capitulo 12 Ahora tengo un héroe, que es Romeo.

Aletha

En este análisis, el punto de atención se sitúa en la figura de Romeo, quien se erige como un auténtico símbolo de heroísmo y valentía. La narrativa se adentra en sus características, acciones y decisiones que lo han llevado a convertirse en un héroe a mis ojos. A través de un examen exhaustivo de sus cualidades, se pone de manifiesto cómo su coraje y determinación no solo lo definen, sino que también sirven de inspiración para quienes le rodean. Este aspecto revela la relevancia de contar con un modelo a seguir que encarne valores tan fundamentales como la nobleza y el sacrificio.

La dinámica entre Romeo y yo también se desarrolla a lo largo de la etapa, subrayando la profunda admiración y respeto que siento hacia él. Esta relación me lleva a reflexionar sobre la verdadera esencia del heroísmo y el impacto que cada uno de nosotros puede tener en la vida de los demás. Es un recordatorio de cómo nuestras acciones, por pequeñas que sean, pueden influir y motivar a quienes nos observan, convirtiendo momentos cotidianos en oportunidades para ser héroes en la vida de otros.

“No todos los héroes visten armaduras brillantes. Algunos llegan de manera silenciosa, con las manos vacías y un corazón dispuesto a acompañar.”

**Entrada en la libreta de Aletha:**

“Nunca imaginé que admirar a alguien pudiera provocar en mí una sensación tan profunda de calma, tan intensa en su verdad. Romeo no llegó a cambiar el rumbo de mi vida… sino que vino a compartir el viaje conmigo.

No me rescató de mi propia oscuridad. Más bien, se mantuvo a mi lado, esperando pacientemente. Estuvo allí para sostenerme en los momentos en que mis fuerzas empezaban a desvanecerse. Me miraba con una intensidad que decía que, a pesar de mis días más fracturados, yo seguía siendo digna, seguía siendo valiosa. Quizás esa sea la forma más extraordinaria de heroísmo que existe.

Hoy tengo claro que el amor no necesita hacer ruido para manifestar su fortaleza. A veces, simplemente se requiere de una mirada que no juzga, de una mano que no se aparta, y de una presencia constante que transmite el mensaje: ‘estoy aquí para ti, incluso si no lo solicitas.’

Ahora tengo a mi héroe. Y su nombre… me envuelve en una sensación de seguridad y paz.”
Cierro la libreta con sumo cuidado, como si en su interior guardara no solo palabras, sino una versión de mí que finalmente ha alcanzado la paz que tanto anhelaba. Permanezco en silencio por unos instantes, sintiendo cómo cada frase que he escrito se acomoda en mi ser, como si siempre hubieran estado en mí, esperando el momento adecuado para ser reconocidas y aceptadas.

Dirijo mi mirada hacia la ventana; el sol está en su ocaso, pintando el cielo con hermosos tonos cálidos y acogedores. Una suave brisa se cuela en la habitación, y en ese preciso instante, tengo la certeza de que algo ha cambiado. No en el mundo exterior. Es aquí, dentro de mí.

He dejado de esperar que el amor venga a rescatarme de mis propias batallas internas. Ya no me aferro a la ilusión de un “para siempre” que cure todas mis cicatrices. Ahora comprendo que lo realmente significativo no es que alguien venga a arreglar mis trozos rotos... sino que elija quedarse a mi lado mientras yo aprendo a abrazarme en mi totalidad.

Romeo se ha convertido en esa compañía invaluable. Ese silencio compartido que no ejerce presión. Esa mano tendida que no plantea exigencias. Ese amor que no alza la voz, pero cuya presencia se siente en lo más profundo del alma. Y eso… eso es más que suficiente para mí.

Me levanto con tranquilidad. Guardo la libreta con el esmero con el que se atesora un tesoro, y camino hacia el atardecer como alguien que, por fin, ha tomado la decisión de arraigarse en su propia vida, con todas sus complejidades y alegrías.

Porque ahora comprendo que el verdadero heroísmo también puede manifestarse a través del amor. Y que el amor genuino… también enseña a salvarse a sí misma.
Como una guerrera enfundada en una resplandeciente armadura, que se adentra en las tinieblas y se enfrenta a los peligros que acechan en las sombras de la oscuridad.

Tal vez el amor no apareció en mi vida con la intención de transformarla de manera drástica, sino más bien para demostrarme que es posible edificar una existencia plena desde un lugar de calma y serenidad. Aprendí que la ternura no debe ser vista como una señal de debilidad, sino como una fortaleza que enriquece nuestras relaciones. También entendí que el acto de permanecer, de elegir quedarnos, no se traduce en una resignación, sino en una decisión consciente de abrazar lo que nos rodea. Asimismo, reconocer que se puede vivir en armonía y paz con uno mismo es, en sí mismo, una forma valiente de enfrentar la vida.

Me acerco a la ventana y apoyo la frente contra el cristal, sintiendo el frío del vidrio contra mi piel. El cielo brilla intensamente, como si el universo me estuviera aplaudiendo en silencio por haber logrado llegar hasta este punto de mi vida. No se trata de haber hecho todo correctamente, sino de no rendirme en los momentos de mayor dolor. De haber permanecido firme. De haber tomado la decisión de elegirme a mí misma.

Respiro profundamente. El aire que llena mi pecho ya no se siente pesado, ni arde, ni causa dolor; simplemente se expande y me llena de una sensación de ligereza. Y por primera vez en mucho tiempo, reconozco que pertenezco a este momento, a este cuerpo, a esta historia. Pertenezco a mí misma.

Hecho un vistazo a mi alrededor, tomo una chaqueta ligera, me pongo los zapatos, y salgo sin prisa. No tengo un destino específico, pero sí una certeza que me guía: quiero caminar. Deseo seguir avanzando, sin la necesidad de escapar de nada. Las calles se bañan en la luz dorada del atardecer, y por primera vez en mucho tiempo, me siento como parte de la vida, en lugar de ser solo una observadora.

Al doblar una esquina, me detengo al reconocer una silueta familiar apoyada en la baranda de un pequeño puente que cruza el arroyo del parque. Es él. Romeo.