Era el segundo día después de la fogata romántica, el beso, y mi ascenso al cielo (metafórico, aún no me moría). Todo era paz y amor… hasta que llegó él.
—Chicos, él es Alan —anunció el coordinador del campamento, sonriendo como si acabara de presentar al Mesías adolescente—. Se unirá a algunas dinámicas con nosotros. Llega de otro campamento cercano y estará aquí por dos días.
Alan sonrió.
Era alto. De esos altos que te hacen torcer el cuello para saludar.
Pelo castaño, rulos rebeldes, y una sonrisa canina.
Llevaba una camiseta blanca con un versículo impreso: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
“Todo lo coqueteo si me das chance”.
—¿Tú eres Mariana? —me dijo, ni bien llegó.
Yo parpadeé.
—Sí. ¿Nos conocemos?
—No, pero te vi ayer cuando cantabas en la dinámica. Tienes una sonrisa muy… angelical.
Este flaco no sabe que mi ángel se llama Steve y tiene licencia para poner límites como buen varón de Dios.
Antes de poder responderle, Steve apareció a mi costado como si lo hubieran invocado con una oración silenciosa.
—Hola, Alan. Soy Steve. Novio de Mariana.
Boom.
Lo dijo. Así. Como varón, como si acabara de poner una muralla alrededor mío.
Alan levantó las cejas.
—Ah… no sabía. Felicidades, bro. Muy linda tu novia.
Steve no respondió. Solo sonrió. Pero esa sonrisa tenía el brillo de “Si te acercas un centímetro más, te disciplino en oración con salmos de guerra”.
—¿Todo bien? —le pregunté cuando Alan se fue con los demás.
—Sí. Solo… cuidando lo que Dios me dio.
Mi corazón explotó.
Alguien detenga a este hombre antes de que me arrodille aquí mismo y diga “sí, acepto” con ramo de flores imaginario.
—Gracias —susurré.
—No me des las gracias… solo no te enamores de nadie más en este campamento.
—No podría. Ya tengo al mejor.
Nos reímos. Nos abrazamos. Y sí… Steve me dio un beso en la frente que activó mi modo esposa por tres segundos.
Pero claro… esto no se iba a quedar ahí. Alan no era del tipo que se alejaba sin volver.
Dios mío, dame paciencia, pero si se puede... también una forma creativa de espantar pretendientes con salmo 91 en spray.
—¡Vamos a hacer equipos para la competencia de esta tarde! —gritó el coordinador con voz de campamento feliz nivel Jesús me ama, pero también le gustan las guerras de globos con propósito.
—¿Equipos? ¿Por colores? ¿Por nombres bíblicos? ¿Por compatibilidad zodiacal cristiana? —pregunté a Natali en voz baja.
—Cállate, Mari. ¡Están sacando papelitos! —dijo emocionada.
Así que sí, sacamos papelitos de una bolsa para formar los equipos. Yo estiré la mano, saqué uno… y lo leí.
EQUIPO AMARILLO.
Volteé… y lo vi.
Alan.
Sonriéndome con su papelito amarillo también.
—Mira tú… el cielo quiere que compartamos equipo —me dijo, guiñando un ojo.
El cielo está ocupado con guerras espirituales, Alan. Esto fue Satanás. Estoy segura.
Y mientras le mandaba mentalmente un salmo de advertencia, escuché un gruñido contenido.
Era Steve. Con su papelito en mano.
EQUIPO VERDE.
Y a su lado… Avril. Con su sonrisa de “me puse gloss antes del culto”.
—Bueno, qué casualidad —dijo ella—. Parece que vamos a compartir muchas cosas hoy.
Steve tragó saliva. Yo también. Pero por distintas razones.
—Dios, si querías probar mi carácter, ¡habérmelo dicho sin meter a Avril en mi pareja de mi novio! —murmuré.
—¿Qué dijiste? —preguntó Percy.
—Nada. Estoy… alabando en lenguas interiores.
Mientras nos dividíamos por grupos, Percy me lanzó una mirada dramática.
—Ese Alan te está viendo como si fueras la tierra prometida.
—Pues que sepa que esta tierra ya tiene dueño. Se llama Steve. Y es Montesanto. Glorioso el varón.
—¡Amén! —gritó Javier, de la nada, solo por el chisme.
Nos reímos, pero no por mucho. La competencia comenzó.
Primera prueba: Carrera con huevos en cucharas.
Yo, corriendo con la cuchara, con Alan al lado dándome ánimos.
—Tú puedes, Mari. Eres ligera como una pluma, segura como una roca.
¿Por qué habla como predicador motivacional? ¿Y por qué me tiembla la cucharita?
Mientras tanto, al otro lado del campo, Steve iba al lado de Avril. Ella, toda coqueta, fingía torpezas.