Esa noche, después de que terminara la adoración y Percy terminara su cuarta taza de chocolate caliente (“¡es para que el Espíritu fluya mejor!”, dijo), todos nos sentamos en círculo alrededor de la fogata.
El líder del campamento se levantó, alzó una linterna y sonrió como si estuviera a punto de revelarnos el misterio de la vida.
—Dinámica de noche: confesiones y señales. Cada uno va a decirle a Dios, en voz alta, qué señal le pediría si necesita confirmar algo importante. Pero sin dar detalles. Solo la señal.
Yo miré a Steve. Él me sonrió con esos ojos miel que parecen decir: ya sé que estás pensando algo raro, Mariana.
¿Y si pido que llueva glitter dorado del cielo como señal? Muy específico, ¿no? ¿Y si mejor digo que me caiga una pluma en la cabeza? No, muy cliché. ¡Ya sé! Que Percy diga algo coherente por más de 10 segundos. ESO sí sería un milagro.
—Empiezo yo —dijo Percy, alzando la mano con entusiasmo—. Si Dios quiere que estudie teología, que alguien me regale una hamburguesa doble antes de que acabe el campamento.
—¡Ese eres tú buscando excusa para seguir comiendo, bribón! —dijo Javier riendo.
—¡No! ¡Es una señal divina, bro!
—Yo también quiero decir algo —dijo Natali, más tímida—. Si Dios quiere que yo sea misionera… que alguien me abrace sin decir nada. Así, de la nada.
Yo la miré con ternura.
Esta niña sí que tiene el corazón más bonito del planeta. Y también una obsesión con los abrazos inesperados, pero eso es otro tema.
Javier fue el siguiente.
—Si Dios quiere que le diga a cierta persona algo importante… que me tropiece, pero sin caerme. Solo tropezar. Que sea simbólico.
Todos se rieron.
—¡O sea, un tropiezo profético! —dijo Percy, casi llorando de la risa.
—Y tú, Mariana —dijo Steve con su voz suave, mirándome de lado—. ¿Qué señal le pedirías a Dios?
Ay, no. ¿Por qué me toca a mí? ¡Me pongo nerviosa! ¡Este es el momento en que digo “que se incendie un panal” y todo el mundo me ve raro!
Respiré hondo.
—Si Dios quiere que me quede en su camino, incluso cuando todo sea difícil… que alguien me mire con los ojos del cielo. Ya saben… esos que te ven como si fueras poesía.
Y en ese preciso momento, Steve me miró.
Con esos ojos.
Los de miel.
Los que me hicieron sentir... no vista, sino amada.
Yo bajé la mirada.
Ok, Dios… ni tan sutil, ¿ah?
Nos quedamos ahí hasta que la fogata empezó a apagarse.
—Mañana último día completo de campamento —dijo el líder—. ¡A dormir, chicos! Dios aún tiene cosas por decirles.
Nos fuimos caminando hacia las cabañas. Natali y yo íbamos abrazadas. Javier y Percy atrás discutiendo si Moisés tenía o no un peinado cool (spoiler: no sabemos).
Y antes de entrar a mi habitación, Steve me tomó la mano y susurró:
—Mariana… yo ya vi mi señal.
—¿Ah, sí? ¿Cuál fue?
—Una chica con ojos celestes, cabello como la miel, y una fe que brilla aunque dude de ella misma.
Mi corazón dio tres volteretas, dos saltos y una zamba completa.
Y sin pensar, me acerqué. Lo abracé.
Y antes de soltarme, susurré:
—Yo también vi la mía. Se llama Steve… y canta con los ojos cerrados como si Dios mismo lo estuviera escuchando.
-
Esa noche, mientras las demás chicas dormían o intentaban fingir que no estaban chismeando por WhatsApp bíblico, salí a tomar aire.
Me senté bajo el árbol más grande del campamento, ese que parecía abrazar al cielo con sus ramas.
Y entonces, lo vi.
Steve, con su casaca azul y su guitarra en la espalda, caminando hacia mí como si me hubiera estado buscando desde siempre.
—¿Estás escapando del alboroto de la cabaña también? —me preguntó.
—Escapando de Avril, más específicamente. Me dijo otra vez “rubia bamba” y que seguro uso lentillas. Creo que si me lo repite una vez más, la reprendo en hebreo —dije rodando los ojos.
Steve soltó una risita.
—No sabía que los insultos podían ser tan... poco creativos.
—Yo tampoco. A este paso me va a decir "rubia clonada con brillo de unicornio".
Nos reímos, y luego el silencio se hizo cómodo entre nosotros.
El tipo de silencio que no incomoda, sino que abraza.
Entonces, Steve se sentó a mi lado.
—Mariana… quiero preguntarte algo. Y quiero que me respondas con total libertad, ¿sí?
Tragué saliva. ¿Va a confesar que tiene alergia a las chicas dramáticas y no puede estar cerca mío? ¿Que en realidad está comprometido con una misionera canadiense que conoció en un retiro anterior?
—Sí, claro. ¿Qué pasa?
—Quiero que seas mi novia. Formalmente.
Boom. Así.
Como si hubiera soltado una granada romántica en mi corazón.
¡¿QUÉ?! ¡¿ACASO MI OÍDO ESTÁ FUNCIONANDO MAL?! ¿ME PIDIERON QUE SEA NOVIA DE UN CHICO QUE CANTA COMO ÁNGEL Y ORA COMO GUERRERO DE RODILLAS?!