Luz Entre Los Pinos

EPÍLOGO

Siete años después del campamento.
Siete años después del primer beso lleno de oración.
Siete años después de decir: “caminemos juntos, pero con Dios al centro”…
Hoy, por fin, decimos .

El cielo está despejado.
Los pinos se mecen con el viento como si danzaran.
Y yo… estoy vestida de blanco.
No porque me haga santa el vestido, sino porque he sido lavada, procesada y amada por un Dios que sabe escribir historias que sanan.

Estoy detrás del arco de flores, esperando la señal.
Mi corazón late con fuerza, pero no de nervios…
De honra.
Porque el hombre que me espera al otro lado del pasillo no solo es mi amor…
Es mi compañero de oración, mi mejor amigo, mi milagro con nombre propio.

Steve.

—¿Lista? —me pregunta Percy, con los ojos llorosos. Él es el que me entrega. Claro que sí. El más comelón, el más gracioso, el más hermano.

—Lista desde hace siete años —respondo, sonriendo.

La música comienza. No es clásica. Es una canción suave, de adoración. Porque esto no es solo una boda.
Es un altar.

Camino lento. Veo rostros conocidos:
Avril, que ahora es una evangelista en TikTok, llora con un abanico en la mano.
Sara, recién llegada de África, me guiña un ojo con una sonrisa luminosa, Me hubiese encantado que Natali y Javier también estuvieran aquí, pero en mi corazón sé que mis dos queridos amigos me acompañan desde el cielo.
Percy… camina conmigo, diciéndome bajito:
—Si me caigo, sigue caminando tú. Yo predico desde el suelo si es necesario.

La risa me tiembla en los labios, pero las lágrimas también.
Y entonces… lo veo.

Steve.

Con su traje gris claro, con los ojos brillantes.
Me mira como si ya supiera lo que va a prometer.
Como si mis pasos fueran respuesta a todas sus oraciones.

Cuando llego a su lado, Percy me entrega y dice:

—Hermano, aquí tienes a la mejor galleta del cielo. Cuídala. Protégela. Y dale pan con mantequilla cuando lo necesite.

Las carcajadas suenan, pero luego… el silencio.

El pastor habla, pero yo solo oigo su voz cuando dice:

—¿Prometes amar a Mariana como Cristo amó a la Iglesia?

Steve me mira. Y no duda.

—Sí. Y prometo orar con ella cuando llore, reír con ella cuando el gozo rebose, y nunca soltar su mano, ni siquiera cuando la fe flaquee. Porque Dios no nos unió por emoción… sino por propósito.

Respiro hondo. Es mi turno.

—¿Prometes amar a Steve…?

—Sí. Pero más que prometerle amor, le prometo buscar a Dios con él. En los días de sol y en los de batalla. Prometo ver en él no solo a un esposo… sino a un hijo del Rey. Y recordarle, cada día, que fue escogido. Que es suficiente. Que su llamado es real.

El silencio cae como aceite sobre todos.
Santo. Suave. Sincero.

—Los declaro marido y mujer —dice el pastor—. Pueden besarse… para la gloria de Dios.

Y entonces lo beso.
No como en las películas.
Sino como quien sabe que este amor cruzó fuegos, desiertos y promesas tardías.

Y el cielo… yo lo siento aplaudir.

Horas después, en la recepción, mientras bailamos bajo luces colgadas entre los pinos, Steve me susurra:

—¿Sabes qué es lo más hermoso?

—¿Qué?

—Que no es el final feliz. Es el inicio… del capítulo eterno.

—Contigo —digo, apoyando la cabeza en su pecho.

—Y con Él en medio —responde.

Percy sube a un mini escenario improvisado, con un micro en mano.

—Bueno, familia espiritual… ¡que Dios bendiga esta unión! ¡Y que nos inviten cuando tengan su primer bebé, para imponerle manos y apodos raros!

Todos ríen.
Avril lanza pétalos al aire como si estuviera en una película.
Sara ora en silencio con una sonrisa.
Y yo… simplemente vivo.

Porque este amor no es cuento.
Es testimonio.
Es prueba de que cuando Dios escribe la historia… no hay maldito que impida el final bendecido.



#6477 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 31.07.2025

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