Luz oscura

26. Proyecto Instinctus

—¿Sabes? No sé cómo sentirme exactamente acerca de que hayas traído condones a este viaje.

Nero hizo una mueca ante el comentario de Ángela, enterrando las manos en sus bolsillos. Al final de todo, quizá sí habría sido una buena idea rentar un auto. Los trenes eran encantadores y Ascot era un pueblecillo muy pintoresco, pero…

—Se me están congelando hasta los órganos internos.

—Tú fuiste el que prefirió el circuito turístico. Nero, me gustaría que me respondas, gracias.

Iban hablando en voz baja, pues parecía no andar un alma. Caminaban al costado de una calle angosta de pavimento que no poseía veredas construidas. A cada paso que daban, los acompañaba el sonido del pasto y hojas secas crujiendo bajo sus pies. Los árboles sobre sus cabezas ya estaban desnudos en su mayoría. Nero no podía dejar de apreciar las enormes y hermosas casas que había en aquel barrio, tan íntimo y rodeado de naturaleza.

—Es similar a los imprescindibles de una chica —dijo Piccolini—. Ya sabes, las cosas que nunca faltan en sus carteras. En mi caso, son los preservativos.

—¿O sea que sales a comprar fideos y llevas condones?

—Están en mi billetera, Ángela. Por eso dije, imprescindibles del bolso. Y si voy a viajar, a donde sea, siempre llevo conmigo. Es una medida de prevención. —Se encogió de hombros—. ¿Acaso tú no llevas una botellita de alcohol en gel a donde sea por si acaso?

Ángela asintió con la cabeza; tenía un punto.

—Muy bien. —Suspiró—. En todo caso, debo agradecértelo. No me apetecía salir a las once de la noche a buscar una tienda abierta para…

—¡Por favor! —exclamó, soltando una carcajada—. Los dos sabemos que, de haber sido el caso, yo tendría que haber hecho eso.

Ángela se sobresaltó un poco al oírlo alzar la voz, pues se había acostumbrado al silencio del lugar. De forma instintiva miró en todas direcciones, pero no encontró a nadie. Al volver los ojos al frente, divisó a lo lejos la entrada dividida en dos que tanto conocía.

—Muy bien, estamos llegando —murmuró—. Es domingo, así que no sé si podremos entrar. Pero si Tom sigue trabajando aquí, será pan comido.

—¿Tom?

Llegaron al final del camino. En aquel punto, la calle viraba hacia la izquierda y, frente a ellos, estaba el ingreso al St. Mary’s School. A su derecha había una pequeña casa, modesta pero bonita, de ladrillos rojos y techo de tejas francesas color verde oliva. Nero advirtió las cámaras de seguridad dirigidas hacia la entrada que había enfrente, y supuso que aquella sería la garita de vigilancia del establecimiento. Tal y como Ángela había predicho, una vistosa y enrevesada cadena negra impedía el acceso.

—Tom es… ¡Hola, Tom!

Ángela se interrumpió para salir al encuentro del supuesto Tom, un hombre casi anciano de espalda encorvada, cabello muy claro y piel sonrosada. Surgió caminando de la casa con algo de dificultad, y su rostro redondo se iluminó al reconocer a la muchacha.

—¡Angie, querida! Oh, mírate, ¡estás hermosa!

Nero había permanecido anclado en su lugar, oyendo la conversación desde lejos. No le parecía oportuno entrometerse a menos que fuera invitado. En un momento, Ángela se giró hacia él e hizo un ademán con la mano.

—Este es Nero, Tom, mi guardaespaldas —lo presentó Borgia—. Nero, él es Tom. Ha trabajado en esta garita desde que ingresé aquí e incluso antes que eso. La verdad, es prácticamente una leyenda —comentó, riendo.

—¡Tendrán que sacarme de aquí convertido en un saco de huesos! —exclamó, soltando una carcajada ronca—. Un placer, muchacho, un placer. Y dime, querida, ¿qué te trae por aquí?

—Oh, Tom, sé que es domingo y que no debería, pero he venido a Londres por el fin de semana y realmente me encantaría poder saludar a la Hermana Agatha, ya que esta misma noche parto de vuelta.

—Oh, mi querida. ¿Sigues viviendo en Nueva York?

—Así es.

—¡Ah, esa jungla del infierno! Que Dios nos libre, tanto cemento, escapes de autos y ruido. ¡Ruido, ruido todo el tiempo! Sin duda es tierra para gente joven, no para viejos como yo, ¿eh? —Volvió a reír—. Mira, querida, si fuese cualquier otra persona la echaría a patadas con mi bastón. ¡Con mi escopeta, si debo! Pero, siendo tú, y que has venido de tan lejos, ¿cómo podría?



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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