Luz y Tormenta

[CAPÍTULO 7]

Deryl Hernández 

—¿Por qué no piensas entrar a clases? —Pregunta Christian con la mirada al cielo—. Tu hermana pensara que soy una mala influencia —Ríe sin mostrar los dientes. 

—No tengo muchos ánimos —contesto hojeando mi libro—. Después de la pelea con mis padres no me siento muy bien y me vine sólo para no verles las caras —respondo sin emoción alguna. 

—¿Qué puedo hacer por ti? —Pregunta dulcemente sin moverse de su lugar. No sabía qué responder, no soy capaz de hacer estas cosas—. Mira, no te obligaré a que hables conmigo. Sólo quiero que sepas que no estás sola, ¿ok? Me tienes a mi para hacer lo que quieras.  

—Está bien, Christian —doy un suspiro y lo miro—. Lo mantendré en cuenta, pero no prometo nada. 

—Deryl —gira su cabeza y me mira—. ¿Te puedo dar un abrazo? —Pregunta con timidez. 

Tomo valor y asiento. 

—Creo que me hace falta —sonrió sin ánimos. 

«—Deberías tener más cuidado. —Me pasa un trapo de la cocina para limpiar mi blusa manchada de jugo y alcohol—. Si no te hubiera agarrado caerías de cabeza. —Limpia por igual su pantalón. 

—Creo que bebí de más —explicó. Trato de seguir sostenida al limpiarme. 

—No sé quién te permitió entrar, o aún peor, darle bebidas alcohólicas a una menor —habla sin mirarme y me vuelvo a tambalear. 

—Algo tenía esa cosa. —Levantó la cabeza y me sostengo de la mesa—. Sólo bebí una copa y me siento mal. 

—Tiene sustancias bastante tóxicas. —Me tomó de la cintura y me jaloneo rápidamente de sus manos—. Tranquila, tranquila. No te haré nada. Solo no quiero que caigas.

—Suéltame, detesto que me toquen. —Forcejeo y una fuerte arcada llega a mi garganta—. Quiero vomitar —digo arrastrando las palabras. 

—Ten. —Actúa rápido y me acerca un bote de basura—. Te tomo el cabello para que no te manches. 

(…) 

Condujo rápido hasta el hospital. Algunos autos pasaban por la alta velocidad a la que iba el pelinegro. Todo me estaba dando vueltas, no podía distinguir nada a mi alrededor, la garganta me ardía por todo el vómito que saque y por las tantas veces que Christian metía sus dedos para vaciar completamente el estómago. Esa cosa tenía algo más que solo sustancias. 

—Deberían prohibir la entrada a menores. —Habla el pelinegro al girar sobre el boulevard. 

—¿Venías acompañada de alguien? —Pregunta Christian cambiándose de camiseta que accidentalmente vomite. 

«Que asco, Deryl» 

—Venía sola —explico—, un chico en la entrada me invitó. Era el barman, él me dio la bebida. 

—Tienes suerte que te haya visto Christian, quien sabe dónde estarías ahora —sonaba neutro. 

—O en donde. —Acomoda su camisa—. ¿Nunca te han dicho que no aceptes nada de extraños? —Pregunta Christian con severo enojo. 

—Acepte que me llevaras al hospital —digo irónica—, y aún más tu hermano que ni sé su nombre. —Miró por el retrovisor al pelinegro. 

—Me llamo Mateo y no tengo intenciones de hacer cosas con una niña. —Me mira por igual y sigue manejando. 

—Opté por eso para que te vieran en urgencias. —Me pasa una botella de agua—. Quien sabe que te dieron, más vale que te chequen. Aprovechando que tu hermana te llamo».

Seguirá siendo el encuentro más raro de mi vida. Quien diría que terminaría entendiéndose con ambos chicos, que me sentiría un poco menos sola y más protegida por ellos. 

«Bonitas coincidencias» 

—Sabes, cerecita —habla Christian acariciándome el cabello. Extrañamente se siente bien—. Eres muy pequeña para pasar, por tanto. Deberías estar disfrutando de tu adolescencia al máximo. 

—Tú también eres muy chico para esto. —Lo miro—. No deberías arruinar tu vida con esas drogas —digo observando cómo en su lengua relucía un papelito azul. 

—Es lo que me mantiene feliz —explica—. Me aleja un poco de todo, me distrae. 

—Pero te hunde más en tus problemas, Christian —me alejo de él. 

—¿A qué viene tanta preocupación? —Frunce el ceño sin dejar esa sonrisa falsa que cargaba cada día—. Estoy más que bien. 

—Conmigo no tienes que fingir, lo mismo le digo a Matt. —Me acomodo mejor en mi lugar—. Cuando empezamos a conocernos, me dio por tratar de ayudarlos un poco. 

—Ya tienes suficientes problemas tú cómo para ayudarnos a los dos. Podemos con esto —dice entusiasmado. Ya le estaba haciendo efecto—. Tú eres igual de misteriosa que él. Actúan cómo si todo estuviera bien, pero son malos mentirosos. 

—Tu eres un mal mentiroso —lo empujo en broma. 

—Tu hermana es una mal mentirosa —ríe ante mi acto. 

—Creo que todos escondemos algo, por miedo a ser lastimados —respondo ignorando su mirada. 

—Creo que todos merecemos ser felices a nuestra manera. —Toca un mechón de mi cabello—. Que bonito rojo. 

—¿Siempre eres así? Tan alegre, tan enérgico. —Lo miro de reojo—. Cómo si nada pasara, cómo si nada te doliera. 




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