Luz Entre Los Pinos

GUERRA SANTA (DE AGUA)

—¡Atención, campistas! —gritó el líder con megáfono en mano—. ¡Hora de la actividad más esperada: la guerra de agua!

Yo, Mariana de los Ángeles Martínez, no estaba preparada para eso. No porque no me gustara mojarme… sino porque me habían alisado el cabello la noche anterior.

Dios, tú haces llover del cielo, pero por favor, ¡detén el diluvio que se viene!

—Vamos, Mariana, no seas aguafiestas —dijo Natali, que ya tenía dos globos de agua en mano y sonrisa de villana redimida.

—¿Por qué siento que esto va a terminar mal para mí?

—Porque todo termina mal para ti —dijo Percy desde atrás, lanzándome un globo directo a la espalda. ¡PLASH!

—¡PERCY, TE VOY A BAUTIZAR A BALDES!

Y así, empezó el caos.

Globos por aquí, baldes por allá, chicos corriendo como si fueran guerreros espirituales de la antigüedad pero versión mojada. Yo trataba de esquivar ataques, pero era como jugar a Dodgeball con el Espíritu Santo y perder en cada intento.

De pronto, mientras intentaba rellenar un globo cerca del pozo, una sombra se acercó. Levanté la vista.

Y lo vi.
Él.
Con una camiseta blanca que empezaba a pegarse al cuerpo por lo empapado.
Cabello mojado, ojos miel que brillaban con el sol.
Y una pequeña sonrisa ladeada, como si supiera que estaba provocando un tsunami hormonal.

—¿Primera guerra de agua? —preguntó.

—¿Se nota mucho? —le dije, tosiendo mientras escurría mi polo con una dignidad casi extinta.

—Tranquila, estás haciendo un buen trabajo… —dijo mientras se agachaba a llenar su globo— para estar tan distraída.

Lo miré.
—¿Distraída yo? Para nada. Estoy enfocada, concentrada en… ay, ¿ese es mi zapato flotando?

Sí. Flotando. Mi zapato.

Steve se rio.

—Soy Steve, por cierto.

—Lo sé… quiero decir, ¡me lo imaginaba! Soy Mariana. De los Ángeles. No literalmente. Aunque bueno, si me muero en esta guerra… quizá suba.

¡CÁLLATE, MARIANA!

—Mucho gusto, Mariana de los Ángeles —dijo con una sonrisa que debería ser ilegal—. Te ves linda cuando estás empapada.

Sistema interno colapsando en 3, 2, 1…

¡¿QUÉ?! ¡¿LINDA?! ¿ASÍ, CHORREANDO COMO FIDEÍTO MOJADO?!

—Gracias… tú también te ves… empapado. Digo… empapadamente bien. Digo… ¡perdón! ¿Sabes qué? Ya me voy.

Y me resbalé.
De nuevo.
Al lado del pozo.
De cara.
Como un salmón queriendo nadar contra corriente.

Steve me ayudó a levantarme, con una risa dulce.
—¿Estás bien?

—¿Bien? Estoy fabulosa. Mi dignidad se quedó atrás pero yo sigo entera.

—Me caes bien, Mariana.

—¿Sí? Pues no me pises porque ya estoy en el suelo.

Nos quedamos un segundo mirándonos. Solo un segundo.

Pero fue suficiente para que el mundo se detuviera. Para que el sol brillara distinto. Para que los ruidos desaparecieran y yo pensara:

“Estoy perdida. Enamorada. En medio de una guerra de agua y con un zapato menos, pero enamorada.”

Entonces, Percy vino corriendo y nos reventó un globo de agua a los dos en la cabeza.

—¡NO ESTAMOS EN UNA PELÍCULA DE AMOR! —gritó.

—¡PERCY! —gritamos Steve y yo al unísono.

Y sí, ese fue el inicio oficial.
Mi guerra de agua, de nervios, de fe…
Y de amor.

Yo todavía seguía medio en shock después de mi desliz verbal con Steve (y mi desliz físico, porque sí, seguía secándome el barro del codo).
Mientras me intentaba recuperar de la vergüenza nacional, apareció ella.

La sombra de la incomodidad.
La reina del delineador en plena guerra de agua.
La que se mueve como si hubiera coreografía en el viento.

Avril.

Pelinegra con puntas rosadas. Labial rojo indeleble. Y pestañas que podrían volar solas en oración.

—Hola, Steve —dijo, apareciendo detrás de él como los versículos fuera de contexto—. Estás empapado. Te ves… bendito.

A este paso va a declarar ayuno solo para que Steve le tenga hambre.

Steve, con su amabilidad cristiana activada, solo le sonrió.
—Hola, Avril. ¿Te divertiste en la actividad?

—Mucho. Pero no me mojé tanto porque el agua fría puede afectar mis cuerdas vocales —dijo haciendo puchero—. Tú sí que te mojaste bastante. Deberías venir a secarte conmigo, traje mi secadora.

SECADORA. De cabello. Al campamento.
Jesús lloró. Yo también.

Avril me lanzó una mirada de reojo como diciendo “no hay espacio para dos”, y yo… yo me acomodé la trenza y sonreí con mi mejor cara de “ay, pobrecita, no te eligió”.



#7280 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 31.07.2025

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