Luz Entre Los Pinos

LA LÍNEA ENTRE EL CIELO Y EL FUEGO

Después del partido de vóley, Steve y yo nos alejamos un poco del bullicio. Caminamos en silencio hacia el borde del bosque, donde una pequeña banca de madera vieja descansaba bajo un árbol. Él me tomó de la mano como si lo hubiera hecho toda la vida.

Nos sentamos.

Y por un momento, no dijimos nada.

Solo respirábamos el mismo aire.

El mismo… temblor.

—Gracias por… estar —dije, rompiendo el silencio.

—Gracias por dejarme estar —respondió él, mirándome con esos ojos miel que ya me tenían en ayuno voluntario.

Silencio otra vez.

Y entonces, me besó.

Pero no como antes.
Este fue un beso… más profundo. Más lento. Más nosotros.
Mi corazón latía como si estuviera tocando batería en la alabanza.
Señor… no sé si esto es una prueba, una bendición o el apocalipsis, pero me rindo.

Steve pasó su mano por mi mejilla, bajó lentamente hasta mi cuello, y entonces su otra mano… fue hacia los botones de mi blusa.

Se detuvo.
Me miró.
Yo lo miré.

Y por un instante, el mundo se quedó sin sonido.

Su respiración temblaba.
Mi cuerpo también.

Pero entonces…

Él cerró los ojos con fuerza y se alejó apenas.

—No… —susurró con voz temblorosa—. Esto no es de Dios. Aun si te amo, esto no está bien aquí. No así.

Se puso de pie, caminó unos pasos, se sostuvo del árbol y dijo:

“Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo, pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo.”
—1 Corintios 6:18.

Me tapé la cara con las manos. No porque estuviera avergonzada de él… sino porque lo amé más en ese momento que en cualquier beso.

—Lo siento —le dije—. No quise tentar…

Él volvió, se agachó frente a mí y me abrazó fuerte.
Fuerte como si mi alma tuviera frío y solo él supiera cómo cubrirla.

—No es tu culpa. Te amo, Mariana. Y quiero amarte de la manera correcta. La que glorifica a Dios.

A este hombre lo fabricaron en el cielo. Literal. Gabriel, Miguel y todos los arcángeles hicieron colecta para crear a este siervo. Amén.

Nos quedamos ahí, abrazados, bajo las estrellas.

No hubo más besos.
Solo un silencio que decía:
“Te elijo. Pero también elijo honrarte.”

Y yo, con lágrimas en los ojos, supe algo que no necesitaba revelación divina para confirmar:

Este amor no era de novela.

Era de pacto.

La brisa nocturna empezó a mover las hojas sobre nuestras cabezas mientras seguíamos abrazados. Nadie dijo nada por un largo rato. Pero en ese silencio… yo escuchaba todo. Su corazón. El mío. El de Dios.

—Steve… —murmuré, todavía con el rostro apoyado en su hombro—. ¿Crees que Dios ya sabía que íbamos a enamorarnos aquí?

—Dios sabe todo —respondió él, acariciando mi cabello con tanta ternura que me dieron ganas de llorar otra vez—. Pero también nos da la opción de elegir cómo lo vamos a vivir. Si lo hacemos en pureza… o si lo manchamos con prisas.

—¿Y si algún día me olvido de eso?

—Yo estaré para recordártelo.

Y otra vez, esa sonrisa. Esa que no tiene nada que ver con los labios. Esa que nace del alma.

Nota mental: no puedo morir sin casarme con este hombre. Punto.

Nos quedamos ahí unos minutos más, hasta que escuchamos a lo lejos la voz de Percy gritando:

—¡Oigan! ¿Se tragaron las estrellas o qué? ¡Hay chocomenta en la fogata!

Steve soltó una risa suave.
—Eso sonó como Percy. ¿Quieres ir?

—Sí… pero prométeme que esto… lo que sentimos… no va a cambiar.

Él se inclinó y me besó la frente.

—Te prometo que sí va a cambiar… pero solo para crecer. Porque el amor, cuando es de Dios, nunca se queda quieto. Siempre avanza.

Suspiré como si me hubieran quitado diez kilos de ansiedad.

Nos tomamos de la mano y regresamos hacia la fogata, donde Percy tenía ya chocolate embarrado en media cara, y Javier estaba intentando cantar una canción de adoración… mientras desafinaba con toda la fuerza de su alma.

—¡Mariana! —gritó Natali—. ¡Ya era hora! ¿Dónde estaban?

—Orando. Literalmente. —respondí, con una sonrisa sospechosa.

—Sí, claro… orando. —dijo Percy, haciendo comillas con los dedos—. “Orando en la banca”, “Orando en la fogata”, “Orando en el arbusto”. ¿Qué sigue? ¿Orar en el lago?

Steve y yo solo nos reímos, y me apoyé en su hombro mientras el fuego crepitaba frente a nosotros.

Y por primera vez desde que comenzó el campamento, no sentí miedo. Ni inseguridad. Ni dudas.



#4968 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 15.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.