Luz Entre Los Pinos

EL CAMPAMENTO NO DESCANSA

Todo iba demasiado bien. El clima: perfecto. El devocional: llorado. Steve: hermoso como siempre.
Y mi corazón: en paz, como cuando pones tu playlist de adoración favorita y no te interrumpen con anuncios.

Hasta que apareció.

Alan.

Así, de la nada, como personaje que se saltó tres capítulos y dijo: “ya vine, bésenme o péguenme”.

Llegó con una mochila gigante, cara de “me perdí, pero no lo admito”, y saludó como si todos lo estuvieran esperando.

—¿Qué hace ese? —susurró Natali, pegada a mi hombro.

—Es solo Alan —le respondí, con cara de “Dios mío, tú sabías que no estaba lista”.

Steve lo miró con educación, porque es Steve, pero su mandíbula se tensó como si su espíritu discerniera “interrupción venidera”.

—¡Mariana! —exclamó Alan al verme—. ¡Qué bendición verte otra vez! Justo estaba orando y sentí que debía verte.

Sí. Claro. Porque Dios manda señales, pero no spoilers de pretendientes.

—Alan… qué sorpresa —dije, medio abrazándolo porque la educación cristiana me lo exigía, pero mi columna estaba en modo “escape”.

Y entonces… apareció ella.

Avril.

Con su botella de agua bendita colgando, su cuaderno de reglas del campamento, y su nuevo look: moñito alto, labios brillantes y las famosas puntas rosadas que ya merecen crédito como otro personaje.

—¡Alan! —dijo con tono de “cielos abiertos”—. qué bendición inesperada.

Alan sonrió. Yo contuve la risa. Porque lo vi. Vi cómo sus ojos cambiaron de “vine por propósito espiritual” a “ajá, hay puntas rosadas en la atmósfera”.

—Hola, Avril. Estás… diferente. —Alan fue diplomático, pero sus cejas subieron como si dijeran “wow, eso no lo vi venir”.

Y en menos de cinco minutos, estaban jugando vóley juntos. Sí, vóley. Porque al parecer Avril organizó una “tarde deportiva por la santidad” (así la llamó) y nadie se atrevió a decirle que no.

Steve se me acercó, observando la escena con media sonrisa.

—¿Eso es vóley o una batalla de flirt profético?

—Es Avril en modo “si el enemigo no descansa, yo tampoco —respondí, mientras observábamos cómo lanzaba la pelota con fuerza y luego decía “¡Gloria a Dios!” cuando hacía punto.

Alan, por su parte, no sabía si jugar o declarar su testimonio en voz alta. Cada vez que Avril anotaba, ella lo miraba como si hubiera multiplicado los peces.

—Alan está en peligro —dijo Percy, apareciendo con su galleta de siempre.

—¿Por qué? —pregunté, sin dejar de mirar a los jugadores.

—Porque Avril ya sacó su lista de oración. Y si lo incluye, ya no hay escape.

Yo me reí

Más tarde, durante la merienda, Alan se sentó a mi lado. Con naturalidad. Como si no hubieran pasado meses. Como si Steve no existiera. Como si Avril no estuviera a diez pasos, orando en su cuaderno con caligrafía de guerra espiritual.

—¿Cómo estás, Mari? —preguntó, usando ese tono suave que usaba cuando quería ser profundo.

—Bien. En paz. ¿Y tú?

—Una amiga me habló del campamento. Sentí que debía venir. Me sentía desconectado… y te conocí a ti.

Steve apareció justo en ese momento. Como si el cielo dijera: “no, no, mi hijo, aquí hay orden.”

Se sentó a mi otro lado, saludó a Alan con educación… y luego me pasó una galleta como diciendo “esta es mi forma de marcar territorio sin dejar de ser cristiano”.

—Gracias —le dije, mirándolo. Y él solo asintió, seguro, tranquilo, él.

Alan captó todo. No fue tonto. Porque lo notó: Steve, siempre será Steve el dueño de mi corazón

Yo tenía paz. Tenía dirección. Tenía a Steve… y teníamos a Dios.

Mientras todos se reían con un juego de “preguntas cristianas incómodas”, Avril se sentó al lado de Alan, estratégicamente. Le ofreció su libreta, una lista de canciones en inglés y una pulsera con el versículo bordado.

—¿Sabes cantar “Océanos”? —le preguntó, casi en susurro.

—Sí —respondió él—, pero no como tú, seguro.

Y yo no podía más. Me abracé a Steve por reflejo. No por marcar territorio. Sino porque ese chico… era mi lugar seguro. Mi risa, mi canción, mi oración respondida.

—¿Todo bien? —me preguntó al oído.

—Sí —respondí, mirándolo—. Solo agradeciendo por las oraciones que Dios sí contestó.

Él sonrió. Me besó la frente. Y mientras Avril intentaba coordinar un dueto con Alan, yo solo supe una cosa:

La paz no viene del que regresa, sino del que permanece.

Y Steve… permanecía.



#3481 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 31.07.2025

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