Aletha
exploraremos cómo nuestros sueños están impregnados de sentimientos y sensaciones que evocan la calidez de una taza de té caliente y el frescor de la lluvia. La conexión entre estos elementos nos lleva a un espacio donde la tranquilidad y la observación se mezclan , permitiendo que nuestras aspiraciones y deseos florezcan en un ambiente propicio para la reflexión y la calma. Aquí, los aromas y sonidos de la naturaleza se convierten en metáforas de nuestras aspiraciones más profundas, invitándonos a meternos en una experiencia sensorial que enriquece nuestra vida interior. A medida que avanzamos en este capítulo, descubriremos cómo estos elementos nos inspiran y guían en el camino hacia la realización de nuestros sueños, transformando lo cotidiano en algo extraordinario.
Hay tardes en las que los sueños no llegan desbordados de energía, ni se presentan con promesas luminosas y fascinantes. Existen momentos en los que se deslizan suavemente, como la lluvia que rocía el cristal de la ventana, mientras el vapor cálido de una taza de té envuelve mis manos fatigadas. Es en esos instantes, donde el mundo parece detenerse y el tiempo se torna casi intangible, que mi alma empieza a comunicarse con una claridad renovada.
Aquí, rodeado por el suave murmullo del agua que cae y el embriagador aroma de la infusión, me doy cuenta de que mis sueños no siempre se manifiestan de manera concreta. En ocasiones, solo son sensaciones etéreas: el anhelo de pertenecer a un lugar, la aspiración de crear algo verdaderamente hermoso, el deseo de vivir una existencia que me transmita paz interior. No son gritos que demandan atención, ni imposiciones que arrastran; en cambio, florecen en un silencio profundo, como esas ideas más íntimas que aguardan pacientemente ser reconocidas y valoradas.
Y en este contexto, la comprensión de algo sencillo pero profundamente poderoso se apodera de mí: soñar no siempre equivale a dar un salto audaz hacia lo desconocido. En ocasiones, se trata de sentarse con serenidad, de escuchar la melodía de la lluvia que cae, y de atreverse, una vez más, a imaginar la belleza que se encuentra en lo cotidiano, en los pequeños detalles de la vida que muchas veces pasamos por alto.
Con pasos sigilosos, Romeo ingresa en la habitación, como si tuviera un conocimiento instintivo de la delicada y sagrada naturaleza de ese momento. En sus manos lleva una segunda taza de té, y se aproxima con esa calma que lo define tan bien. Se sienta a mi lado en el pequeño sofá que se encuentra junto a la ventana, sin necesidad de formular ninguna pregunta. Durante un instante me observa, y luego me ofrece la taza humeante. Sus dedos tocan los míos con suavidad. Acepto su ofrecimiento en silencio, porque en esta tarde lluviosa, el lenguaje ha encontrado maneras diferentes de expresarse.
—¿Estás soñando? —pregunta con voz suave, como si temiera romper la melodía que la lluvia crea al caer.
Deslizo la cabeza en un asentimiento, acompañada de una leve sonrisa.
—No estoy soñando con los ojos cerrados —respondo—. Estoy soñando despierta… con cosas sencillas. Con una vida plácida. Con seguir escribiendo. Con un hogar que huela a pan recién horneado y a jazmín. Con la certeza de que no tengo que apresurarme para sentir que estoy avanzando.
Él da un sorbo a su taza y asiente. La luz tenue de la habitación se refleja en sus ojos, y parece que, al igual que yo, también está emprendiendo un viaje hacia un rincón profundo de su ser.
—Yo sueño con verte así —expresa, tras un largo silencio—. Serena. Sonriendo sin temor. Con el tiempo a tu favor. No tienes idea del poder que ello implica, Aletha.
Su manera de observarme, de dar forma a mis anhelos sin distorsionarlos, me recuerda que también existen sueños que se tejen en compañía. No es necesario que todos los sueños se sostengan en la soledad.
—¿Y tú? —le interrogo, sin apresurar su respuesta—. ¿Qué sueñas esta tarde?
Romeo deposita su taza sobre la mesa y se reclina un poco hacia atrás, como si su cuerpo también necesitara un respiro para recordar.
—Sueño con una vida en la que podamos levantarnos sin prisa. Con desayunos en silencio, con libros abiertos sobre la mesa y música suave de fondo. Con la posibilidad de seguir creciendo sin dejar de ser quienes somos.
Sus palabras flotan en el aire como un delicado perfume. No tienen peso. No exigen nada. Simplemente… están presentes.
Nos encontramos con la mirada durante un breve instante, sin necesidad de besos, toques o promesas. Solo existimos en este momento, compartiendo un mismo horizonte invisible, donde nuestros sueños comienzan a caminar en armonía.
Y en esa intersección silenciosa de té, lluvia y suspiros, comprendo que soñar también puede tomar la forma de esto:
Un susurro compartido.
Una taza tibia entre las manos.
Y alguien que no requiere que expliques… solo que no dejes de imaginar.
Después de haber compartido nuestros sueños, no siento la necesidad de llenar el silencio que se ha instalado entre nosotros. La lluvia sigue cayendo afuera, como si estuviera atenta a nuestra conversación, como si comprendiera que en esta habitación se está gestando algo a la vez sutil y poderoso.
Romeo coloca su brazo sobre el respaldo del sofá, y yo me dejo caer suavemente contra su pecho. Puedo escuchar los latidos de su corazón, tranquilos y constantes, y me pregunto si el mío ha comenzado a latir al mismo ritmo.
—¿Crees que al final nuestros sueños se parecerán a lo que imaginamos en este momento? —le pregunto, sin abrir los ojos.
—Quizás no exactamente —responde, mientras acaricia mi cabello con ternura—. Pero estoy convencido de que se sentirán igual… como esto. Como estar en casa, incluso si físicamente estamos lejos de ella.
Me quedo en silencio, guardando cada una de sus palabras en mi mente como si fueran semillas. Porque eso son para mí: pequeñas promesas sin grandes pretensiones. Una esperanza sencilla. Una presencia reconfortante.