Luz oscura

03. Rotura y colisión

Estaba acabada. Era definitivo.

¡Una cena entera cumpliendo impecablemente su labor! Sin dejar de sonreír ni por un segundo, sosteniéndole la mirada en todo momento, incluso cuando mentía. Suavizando la voz, colocándose la servilleta blanca sobre el regazo, y utilizándola apenas para la comisura de los labios. Había sido de sus actuaciones más perfectas, ¿y ahora aparecía en Marquee y arruinaba todo? ¿Así era como iban a ser las cosas? ¿De un segundo para el otro, por un ordinario capricho del destino, se desmoronaría lo que le había llevado años construir? Estaba enojada con Nero; muy enojada. Aún a sabiendas de que no tenía derecho a estarlo. Dios santo, ¡le diría todo a su padre y ella estaría arruinada! Teniendo en cuenta el perfecto caballero que era, él de seguro… Espera.

Justamente, él era un perfecto caballero de brillante armadura. ¿Qué hacía en un lugar como ese?

Ángela tragó saliva al ver que Nero se incorporaba y emprendía un camino lento y seguro hacia ella, sin quitarle los ojos de encima, y con esa sonrisa irritante tatuada en su rostro. Iba con tanta calma… Sabía muy bien que Ángela no tenía a donde huir: en todas direcciones el club estaba abarrotado de gente.

Antes de que llegara a donde ella estaba y se iniciara una desagradable conversación en el lugar equivocado, con Gaspare como testigo, le dio a este una excusa improvisada y se incorporó, yendo a encontrarse con Nero. Sin intercambiar palabra, incluso sin mirarlo a los ojos, lo tomó de la muñeca y lo arrastró a una zona alejada, donde la música no bloqueara cualquier intento de conversación.

—Vaya, vaya —murmuró Nero, socarrón, metiendo las manos en los bolsillos y recostándose contra la pared detrás de él—, mira lo que tenemos aquí.

Habían acabado en la zona de baños, junto a la puerta del toilette femenino. Ángela se detuvo frente a Nero, echando fuego por los ojos. Llevaba el traje que había usado en la cena, sólo que sin corbata, con el saco desprendido y los primeros tres botones de la camisa sueltos. El cabello, antes peinado y aplastado, estaba revuelto, y de su cara no se iba ni por un segundo aquella sonrisa ladeada tan… enervante.

—¿Qué pasó contigo, Nero? —inquirió Ángela, barbilla en alto—. ¿Dónde quedó el perfecto caballero de hace unas horas?

Piccolini negó lento con la cabeza y se acercó a la muchacha, recargando una mano en la pared detrás de ella a la altura de su cabeza.

—Podría preguntar lo mismo —dijo, recorriéndola de pies a cabeza con los ojos—. Lindo vestido, preciosa.

Comenzó a reír en voz baja, grave.

—¿Se puede saber qué es tan gracioso?

—Tu padre —murmuró, con risas entrecortadas de por medio—. Tu padre no tiene idea de esto, ¿verdad?

Ángela se cruzó de brazos, y de inmediato Nero dejó de reír y sus ojos bajaron hacia la zona acentuada. Una sonrisa se expandió en sus labios y Borgia rodó los ojos.

—Oye, hombre estúpido —bramó, y la diversión en el rostro del chico se esfumó al clavar su mirada en la de ella—. Estamos hablando aquí.

—¿Sobre qué? ¿Sobre cómo la perfecta nena de papi en realidad no es tan perfecta ni tan nena de papi como el mundo cree?

—Te propongo un trato.

Las cejas de Nero se alzaron con curiosidad, y la voz de Danielle sonó en su cabeza: “creo que la estás subestimando”.

—Te escucho, linda —murmuró muy cerca de ella, sedoso.

—Tú guardas silencio sobre esto y dentro de dos semanas, cuando acabe el período de prueba, te quedarás con el trabajo.

—¿Y qué pasa si no acepto?

Ángela le sonrió con un puchero fingido, y colocando la voz que había usado durante la cena, dijo:

—Le diré a mi papi que Nero es un hombre malo y que intentó tocarme. Que no escuche sus feas mentiras y que no lo contrate porque le tengo miedo.

Piccolini rió y la tomó de la barbilla con poca delicadeza.

—Eres una mocosa astuta —susurró, su cálido aliento haciendo cosquillas sobre los labios de Ángela—. Puede que seas mi nuevo… entretenimiento. Acepto el trato, princesa Borgia.

(&)

El sol brillaba tibio y resplandeciente en el cielo despejado de Nueva York. Una brisa suave soplaba acompañada por el piar de las aves que acostumbraban reposar en los árboles circundantes a la Tana. Árboles que ya comenzaban a perder su magnífico follaje bajo los efectos del otoño.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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