Deryl Hernández
Las calles ya se estaban oscureciendo, las luces de los faros comenzaban a encenderse, la gente pasaba de prisa, algunas para tomar el transporte u otras para llegar rápido a casa, familias encontrándose en el camino para abrazarse con tal alegría…
Si estoy siendo envidia.
Tantos días deseando que mis padres me recibieron con ese entusiasmo, con esa sonrisa, pero eran más grandes sus deudas cómo para ponerme atención.
Sólo digo, no soy malagradecida. Me dieron comida, techo y una familia pero eso nunca es suficiente cuando la respuesta era sólo mostrar algo de afecto. No recuerdo la última vez que me dijeron que me querían, pero sí cuando mamá se frustraba por el trabajo y se desquitaba conmigo. Cuando papá explotaba de la nada y le levantaba la mano a mi hermana. Supongo que ellos creían que no los comprendemos, pero éramos niñas ¿Qué esperaban? Dime cómo diablos le explicas a un niño cómo es la vida adulta. Sin embargo, nosotras la entendemos y duele.
Quiero tanto a mi madre que por eso me aleje, quiero tanto a mi padre que por eso lo abandoné, quiero tanto a mi hermana que por eso le muestro el camino correcto a una paz mental. Donde nadie más le puede hacer daño. Me quiero tanto que por eso me permito sentir este dolor, por primera vez me permito sanar. Sano lo que mis padres no sanaron por ellos mismos. Me ayudó por todas las veces que no me ayudaron. Me perdono, por creer que eso era lo que merecía. Los perdono también a ellos.
Nadie sabe cómo ser padres, pero los culpo también, por ser tan ciegos y no aceptar cuando están haciendo daño.
—Si no fuera por ti y tu estúpida idea, no estaríamos aquí —contesta mi hermana a mis espaldas.
—¿Conoces la privacidad? —Limpio mis lágrimas.
—¿Conoces la vía pública? —Me imita. Me fastidia que haga eso.
—Cállate, Melanie. Sólo eres un fastidio —Tomo mi mochila de mala gana y me paro frente a ella
—Si no fuera por ti, jamás hubiera sabido que merecía algo más que eso —admite y da una media sonrisa.
Las muestras de afecto entre Melanie y yo eran muy pocas. El contacto físico era uno de nuestros miedos, quizá lo aborrecemos. Pero al momento que se acercó a mí y sus brazos me rodearon con tal calidez, pude sentir mis pedacitos acomodarse, me sentí en casa, protegida y amada. Mi pecho se hundió a los segundos, las lágrimas brotaban sin control, los sollozos. Aunque eran leves las lágrimas, se sentían que salían del alma. No había necesidad de hacerme fuerte, puedo quebrarme y está muy bien. No es Matt, no es Christian, es ella. Mi hermana mayor, la única que conoce las malditas fibras que me hacen ser débil.
—Nunca subestimes mis ideas —digo contra su hombro.
—Gracias. —Se aferra a mi y yo a ella—. Gracias por dar la cara cuando yo no podía. Gracias por contestar cuando las palabras no salían. Gracias por jalarme contigo para buscar un mejor lugar. Gracias por ser mi hermana menor.
—¿Así que no es Matt el causante de tus cambios? —Me alejo un poco de ella citando sus palabras que un día me dijo.
—Lo quiero, pero yo mejoro para mi y para ser la hermana que se que necesitas —sonríe—. Míranos, después de años nos pudimos dar un abrazo.
—Quédate con la persona que te enseñe a quererte —suspiro con amor.
—Eso me suena a Christian. —Ríe por lo bajo—. Ese muchacho se ha vuelto muy cursi, hermanita.
—Habla la niña que le roba la ropa y se duerme con ella. —Me cruzo de brazos. Bajo los escalones para salir de la escuela.
—Al menos a mi no me desfloro —ríe aún más. Sabía que algún día lo diría en mi contra.
—¿Quieres hablar de eso? —Levantó la ceja.
—¿Hablaremos de métodos anticonceptivos? —Vuelve a imitarme.
—Arruinas el momento, Melanie —reniego con diversión.
(…)
—Y luego le dije, ¿cómo diablos no sabes sobre electricidad? Creaste un robot, por el amor de Dios.
Reímos cómo focas retrasadas.
—¿Pero estabas segura de que él hizo el robot? —Pregunta Christian con intriga.
—Se supone que si. —Me acuesto en la cama—. Por eso a la maestra se le hizo extraño y me puso a ayudarle a repasar.
—Siento que él compró el robot, para no reprobar la materia —excusa Christian mientras se acomoda en mi panza.
Ni siquiera sabía de qué estábamos hablando. Las risas llegaron y las charlas sin sentido aparecieron. Su cabello hacía cosquillas en mi panza desnuda. Nuestras miradas estaban en el techo, sólo se escuchaban nuestras respiraciones y el leve bullicio de la ciudad. Tome algunos mechones de su cabello y los enrollaba en mi dedo a la vez que le proporcionaba leves caricias. Sin quererlo, nuevamente lagrimas resbalaban por mis mejillas, la emoción de la calidez me tomó de manera vulnerable. Este cuarto y él eran mis lugares favoritos, mis lugares dónde puedo gritar por un par de minutos y sentir que liberó la carga.
Sus ojos observaban mis sollozos, no decía nada. Sólo me miraba con preocupación y con ganas de preguntar, pero no lo hacía. Sin embargo, su mano acaricio mi mejilla tratando de secar las lágrimas que resbalaban.
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Editado: 09.03.2024