Aletha
Siempre creí que el amor haría un gran alboroto al presentarse, y quizás por eso no lo supe reconocer cuando llegó en silencio, avanzando con pasos suaves y la paciencia de quien no tiene prisa por entrar en mi vida.
Ese día, Romeo no pronunció nada extraordinario. No realizó ningún gesto inusual. Simplemente me miró, tal como lo ha hecho en tantas ocasiones anteriores: con una calma profunda y una ternura envolvente, como si ya conociera todas las palabras que aún guardo en mi interior.
Sin embargo, esta vez… sentí algo diferente.
Quizás no fue él quien cambió. Tal vez fui yo, que finalmente logré bajar mis defensas lo suficiente como para permitir que su cercanía me tocara sin que eso me provocara dolor.
Eso me doy cuenta mientras caminamos juntos, uno al lado del otro, sin rozarnos, sin intercambiar demasiadas palabras. Hay algo en el ambiente… en la manera en que su presencia me envuelve… que me impulsa a querer estar un poco más cerca de él.
Y por primera vez, no me lo prohibo.
En esta etapa de la historia de mi vida, la atmósfera se llena de una mezcla palpable de expectativa y emoción. Romeo, con una mirada decidida que brilla intensamente en sus ojos, se acerca a mí. Su expresión es clara y revela sus intenciones de una manera que no puedo ignorar. A medida que nuestras palabras fluyen de un lado a otro, percibo cómo la tensión en el ambiente se intensifica, como si el tiempo se estuviera deteniendo por un instante, permitiéndonos habitar solo este momento.
Finalmente, tras unos nerviosos titubeos que me llenan de incertidumbre, él toma una profunda y significativa respiración. Con lo que parece ser una gran concentración, reúne el valor necesario para abrir su corazón y revelarme lo que realmente siente por mí. Con un tono sincero y esperanzado, formuló la pregunta que cambiaría todo: si estaría dispuesta a ser su novia. En ese instante, mi corazón late con fuerza, resonando en mi pecho mientras sus palabras flotan en el aire, reverberando en mi mente y llenándome de incredulidad.
El instante está impregnado de una dulzura única, y, aunque mis pensamientos son agitados, mi respuesta se presenta de manera casi instintiva. Después de una breve pausa que se siente interminable, no puedo evitar sonreír y, con una mezcla de alegría y emoción, le respondo que sí. En ese momento, una oleada de felicidad invade cada rincón de mi ser, como si todo el universo conspirara para celebrar este pequeño gran logro. Sé que este es un paso significativo en el desarrollo de nuestra relación, y mientras una suave brisa acaricia nuestros rostros y juega con nuestros cabellos, me doy cuenta de que hemos comenzado juntos un nuevo y emocionante capítulo en nuestras vidas.
Ha pasado un tiempo considerable desde la última vez que me sentí verdaderamente protegida junto a Romeo. Sin embargo, debo confesar que hay algo dentro de mí que se siente atraído hacia él. Su mirada penetrante, su sonrisa cálida y la serenidad que irradia me envuelven de una manera especial. Su presencia tiene un efecto en mí que me transporta, como si estuviese flotando entre suavísimas nubes, llenas de calma y paz. A pesar de la fragilidad de mis sentimientos, no puedo ignorar lo que siento; su esencia me conmueve profundamente.
Y entonces sucede.
Romeo toma mi mano con delicadeza. No es un gesto brusco, ni tiene prisa; es suave, casi tembloroso, como si él también estuviera experimentando esta conexión por primera vez. Sus dedos se entrelazan con los míos de una manera tan natural que me deja sin palabras. Simplemente lo miro a los ojos.
Y entonces, él me sonríe.
Una de esas sonrisas pequeñas y contenidas que parecen abarcar todo lo que sentimos, sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
—Gracias —murmura—. Por tener confianza en mí. Por decirme que sí.
El ritmo de mi corazón se acelera. No sé cómo manejar tanta ternura que me invade, así que hago lo único que mi cuerpo me permite en ese instante: apoyo mi frente suavemente contra su hombro y cierro los ojos. Por un breve momento, me permito simplemente estar así, en paz y en silencio.
El mundo sigue su curso. El viento sopla suavemente entre las ramas de los árboles. Las luces del parque comienzan a encenderse, titilando como luciérnagas tímidas en la penumbra. Pero aquí, a su lado, todo parece haber encontrado un alto. Es como si el universo, en un acto de magia, nos hubiera regalado este instante para recordarnos que lo simple… también puede ser extraordinario.
No necesito una promesa. No necesito que él diga nada más.
Solo deseo atesorar este momento.
Solo nosotros.
Y, por primera vez, siento que no tengo que ocultar lo que llevo dentro.
Porque ahora… ya no estoy sola en este camino.
Me separo lentamente de su hombro, pero no suelto su mano. La mía permanece entrelazada con la suya, como si temiera que, al dejarla ir, todo esto podría desvanecerse en un suspiro.
Lo miro de nuevo. Él también sostiene mi mirada. No lo hace como alguien que espera una respuesta, sino como alguien que simplemente está aquí, presente. Aceptando quién soy, lo que siento y lo que aún no sé cómo expresar.
—No prometas quedarte para siempre —le digo, con una voz que casi me resulta ajena.
—No lo haré —responde con suavidad—. Solo te prometo que estaré a tu lado cada día que tú quieras que lo haga.
Y, de alguna manera, eso me da tranquilidad. Porque no busco un amor que me limite. Quiero uno que me elija cada día, tal como lo ha hecho hoy.
Nos levantamos de la banca sin pronunciar mucho más. Continuamos caminando por el sendero del parque, uno al lado del otro, nuestras manos aún unidas en un lazo que parece inquebrantable.
La noche se ha asentado por completo, pero no siento frío. Romeo me ofrece su sudadera sin que yo lo pida, como si ya supiera que soy de esas personas que siempre sienten un poco más de lo que exteriorizan.