higiene) y oramos juntas antes de salir.
—Señor —dijo mamá—, cuida a mi hija, guarda su cuerpo, alma y corazón. Rodéala de buenas amistades, y sobre todo, de tu presencia. Que en este campamento ella pueda encontrarte de una manera especial.
Yo abrí un ojo durante la oración y la miré. Sonreía. Como si ya supiera algo que yo no.
¿Mi mamá tiene una revelación o solo confía demasiado en este campamento?
Salimos de casa a pie. Aún no eran ni las 8:00 a.m. El sol apenas se estiraba sobre los techos. Llegamos a la iglesia en diez minutos, justo cuando un bus blanco con letras azules estacionaba frente a la puerta.
Y ahí estaban los demás.
Muchachos con mochilas, chicas tomándose selfies, un líder con megáfono diciendo “¡Chicos, apúrense!”, y otro repartiendo etiquetas con nombres.
Yo me quedé parada unos segundos, agarrada de la mochila como si fuera mi escudo.
Mamá me miró.
—Anda, hijita. Es tu momento.
—¿Y si me pierdo en el bosque?
—¿Y si encuentras a Dios en el silencio?
—¿Y si todos me caen mal?
—¿Y si haces amigos para toda la vida?
—¿Y si me enamoro?
Silencio.
—Bueno, eso sí no lo sé, hijita —rió mamá—. Pero si amas a Dios con todo tu corazón, Él te guiará incluso en eso.
Señor, si me vas a hacer conocer al amor de mi vida… que tenga buena dentadura, Biblia marcada, y brazos que parezcan que cargan propósitos.
Me abracé con mi mamá una vez más, subí al bus y me senté junto a la ventana.
Miré por última vez mi casa.
Y respiré profundo.
—Allá vamos —susurré.
El motor arrancó. La música cristiana empezó a sonar en los parlantes. Y sin saberlo aún…
…ese viaje cambiaría todo.
El bus ya estaba en marcha. Y yo sentada con la frente pegada a la ventana, como si fuera protagonista de una película tipo "Mariana y su travesía espiritual sin señal de Wi-Fi".
Escena: cámara lenta, yo viendo por la ventana, mientras suena música instrumental triste.
Narrador: “Ella solo quería quedarse en su cama… pero Dios tenía otros planes…”
De pronto, alguien se sentó a mi lado. Un chico, alto, flaco, y con una sonrisa de “hola, soy raro pero simpático”.
—¿Eres Mariana, no?
—Eh… sí.
—Soy Percy. Me dijeron que eras nueva. Bienvenida al grupo de los que fingen no estar nerviosos.
Me reí. Me cayó bien. Aunque todavía no estaba lista para socializar al 100%
O sea, gracias, Dios, por mandarme un Percy. Pero ¿no podías también mandarme un cargador solar y señal estable?