Luz Entre Los Pinos

HERMOSA CON H DE HASTA QUE NOS VEAN BESANDONOS

A veces, una chica solo quiere tener una tarde tranquila en el campamento, sin sobresaltos, sin conflictos… sin pelinegras con puntas rosadas.

Pero no.
Eso sería demasiado pedir.

Todo empezó cuando Steve me llamó para “caminar un ratito por el bosque”. Y cuando digo “caminar”, me refiero a estar con su mano entrelazada con la mía, hablándonos bajito como si estuviéramos en una novela cristiana de esas que terminan en boda.

—¿Sabes qué me encanta de ti, Mari? —preguntó mientras avanzábamos entre los árboles.

—¿Mi sentido del humor? ¿Mi fe? ¿Mi habilidad para caerme en todas las actividades físicas?

Él rió. Esa risa suya que es como si el cielo te hablara.

—Todo eso. Pero más que nada… lo hermosa que eres.

Alerta, alerta, que alguien me pase una Biblia porque voy a desmayarme con dignidad.

—¿En serio? —pregunté, con esa vocecita de “no me lo creo, pero repítelo”.

—En serio. Hermosa por dentro y por fuera. Y no me refiero solo a tu cabello ni a tus ojos. Es todo. Tu corazón, tu forma de amar a Dios, cómo haces reír a todos sin intentarlo.
¿Esto es real o estoy en coma y esto es el cielo? Porque, wow.

Y fue entonces, como si el cielo dijera “ahora, mis hijos”, que nos besamos.

Lento.
Suave.
Santo, pero con mariposas que hacían danza litúrgica en mi estómago.

Y justo cuando todo era perfecto… la pesadilla con cabello bicolor apareció.

—¡Ajá! —gritó Avril desde unos arbustos que claramente no la ocultaban—. ¡Lo sabía! ¡Están rompiendo las reglas del campamento! ¡Voy a decirle a la líder!

Me giré tan rápido que casi me saco un músculo del cuello.

—¿Qué haces ahí escondida como personaje de telenovela?

—¡Estoy protegiendo el orden moral del campamento!

—Avril, estás detrás de un arbusto con un cuaderno, ¡como detective de secundaria cristiana!

Ella se puso roja. Y no por vergüenza, no. Por ira, porque Steve no le prestaba atención.

—Steve, tú no eras así. Pensé que eras un chico de oración, no de tentación.

Steve levantó una ceja, sin soltar mi mano.

—Sigo siéndolo. Pero si besar a mi futura esposa con respeto es tu escándalo… ora por mí.

POW. KO. FATALITY ESPIRITUAL.

Yo estaba a punto de aplaudirle, pero decidí hacer algo mejor.

Me volví hacia él, tomé su rostro entre mis manos, y lo besé otra vez.
Largo.
Con intención.
Con la bendición del cielo (y quizás la desaprobación de Avril, que ya estaba buscando su botella de agua bendita).

Cuando terminamos, Steve sonrió con los ojos cerrados.

—Definitivamente eres mi bendición favorita.

—Y tú eres mi oración respondida con extra de ternura.

Avril nos miraba como si quisiera lanzarnos aceite ungido.

—¡Yo también soy bonita! ¡Tengo puntas rosadas! ¡Y sé cantar “Océanos” en inglés! —gritó, desesperada.

Percy (que apareció de la nada con su galleta en mano) murmuró:

—Alguien quítele el wifi a esa chica…

Y se fue caminando como quien ya vio demasiado.

Yo solo me abracé a Steve, riendo.
Porque el amor no se trata de competir.
Ni de quién llama más la atención.
Sino de ver con los ojos de Dios.

Y Steve… me veía así.
Como si yo fuera lo más brillante del campamento.
Incluso con el cabello despeinado y el corazón a punto de explotar.

Me abrazaba fuerte, como si no importara que el resto del campamento estuviera a unos pasos. Como si fuéramos solo él y yo, y un cielo lleno de estrellas que nos miraban como testigos celestiales.

—¿Estás bien? —susurró Steve cerca de mi oído.

—Más que bien —respondí—. Aunque Avril me haya vuelto a llamar “rubia bamba”.

—Eres rubia de la cabeza, castaña del alma y dorada del corazón. —dijo con esa sonrisa que debería estar ilegalizada.

Ay, Señor… ya te pedí un varón de Dios. No pensé que me ibas a mandar uno tan hermoso que me haga cuestionar si esto es tentación o bendición.

—¿Y sabes qué más? —añadió él mientras me apartaba un mechón de cabello del rostro—. Si tuviera que elegir a alguien para ver cada día de mi vida despeinada, medio loca y con pensamientos en modo terremoto… te elegiría a ti, Mariana.

Ok. Jesús, llévame ya. Estoy lista para ascender. Abandono el cuerpo. Me voy en espíritu.

—¿Y si solo me haces un pan con mantequilla? —le dije como escape cómico, porque si seguía así, lo besaba otra vez delante del fuego y los líderes, y terminaban imponiéndonos manos.

Steve rió. Esa risa… suave, dulce, limpia. Como cuando ves un atardecer desde el cerro sin necesidad de foto porque sabes que ya se grabó en tu alma.

—Te voy a preparar mil —me prometió—. Pero primero… vamos con los demás. Percy va a pensar que nos fugamos a orar en lenguas.

Me solté de su abrazo con esfuerzo porque, sinceramente, si pudiera vivir ahí para siempre, lo haría. Pero asentí y fuimos de regreso al grupo.

Percy nos vio llegar y levantó las cejas.

—¿Y estos dos? ¿Dónde estaban? ¿Recibiendo revelación profética?

—Algo así —dijo Steve, mientras me pasaba la mano por la espalda suavemente.

—Yo me revelé contra el frío —agregó Javier, tiritando con su polera.

—Yo me revelé contra Avril —dije, sentándome con cuidado—. Pero el Espíritu Santo me retuvo.

Natali soltó una carcajada.

—Hermana, ese versículo no está en la Biblia, pero debería.

Pasamos el resto de la noche hablando de todo y de nada. Hablamos de nuestros testimonios, de las canciones que nos hacían llorar, de las veces que sentimos que Dios nos abrazaba sin necesidad de palabras.

Y entonces, la guitarra sonó otra vez.

Steve tomó asiento y comenzó a tocar “Aquí Estoy”, una de esas canciones que me hacían sentir chiquita y amada al mismo tiempo.

Cantamos bajito.

No para el campamento.



#6094 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 15.07.2025

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