Luz Entre Los Pinos

FINAL CON PROPÓSITO

La última mañana del campamento siempre tiene un sabor extraño. Como cuando terminas una canción muy buena: quieres repetirla, pero también sabes que la magia estaba en vivirla una sola vez.

Desperté antes que todas. Afuera, el sol apenas se animaba a pintar de dorado las hojas. Me senté en silencio con mi cuaderno en las piernas.
Escribí:
“Gracias, Dios. No por lo que entendí, sino por lo que ya no necesito entender.”

Unas horas después, todos estábamos empacando.
Avril corría de un lado al otro buscando su Biblia edición púrpura con páginas brillantes que, según ella, “traían más revelación si las leías con café”.

Steve apareció con su mochila en el hombro, despeinado, con cara de “me acabo de despertar y sigo siendo tu crush aprobado por el cielo”.

—¿Desayunaste? —me preguntó, ofreciéndome una manzana.

—Solo si me das también la oración con la que la bendeciste —le respondí, riendo.

Nos sentamos bajo un árbol mientras el resto seguía gritando, cantando, tropezando con carpas. Él tomó mi mano con cuidado, como si fuera la primera vez. Como si supiera que, aunque todo estuviera dicho, aún quedaban palabras por orar.

—¿Y ahora qué? —le pregunté, suave.

—Ahora… volvemos al mundo real. Pero con lo que ganamos aquí —respondió—. No quiero que esto se quede en el campamento. Quiero seguir orando contigo. Reír contigo. Seguir el plan de Dios… contigo.

Mi corazón hizo una voltereta tan fuerte que creo que mi alma gritó “¡Gloria!”

—¿Y si se pone difícil?

—Entonces doblamos rodillas. Y si duele… adoramos más fuerte.

—¿Y si un día me pongo insoportable?

—Entonces oraré en lenguas. Pero no me iré —sonrió.

Y yo ya no supe si abrazarlo, besarlo o entregarle las llaves de mi corazón y la contraseña de mi Spotify.

Nos levantamos justo cuando la líder llamó a todos al círculo final. La famosa “ronda del cierre”.
Donde los valientes lloran, los tímidos se abrazan, y Avril aprovecha para dar su testimonio extendido.

—Quiero agradecer a Dios —dijo ella, con la voz emocionada—. Porque este campamento me recordó que no todo se trata de ser la más vista, sino de ser vista por Él.

Todos hicimos un sonoro: “Awww”.
Y Avril lloró. Literalmente. Con lágrimas que parecían edición especial de película cristiana.

—Y también quiero pedirle perdón a Mariana —añadió de pronto, entre sollozos—. Por mis comentarios, por compararme, por… bueno, por lo de “rubia bamba”.

Yo me quedé en shock. Steve me miró como si dijera “¡Es real! ¡Está sucediendo!”

Avancé un paso. La abracé. Y le susurré:

—Tú también brillas, Avril. Solo que a veces… usas luces estroboscópicas.

Ella rió entre mocos y lágrimas.

—Gracias, hermana. Y si un día me caso… quiero que cantes en mi boda.

—Solo si no es en inglés —le dije, y ambas reímos fuerte.

Después vino el último canto.
“Ven, Espíritu, ven.”
Cantamos con los ojos cerrados, con el alma abierta, con el corazón listo.

Y mientras todos oraban, yo sentí que Dios me susurraba algo:

“Este amor, hija… es respuesta, no casualidad.”

Abrí los ojos.
Steve estaba arrodillado.
Orando.
Por nosotros.
Por mí.

Y yo no tuve dudas.

Cuando subimos al bus, me senté a su lado. Esta vez sin necesidad de esconder nada. Sin miedo. Sin confusión. Sin “y si…”

Apoyé mi cabeza en su hombro, mientras el bus arrancaba.
Percy dormía con su galleta mordida en la mano.
Avril ya estaba contando planes de evangelizar en Corea del Sur.
Alan sonreía desde su asiento, en paz. Por fin.

Y yo…
Yo no pensaba en lo que podía pasar.
Pensaba en lo que ya estaba pasando.

Un amor que ora.
Que espera.
Que ríe.
Que no se esconde detrás de fuegos artificiales, porque tiene fuego… del verdadero.

Steve tomó mi mano sin decir nada.

Y yo solo cerré los ojos, sonriendo, sabiendo que ya no necesitaba señales.

Él era mi señal.
Él y esa paz que no gritaba… pero lo decía todo.

Amén.

Con punto final.

La carretera se extendía frente a nosotros, rodeada de árboles que parecían saludar con sus ramas mientras el bus avanzaba lento, como si también supiera que no queríamos irnos todavía.

Steve y yo seguíamos en silencio, pero de esos que no pesan.
De los que abrigan.
De los que solo existen cuando el corazón habla más fuerte que la boca.

—¿En qué piensas? —le pregunté bajito, sin abrir los ojos.

—En nosotros —respondió, sin dudar—. En lo que Dios está haciendo. En cómo… quiero honrarte bien. Con pasos firmes. Con dirección. Con propósito.



#6603 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 31.07.2025

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