Deryl Hernández.
Movía mis pies al ritmo de la canción. Había demasiada gente bailando por doquier, todas ellas estaban en el borde del éxtasis y la locura. Dejando de lado que era común ver gente besándose, aunque a mi me daba un poco de gracia. Hace un par de minutos Christian y yo formábamos parte del montón que bailaba entre besos.
—¿En que te puedo servir? —Pregunta el chico que está al otro lado de la barra.
—Podrías darme dos cervezas, por favor —pido con amabilidad.
En cuestión de segundos supo dos tarros grandes repletos de cerveza oscura, justo lo que había pedido Christian. Ahora solo tocaba esperar a que saliera del baño para beber a más no poder junto a él. Conmemorando los hermosos momentos que hemos pasado juntos.
Tomé uno de los bancos que estaban cerca de la barra para poder sentarme, acomodé mi chamarra y mi cabello para que no me estorbaran. Podía escuchar los gritos que pegaba Luna cada que cambiaban una canción, el pobre de Matt estaba completamente rojos mientras bailaba con ella. Por otra parte, estaba Melanie riéndose de las vergüenzas que pasaban.
Somos una familia bastante peculiar.
—Se les ve muy felices —se escucha una voz a un lado de mí.
—Somos felices —recalcó.
—No puedo negarlo, siempre desee verlos así de felices. A todos y a cada uno de ellos en especial a Christian —suelta un suspiro bastante largo.
—¿Qué buscas, Fernanda? —Vuelvo a mirarla y doy un sorbo a mi cerveza.
—No busco nada, no esta vez —niega—. Mucho menos por Christian.
—Entonces simplemente lárgate, estoy disfrutando demasiado mi noche como para escuchar nuevamente tus sermones —contesté sin darle mucha importancia.
—Solo quería disculparme por lo de la otra vez, no debí haber actuado así, fue demasiado infantil. Pero me di cuenta que Christian conoce a alguien más y por todo el amor que le tengo, necesito alejarme de él —explica.
—Es lo más prudente que te he escuchado hablar —admito—. Pero como dije, esas decisiones son de él. No me corresponden a mí, por mucho que quiera cuidarlo.
—No solo eso —procede—. Las burlas que te hacía, los malos chistes sobre cómo te vistes, mi afán por hacerte sentir mal. También quiero disculparme por eso, ni siquiera se porque lo hacía. En ese momento me parecían divertidas, hasta que entendí que aquello que yo criticaba eran mis propias inseguridades.
Si, aun recuerdo las veces que eso pasaba en el salón de clases. Por mucho que no quisiera ponerle atención de alguna manera eso me afectaba, hasta el punto de hacerme dudar si de verdad yo era bonita. Suena patético, pero cuando vives eso en persona, simplemente no hay una sensación que compare lo que sientes.
—Tomo tus disculpas y las acepto, pero eso no cambia los hechos. Si lo que quieres de mi es saber que te perdono, pues lo estas. De todo corazón estas perdonada, pero si tratas de que olvide lo que pasó, jamás lo tengas por seguro —conteste firmemente—. Así que te pido que por favor sigas tu camino y me dejes en paz.
Asintió con la cabeza y se alejó de mí sin decir nada. Solté todo el aire que estaba acumulado en mi pecho en forma de alivio. No, no había mentido diciendo que la perdonaba, pero tampoco me consideraba tan santa para no pensar que en esta vida hay un karma y algún día se tendrá que pagar.
(…)
Melanie Hernández.
Necesitaba aire fresco en estos momentos. El aire estaba bastante pesado dentro de la casa, así que me daría algunos minutos antes de volver a entrar. Camine un poco por el jardín trasero hasta encontrar una banca, deje mi vaso de refresco a un lado y sentarme ahí. Me quite un momento los tacones para sobar mis pies y descansar en el húmedo pasto. Hace tiempo no salíamos a divertirnos de esta forma, a bailar, gritar, beber, disfrutar la vida que hay afuera. Algo que no fuera nuestra escuela y trabajo.
—Te sienta ese vestido negro —dice detrás de mí.
En cuanto escuché su voz tomé mi vaso y mis tacones para levantarme, pero su mano me lo impidió. Un escalofrío recorrió mi cuerpo en cuanto sentí la palma de su mano apretar mi hombro y de forma ruda volverme a sentar en la banca.
—Que mala educación el que te saludan y quieras irte, Melanie. ¿Tus padres no te enseñaron modas? —Pone su otra mano en mi cabello y da leves caricias.
—Suéltame, Antoni —mi voz estaba demasiado temblorosa.
—¡Ay, pero que aburrida! —Dice en tono burlón—. No te estoy haciendo nada malo como para que te estés quejando.
—Me estas tocando sin mi consentimiento. —Agarro sus manos y las aparto de mi—. Y si te digo que no me toques, es porque no quiero que me toques.
Doy una bocanada de aire lo más grande que se pudiera. No permitiría que mi esfuerzo por superar las cosas que él me hizo se fueran por un hoyo y todo esto se corrompe. Sabría que así ganaría. Pero esta vez, yo seré más fuerte.
—Veo que te ha servido eso de ir al psicólogo —ríe—. Vaya estupidez
—Pues esa estupidez me hace reconocer a idiotas como tu por donde quiera que voy. —Recorro mi refresco que está en la banca, y él lo toma como una invitación a sentarse—. Ya vete, Antoni. Estaba demasiado bien antes de que vinieras.
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Editado: 09.03.2024