Deryl Hernández
Tome el cuaderno y tape la mitad de mi rostro enrojecido, mordía mi labio con tal de callar las pequeñas risas que se me escapaban. Por mucho que quisiera mirar para otro lado él se llevaba mi atención con cada careta que hacía. A pesar de que la maestra nos había dado la clase libre, nos pidió un poco de silencio para calificar exámenes, pero tengo un novio bastante loco que me hace reír a cada segundo.
—Basta, Christian. En serio. —Le doy un leve golpe en su hombro—. Deja de estar imitando a la gente, harás que me den ganas de orinar.
—Señorita Hernández, muéstreme sus variables, necesito sus variables —habla con voz gruesa, mientras hace manías con las manos. Estaba imitando a mi maestro de matemáticas.
—No puede ser. —Niego con la cabeza y bajo mi cuaderno—. Eres muy odioso.
—Y tú muy bonita —acaricia mi mejilla.
Casi con vergüenza apoye mi mejilla en su mano sin dejar de verlo. Mi chico estaba ahí frente a mí. Su pulgar acariciaba mi cálida piel, sus ojos recorrían mi cara, pero lo hacía de una manera dedicada que me hacía imaginar que veía más allá de lo material. Yo no perdía sus ojos, considero que es lo que más me gusta, sus ojitos, esa sonrisa tan traviesa que tiene y la manera tan curiosa de sonrojarse cuando sonríe. Me gustaba verlo así, me gustaba apreciar todo de él y sinceramente no se quien fue el afortunado en esta historia.
Había una gran diferencia entre el Christian que yo conocí y el que es ahora, se que no fue un camino fácil y tampoco será miel sobre hojuelas obtener el futuro. Pero puedo apostar mi vida a que todo lo que ha hecho a sido con dedicación y esfuerzo, casi nadie tiene las fuerzas para dejar las drogas y atenerse a las consecuencias. Por eso me quedaba es sus noches de dolor interno y velando con él cada vez que su cabeza le gritaba que necesitaba solo un poco de esa adicción tan mortal. No cualquier persona es capaz de afrontar su pasado y de ello partir una decisión para saber qué clase de persona será toda la vida. No puedo decir que ha superado sus traumas, porque en realidad nadie lo hace, simplemente entendemos que nuestra cabeza no nos gobierna, nosotros tenemos el poder sobre ella y nosotros decidimos cuánto tiempo nos va a doler.
«—Como pareja, ¿hay algo que puedas hacer? —Inquiere, Christian sin soltar mi mano.
—Mira, de mi no depende darte un diagnostico exacto. La psicología y la psiquiatría son dos ramas muy distintas. Deryl estará pasando por diferentes exámenes para encontrar el punto exacto para poder ayudar —explica mi psicóloga—. Sin embargo, el hecho de estar con ella ayuda a dar este paso. A veces asusta que te digan que pasaras a citas psiquiátricas.
—Eso lo comprendo, su bienestar es una fuente muy primordial para mí. —Asiente con la cabeza—. ¿Usted cree que haya sido prudente el hecho de traerme? Digo, en el contexto de que esto suele ser muy personal.
—Deryl me pidió el permiso de tener a su lado una persona de confianza y frente a ella explicar el proceso psiquiátrico que conlleva todo —puntúa—. Siempre y cuando sea consensuado por ella, y yo vea que de alguna manera me ayuda a seguir este proceso, está permitido.
—Esto me parece perfecto —sonríe.
—¿Les parece si comenzamos a explicar este nuevo paso? Desde el proceso médico, hasta cómo están divididas las secciones —exclama la psicóloga y me mira.
—Si, estoy lista —asiento con la cabeza.»
Y bueno, quizá yo era la afortunada de haber conocido a una persona que lucha a mi lado y que jamás me ha dejado sola. Guardo este recuerdo tan dentro de mi, que cada que llega a mi cabeza me pone demasiado emotiva. Supongo que esta demás explicar mis jornadas psicológicas y de cómo fue que llegué ahí, pero el día que me dijeron que mi caso sería pasado a psiquiatría por ser un proceso más complejo, sentí como si todo en mi se hubiera pausado, que todo a mi alrededor se caía. Me sentía tan inútil, tan vacía. Hasta que lo escuche hablar con mi psicóloga y pidiendo información para saber cómo ayudarme. Lejos de hacerme sentir inútil, ahí entendí o él me hizo entender, que no está mal ir al psiquiatra. Quiere decir que puedo avanzar y seguiré avanzando.
Juntos o separados, yo sé que él creyó en mí. Así como yo lo hago en mi persona y en él también.
—Alguna vez te has preguntado ¿Por qué te amo? —susurra.
—Quizá estés loco —asegure—. Demasiado loco para mi gusto.
—Nací estando loco. Esto tenlo presente, cerecita. —Hace una mueca divertida—. Pero en verdad me gustaría entender, ¿cómo fue que llegue a amarte?
—Creí que ya tenías la respuesta —rei.
—La pregunta fue hacia ti. —Me apunta con el dedo—. Yo no tengo ni la menor idea, solo un día me levanté y no se… Te quería en mi vida.
—Pues yo tampoco tengo una, bonito. —Me encojo de hombros—. A veces solo pasa y quieres saber como es el día de la persona que tanto tienes en la mente.
Sus mejillas se tornaron de un rojo muy intenso, que poco a poco se fue esparciendo por toda su cara incluso su cuello. Intencionalmente mis pulmones soltaron un suspiro entrecortado, mis manos temblaron y mi corazón latió a mil por hora.
No sé como este niño logra enamorarme con pequeñeces, mi bonito me tiene tan enamorada que hasta me da pena admitirlo.
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Editado: 09.03.2024