Luz entre mis sombras

El capítulo 9 Él me miro y me vi a través de sus ojos,

Aletha

Experimento una revelación extraordinaria al darme cuenta de que él me observa con una intensidad única. Su mirada no se limita a alcanzarme físicamente; más bien, parece atravesar mi ser, desnudando mis pensamientos y emociones más profundos y ocultos.

A medida que nuestros ojos se encuentran, empiezo a notar que puedo ver mi propia esencia reflejada en su mirada. Es como si la forma en que él me ve estuviese transformando mi percepción sobre mí misma. Este momento de reconocimiento va más allá de lo superficial; se convierte en un intercambio emocional que nos permite entendernos de maneras que antes parecían inalcanzables y lejanas.

La intensidad de esta experiencia genera un torrente de sentimientos en mí, donde la vulnerabilidad y la fortaleza se entrelazan de una manera inesperada. Es un viaje de introspección que me invita a sentir junto a Romeo, a compartir la asombrosa experiencia de ver el mundo a través de los ojos de alguien que, de repente, ha adquirido un papel central en mi vida.

En este capítulo de mi existencia, se exploran temas profundos como la empatía, la conexión humana y el descubrimiento personal. La mirada se transforma en un símbolo poderoso, un puente entre dos almas que, a través de su conexión, logran comprenderse en un nivel más profundo y significativo que jamás habían imaginado.
Hay una frase que dice así
A veces, solo es necesario que una persona te mire con cariño y afecto para que comiences a descubrir en ti mismo lo que durante tanto tiempo te resististe a aceptar: que tú también eres luz, a pesar de que lleves contigo todas tus sombras.

A menudo me pregunto cuántas veces he mirado mi reflejo sin realmente ver quién soy. Cuántas ocasiones he pasado frente al espejo, enfocándome en mis defectos y mis imperfecciones, en lugar de permitirme reconocer y celebrar la luz que hay dentro de mí.

Y aquí estoy, en este preciso instante, frente a ese espejo humano que es él. Siento que, por primera vez, alguien tiene la capacidad de ver más allá de mis gestos superficiales, de mi tono de voz y de las cicatrices que llevo en mi interior. No solo me observa; me está reconociendo en toda mi esencia. Y en esa conexión, descubro una parte de mí que había estado olvidada, una versión más fuerte, más llena de vida y más digna de amor.

No logro entender cómo lo hace; quizás es gracias a su serenidad, a esa manera en la que no me presiona para que cambie o sea diferente. Lo único que sé es que, en el momento en que me mira de esa forma tan especial, yo también empiezo a mirarme con mayor ternura y comprensión.

Sus ojos permanecen fijos en mí, como si el tiempo hubiera aprendido a suspenderse en este instante. Y yo no siento la necesidad de escapar. No esta vez. Quiero quedarme ahí, atrapada en esa mirada que no emite juicios, que no formula preguntas, que simplemente me sostiene con su profundidad.

—¿Te gustaría que fuéramos a algún lugar? —me pregunta, rompiendo el silencio con una dulzura que acaricia mi alma.

—¿A dónde? —respondo, intrigada.

—A ver el mar. A veces, cuando uno se siente lleno por dentro… solo el océano sabe cómo aquietarlo.

Asiento, no por compromiso, sino porque de repente siento una necesidad extraña y urgente de confrontar algo inmenso, algo que me recuerde que todo —lo bueno, lo difícil y lo incierto— tiene un lugar en este vasto mundo.

El trayecto transcurre en calma. No hay muchas palabras entre nosotros. La radio suena suavemente en segundo plano, mientras el viento entra por la ventanilla, desordenando un poco mi cabello y permitiéndome organizar mis pensamientos en un silencio cómodo. Él me lanza, de tanto en tanto, miradas suaves, como si quisiera asegurarse de que estoy bien, sin necesidad de pronunciar palabras. Y sí, me siento bien. Estoy en el proceso de aprender a estar bien.

Al llegar, el cielo ya comienza a pintarse con tonos suaves. El sol, al descender, deja un camino de luz dorada que se refleja sobre el agua. En la distancia, el mar ruge, y siento que algo dentro de mí también empieza a liberarse.

Decidimos quitarnos los zapatos. Caminamos juntos por la orilla, sin prisa, como si el tiempo no tuviera prisa por avanzar. La espuma del agua acaricia nuestros pies, y el aire salado me alborota el cabello. Romeo se mantiene a mi lado en silencio, como si entendiera que este momento no necesita ser verbalizado.

Me detengo un instante para contemplar el horizonte, y él también se detiene a mi lado.

—Gracias por traerme aquí —le digo, sintiéndome agradecida.

—Gracias a ti por dejarte llevar —responde, con una sonrisa que ilumina su rostro.

Y en esa interacción tan simple y tan auténtica, descubro que existe una forma de amar que no pesa, que no hiere, que no exige. Una forma de amar que simplemente te toma de la mano y camina a tu lado, en perfecta armonía.
Nos quedamos contemplando el mar, mientras respiro profundamente, sintiendo cómo la calma y la paz inundan mi interior en este preciso momento. En ese instante, Romeo se acerca a mí y me envuelve en sus abrazos. En su calidez, encuentro una sensación de protección que me reconforta y me hace sentir segura.

Nos mantenemos así, en un profundo silencio, mientras el viento juega juguetonamente con mi cabello y la brisa salada acaricia nuestra piel. Sus brazos me envuelven de tal forma que se sienten como un hogar, como si realmente no hubiera un lugar más seguro en el mundo que este instante compartido entre el sonido del mar, su tierno abrazo y yo.

—¿Te das cuenta? —susurra Romeo, acercándose a mi oído con una suavidad casi mágica—. Estás sonriendo sin darte cuenta.

Me separo un poco, lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Y efectivamente, tengo una sonrisa. No es una de esas sonrisas amplias o exageradas, sino una de esas que brotan desde el interior, una sonrisa sincera y serena.

—¿Y sabes qué es lo mejor? —continúa él, su voz llena de calidez—. Que no necesitas fingir nada conmigo. No tienes que ser fuerte todo el tiempo.



#4826 en Novela romántica

En el texto hay: redes sociales, amor

Editado: 23.10.2025

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