Luz oscura

22. Un pasado presente

—Bueno, la salsa podría haber quedado mejor…

Nino siguió saboreando el primer bocado de comida mientras su hija lo observaba desde el otro lado de la mesa con cara de «te lo dije».

—Tú insististe en que le hacía falta azúcar, y ahí están los resultados. —Se encogió de hombros y suspiró, derrotada, enrollando el espagueti en su tenedor—. Deberías haber confiado en mí, llevo años haciendo este plato, cientos de veces, ¡miles quizás! No es broma, me dicen la Chica Espagueti, ¿sabes? Espagueti es mi segundo nombre.

Nino soltó una risa en voz baja mientras se limpiaba la boca con la servilleta.

—Tu madre siempre quiso que tuvieras un segundo nombre —comentó, dándole un sorbo a su vaso de agua—. Lástima que no encontramos ningún nombre de este siglo que combinara con el que ya tienes.

—Papá, en teoría yo nací el siglo pasado.

Nino miró a su hija durante algunos segundos con una pequeña sonrisa congelada en su rostro, como si estuviese procesando la información que acababa de recibir.

—Bueno, era sólo una expresión —soltó por fin, volviendo la vista a su plato de comida—. Me refería a que no queríamos llamarte Ángela Antonieta ni nada parecido.

—Y les estaré eternamente agradecida por semejante consideración —respondió la joven Borgia, riendo.

En realidad no era tanto la gracia que le había dado sino la necesidad de alivianar la tensión que, según ella, de repente había inundado la atmósfera. Siempre que oía a su padre hablar de su madre se le formaba un fuerte nudo en el pecho; y no porque la siguiera entristeciendo a tal punto su recuerdo, sino porque no estaba segura de que su padre fuera capaz de conciliar el sueño sin regalarle su último pensamiento a ella.

Dicen que al ser padre, tu hijo se convierte en la luz de tus ojos. Pero Ángela no estaba tan segura de ello. La razón de vivir de Nino había seguido siendo Florence, incluso tras el nacimiento de ella y su hermano. Podía verlo en sus ojos, la forma en la que la miraba. No sentía amor hacia su esposa, era más bien devoción. La idolatraba. Se había aferrado a ella al punto de rozar la obsesión. O al menos así lo pensaba ahora, viendo las cosas en perspectiva. En su momento, Ángela no percibía los pequeños detalles que deberían haberla inquietado, era demasiado pequeña. Para ella, su escenario familiar era lo natural y no podía ser más feliz con él.

Y así fue que todo se vino a pique tras la muerte de su madre. Como si cada uno de los pilares se hubiese derrumbado, Ángela aprendió a ver a su padre con otros ojos que le revelaron verdades desagradables.

Estaba segura de que su hermano estaría de acuerdo, pese a haber insistido siempre en permanecer ajeno a la maldad del mundo. Después de todo, Gaspare se había llevado la peor parte. Ojalá hubiese mantenido su secreto, bueno, en secreto unos años más.

—Ángela… —La voz de su padre la quitó de sus divagaciones—. Hay algo de lo que quería hablarte.

Ángela se llevó a la boca una porción de espaguetis.

—Te escucho.

—Bueno… —Nino apoyó los codos sobre la mesa y recargó la barbilla en el dorso de sus manos; oh, oh. Esa era la posición de charla seria—. Es sobre la fiesta del mes pasado. ¿Recuerdas la charla telefónica que tuvimos a la mañana siguiente, hija?

—Sí, la recuerdo —murmuró Ángela, alternando su foco de atención entre su padre y los benditos fideos que no querían enrollarse como debían alrededor del tenedor.

La verdad era que estaba fingiendo una postura despreocupada. La mención de la fiesta y todo lo que conllevaba (y que, sabía, prontamente sería traído a colación) todavía la inquietaba. Aquella noche, tras ser testigo del extraño mensaje y de los incidentes ocurridos en el jardín del The New York Palace, sumado a la ausente explicación que su padre le había prometido y en definitiva jamás recibió, había resuelto tomar el asunto entre sus propias manos y demostrarle a Nino que ella era una persona de confianza, capaz de cargar con el peso de los conflictos inherentes a manejar una empresa tan grande como lo era Industrias Exodus. Incluso había conseguido el apoyo de Nero. El terreno no podía ser más propicio para que ella hiciera algún movimiento.

Sin embargo, flaqueó.

Inmediato a la fiesta, su vida se había encargado de rebasarla con un problema detrás de otro. La pelea con Scarlett, el florecimiento de su trastorno, la angustia sofocante que esto le trajo y los recientes sucesos en los que gracias a su ineptitud se había dejado drogar y manipular por un hombre que siquiera conocía. «Problemas, ¿eh?» Sí, eran problemas para una veinteañera como ella, que hasta ese momento no había tenido otra preocupación de la que encargarse más que mantener sus uñas impecables y renovar el armario, al menos, con cinco prendas nuevas por mes. Esa había sido su vida: gastando y despilfarrando a costa del bolsillo de su padre. Entonces, ¿realmente había pensado que estaba lista para hacerle frente a problemas de verdad? Una parte de ella aún le susurraba al oído que, si algún día pretendía ser capaz de tamaña tarea, mejor era empezar lo antes posible; mientras que otra parte le decía que si su padre la mantenía ajena a todo ello, por algo era. Para protegerla. Para entrenarla cuando lo considerara apropiado, quizás.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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