Luz Entre Los Pinos

GUITARRAS,CULTO Y CHICAS CON PUNTAS ROSADAS

Primera noche. Primer culto. Primer intento de no hacer el ridículo. Spoiler: fracaso total.

La capilla estaba bellísima. Las luces tenues, las bancas de madera, el altar decorado con flores silvestres… todo parecía sacado de una postal cristiana de Instagram. Natali y yo nos sentamos en la segunda fila. Ella, emocionada. Yo, nerviosa.

—¿Por qué estoy sudando si no hace calor? —le susurré mientras secaba mis manos contra el vestido.

—Porque estás a punto de vivir una experiencia espiritual profunda —dijo ella muy seria, y luego añadió—: …y porque tienes ansiedad social. Pero de la buena, la que te acerca a Dios.
¿Ansiedad social "de la buena"? ¿Eso existe? ¿Es como decir “hambre santa”?

Entonces, entraron los del equipo de alabanza.

Primero un baterista, luego un bajista, luego un par de chicas con micrófonos… y entonces ÉL.

Cabello castaño claro. Camiseta blanca. Biblia en una mano, guitarra en la otra.
Ojos miel. O-JOS MIEL, tipo “David tocando el arpa y derritiendo corazones en el siglo XXI” y una pequeña cicatriz cerca de los labios.

¿Quién es este ángel terrenal y por qué no hay advertencias bíblicas sobre esto?

—Ese es Steve —susurró Natali—. Tiene 18. El año pasado dirigía los devocionales. Es muy respetuoso. Súper centrado en Dios. Nunca lo he visto hablar mal de nadie. Ni siquiera de los que se colaban en la fila del comedor.
¿Existe de verdad? ¿O es una visión? ¿Es una prueba?

Steve probó su guitarra, cerró los ojos y dijo:

—Dios, hoy queremos acercarnos a ti. No con apariencias. Sino con verdad. Usa cada nota, cada palabra. Esto es para ti.

Y empezó a cantar.

Yo, la Mariana de los escándalos mentales y pensamientos dramáticos, quedé en absoluto silencio.

Ni supe cómo. Solo sé que mis ojos estaban vidriosos, mi corazón raro y mi garganta apretada. Nunca un chico me había parecido tan... distinto. Ni siquiera había dicho más de dos palabras, pero ya sentía algo que no se parecía a nada. Ni a los chicos de mi cole. Ni a los de TikTok. Ni a los dramas cristianos coreanos.

Luego, pasó lo que tenía que pasar.

Me levanté para orar durante la alabanza… y me tropecé con mi propia mochila. Sí. Ahí, delante de Dios, Steve y todo el campamento. Caí sobre la banca con un golpe seco que hizo eco.

—¡Estoy bien! ¡Todo bajo control! ¡Solo una prueba del enemigo! —dije levantando la mano desde el suelo.

Natali lloraba. Pero de risa.

Y en eso… Avril.
La chica de las puntas rosadas.

Caminando entre los asientos, con su Biblia como accesorio de moda y su perfume que llegó tres segundos antes que ella.
Se sentó cerca del escenario, demasiado cerca. Y mientras Steve cantaba, ella… coqueteaba.

Sí, amigos. En pleno culto.
Jugaba con su cabello, sonreía exagerado, y cruzaba las piernas como si estuviera en un videoclip.

Pero lo más hermoso fue que… Steve no la peló.
Ni la miró. Ni una vez.
Siguió cantando con los ojos cerrados, adorando. Como si estuviera solo. Como si Dios sí estuviera a medio metro.
¡JA! ¡Esto no es High School Musical, hermana! ¡Aquí se ora, se canta, y se respeta la presencia del Señor!

Y yo… en silencio, con las manos cruzadas, sentada en mi banca… me sentí segura.
No tenía las puntas rosadas. Ni el delineado perfecto.
Pero tenía algo que no se veía. Algo que, quizá… él sí sabría ver.

—¿Sabes qué? —me susurró Natali—. Si un día te casas con ese chico, voy a llorar en tu boda como en un testimonio de esos que ponen música de piano de fondo.

—Cállate, por favor —le dije entre risas.

—¡Es en serio! Ya lo vi. Tu vestido será blanco, y yo te cantaré un versículo en forma de rap.

Dios mío, líbrame del bullying santo. Amén.

Y esa noche, sin saberlo, me fui a dormir con una sonrisa boba.
Porque el chico de la guitarra no sabía mi nombre.

Pero algo en mí me decía… que lo sabría muy pronto.

Después del culto, me escondí. Sí, literal, me escabullí entre las bancas y me refugié detrás del quiosquito donde vendían galletas de avena con forma de palomas. Estaba por morder una cuando escuché las peores voces posibles.

—¡Ahí está la ungida de la caída! —dijo Percy con tono de anuncio de película.

—¡Nuestra hermana que se lanzó en espíritu sin necesidad de empujón! —agregó Javier, haciendo como que se tambaleaba dramáticamente.

Me tapé la cara con ambas manos.
—¿Pueden no recordarme el momento más vergonzoso de mi vida?

—¿Vergonzoso? —Javier se sentó a mi lado—. ¡Fue glorioso! Hubo testigos, hubo eco, hubo ovación celestial. Yo sentí la presencia de algo... aunque creo que era pena ajena.

—Ya, dejen en paz a la futura misionera de las caídas proféticas —dijo Natali, apareciendo con una botella de agua—. Mariana está procesando su humildad.

—¡Humillación, querrás decir! —dijo Percy, y todos se rieron.

Dios, dame paciencia porque fuerza ya les meto un chancletazo bíblico en el nombre del Padre, del Hijo, y de mi dignidad.

—¡Y qué fue eso de “¡Todo bajo control, solo una prueba del enemigo!”? —se burló Javier, imitando mi voz.

—¡Era la unción del momento, ok! —repliqué, medio riendo, medio llorando por dentro.

—Además —dijo Percy, mirando hacia el escenario—, Steve como que te miró preocupado. ¿Lo notaron?

Mi corazón se detuvo medio segundo.
—¿Qué? ¿De verdad?

—Sí —dijo Natali con una sonrisa sospechosa—. Pero estaba concentrado. Igual no pareció reírse… lo que es un milagro en sí.

Javier suspiró falsamente—. Qué injusto. Yo me tropiezo en la vereda y la señora del comedor se ríe en mi cara. Mariana se tropieza y Steve, el guitarrista celestial, la ve como si fuera María Magdalena recién perdonada.

—¡Cállense! —les dije, tirándoles una galleta de paloma.



#4899 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 15.07.2025

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