Luz y Tormenta

[CAPÍTULO 40]

Matt O'Brien 

La noche estaba perfecta, las calles de la ciudad estaban más iluminadas que de costumbre, todo estaba tan colorido, las risas de las personas eran bastante contagiosas. Jamás me había percatado de toda la felicidad que irradiaba por las calles o yo era el ser más feliz del planeta. Si, seguro eso debía de ser. 

Lleve nuevamente mi cigarro a los labios y aspiré ese humo tan dañino pero relajante. Los relamí mientras soltaba el humo por mi nariz.

Ese maldito sabor a fresa. 

Reí como si fuera un loco que habla con su amigo imaginario. Ella estaba impregnada en mi piel y yo amaba esa sensación. 

—¿Necesito preguntar? —Otra risa se suma a la mía—. Pensé que estabas en un trance mientras te chupas los labios. 

Negué con la cabeza y quitaba un poco de mi saliva de mis labios. Teníamos un poco más de 30 minutos esperando a las chicas y era exactamente el tiempo que se la pasó Christian acomodando y jalando su ropa. 

—Eres fastidioso —recargó la cadera en el auto y cruzó los brazos. 

—Me amas hijo de puta. ¿No sientes que ya tardaron? 

A lo lejos las siluetas de las chicas más hermosas del maldito mundo. Deryl como siempre con ese look rockero. Luna con su vestido blanco que nunca puede faltar. Y mi hermosa novia con su vestido floreado, aquel que llevaba puesto el día que la conocí. 

—Disculpen la tardanza, pero ciertas chicas retocar su maquillaje como cien veces —habla Deryl en un tono burlón y risueño. 

—Es que nunca sabes si se puede encontrar a alguien —contesta Luna, con su característica voz de niña. 

—¿No crees que eres muy chica para tener novio? —Interrumpe Christian. 

—¿Tú qué dices, hermano mayor? —Luna se cuelga de mi brazo y me hace ojitos. 

—Opino que ya está en la edad de que conozca a alguien. —Le sonreí. Esa niña sabía cómo comprarme—. De todas maneras, nos tiene para cuidarla. 

—¿La estás defendiendo? —Levanta la ceja. 

—Claro que me está defendiendo, Chris. Él sabe que ya crecí. —Da brinquitos de entusiasmo. 

—Sigo considerando que eres muy chica para andar teniendo novio o novia, cual sea el caso. Deberías mejor pensar en tus estudios. —La voz de Christian parecía de papá educando a su cría. 

—Creo que eres el menos indicado para decir eso, grandote —ríe Deryl—. Tan solo piensa en cuántos años tenías cuando tuviste por primera vez relaciones sexuales. 

Christian se quedó un rato pensando en aquello que había soltado Deryl. Todos los demás nos estábamos riendo de su drástico cambio de emocion. Después siguieron hablando de historias vergonzosas de Christian. Yo estaba demasiado entretenido riendo y viendo a Melanie que venía hacia mí. 

—Que guapo se ve esta noche, señor O'Brien. —Pone sus manos en mi pecho y acaricia la zona hasta llegar a mi cuello. 

—Digo lo mismo, señorita Hernández. —Pongo mis manos en sus manos y la atraigo más cerca. 

Se levantó de puntillas para alcanzar mis labios y plantarme ese beso que hasta hace unos minutos había imaginado a causa de ese sabor. No tengo el valor para separarla, pero sí para tomarla de la cintura y hacer que choquen nuestros cuerpos sin perder ese beso. Mi maldito cielo tenía forma de labios y sabor fresa. 

—En términos de antojar, no sean así —interrumpe Luna jalandome. 

Volteo a mi izquierda, y también Deryl y Christian se estaban besando.

Upsi... 

—Ya vámonos, ustedes me hacen sentir más sola que nada. —Abre la puerta del auto y se mete echa un berrinche. 

—Dame 5, aún no acabo mi beso —dice Christian, sin alejarse de Deryl. 

(…) 

Deryl Hernández 

Sus manos se paseaban por todo el largo y ancho de mis piernas, no tocaba de manera morbosa, si no de una delicada y tierna. Yo sabía que a él le fascinaba que usará short, tenía unas ideas tan pero tan peculiares. Pero quién soy yo para decirle que no a mí novio. Sus labios se movían a un compás lento casi perpetuo. Sentía su respiración tan cerca que enviaba ese cosquilleo erizante por toda mi piel. 

—¿Te das cuenta de que estamos en el mismo lugar? —Dice contra mis labios. 

—El cesto sigue en la misma posición. —Alejo mi cabeza—. Con la diferencia de que ninguno está ebrio. 

—Tampoco somos unos desconocidos —sonríe y me mira a los ojos—. ¿Que me hiciste que me enamore tanto? 

—¿Qué me hiciste tú para confiar en un desconocido? —Sonreí por igual. 

«Todo el mundo daba vueltas. No creía poder sostenerme en cuclillas, pero no quería ensuciar mi ropa. 

¿Qué demonios me habían dado? 

Eso me pasa por confiar en chicos que te invitan al bar. 

—Mierda —reniega el chico castaño—. No traje repuesto. 

Quise subir mi mirada y verlo, pero las náuseas eran cada vez más fuertes, así que solo podía permanecer agarrada del inodoro. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.