La noche cayó con una lentitud preciosa. Como si Dios mismo estuviera bajando la intensidad del día, ajustando las luces para el gran momento de la fogata.
Nos habíamos reunido en el centro del campamento, donde los troncos hacían un círculo y el fuego comenzaba a crepitar como un corazón latiendo fuerte. El humo subía al cielo como nuestras oraciones, y las estrellas se iban asomando tímidas, una a una.
Me senté entre Percy (con una bolsa de galletas que, sinceramente, ya debería haber sido confiscada) y Natali, que estaba llorando desde que encendieron la primera chispa.
—¿Ya estás llorando? —le pregunté, secándome una miga de galleta de la blusa.
—¡Es que esto me recuerda a mi primer campamento! —dijo entre lágrimas y sonrisas—. ¡Y cómo Dios me habló con una ardilla!
¿Será normal que mi mejor amiga tenga encuentros espirituales con roedores? ¿Y si la ardilla también estaba llorando?
Steve estaba frente al fuego, guitarra en mano, tocando suave, suavecito. No estaba cantando, solo probando acordes mientras el líder del campamento pedía que, quien quisiera, compartiera algo que Dios había hecho en su vida.
Hubo silencios. Algunas voces temblorosas. Testimonios sobre sanidad, sobre perdón, sobre segundas oportunidades.
Y entonces, sin pensarlo mucho… Steve se puso de pie.
Mis piernas se congelaron. Mi corazón se activó como si fuera a correr una maratón.
SE VA A CASAR. ACÁ. HOY. EN FOGATA. EN VIVO.
Pero no. Steve solo se aclaró la garganta.
—No soy muy bueno para hablar en público —empezó, aunque todos sabíamos que eso era mentira, porque el chico tiene voz de predicador de TikTok—. Pero quiero compartir algo. Algo que no digo mucho.
Silencio.
Solo el crepitar del fuego y el murmullo del viento entre los árboles.
—Hace dos años… pensé que Dios no tenía planes buenos para mí. Que había arruinado todo, que no era digno ni de orar. Me alejé. Me escondí. Le puse mute a Dios.
Todos lo mirábamos con atención. Yo más. Mucho más. Demasiado.
—Pero Él no me puso mute a mí. Me siguió hablando. A través de personas. De canciones. De versículos que aparecían justo cuando lo necesitaba. Y ahora estoy aquí, no porque sea perfecto, sino porque sé que sin Él… no soy nada.
Y ahí fue cuando me quebré.
Así, sin permiso. Con los ojos bien abiertos y el corazón expuesto.
Hola, soy Mariana. Mis hobbies incluyen no llorar en público, pero aquí estoy, rompiéndome como galleta en leche caliente.
Steve bajó la mirada y luego levantó los ojos hacia el fuego. Por un segundo… creí que me miró.
—Y también quiero decir que… a veces, Dios nos sorprende. Nos pone a personas en el camino que no esperábamos. Personas que, con solo sonreír o preguntar por una cicatriz… hacen que todo vuelva a tener sentido.
Mi corazón dio una voltereta olímpica con gritos y fuegos artificiales.
¿Está hablando de mí? ¡NO! No seas ilusa, Mariana. Tal vez se refería a una ardilla. O a una hermana en Cristo con rizos más organizados.
Natali me empujó con el codo. Me miró con cara de “ay, amiga… estás perdida”. Yo solo atiné a sonreír como si no estuviera desmayándome por dentro.
Luego del testimonio, se cantaron un par de alabanzas más. Y cuando todos comenzaron a dispersarse, Steve se acercó a mí.
—¿Te gustó lo que compartí? —me preguntó, con su voz grave y calmada.
—Sí. Mucho. No sabía todo eso de ti…
—Todos tenemos cicatrices —me dijo, sonriendo—. Algunas visibles. Otras… que se notan cuando alguien se toma el tiempo de mirar bien.
Y con eso, se fue.
Me dejó ahí, con una bolsa de emociones y un corazón haciendo la danza de la victoria.
Dios mío… si este chico no es mi propósito, mínimo es mi prueba.
Después de la fogata, ya con la emoción aún zumbando en mis costillas como si Dios mismo me hubiera apretado el corazón y dicho: “¡Despierta, hija!”, decidí ir por un poco de agua. La cantimplora de Percy olía a papitas, y como que no era plan tener aliento sabor snack de retiro espiritual.
Fue entonces cuando la vi.
Avril.
Pelinegra con puntas rosadas.
Mirándose en su espejito portátil con más drama que protagonista de telenovela.
—Ay, es que obvio Steve tiene un tipo —le decía a otra chica mientras se echaba brillo labial—. Solo se nota. Le gustan las chicas con clase, no las rubias bamba como ella.
Me detuve.
¿Qué?
Rubia bamba.
¿Quién le dio tanta libertad de expresión a esta mujer?
¿Desde cuándo ser rubio oscuro es sinónimo de falsedad? ¿Acaso tengo cara de peluca?
No dije nada. Solo la observé desde detrás del árbol. Como buena hija del Señor... pero también como una hija del barrio.