La caricia del viento nocturno apenas era capaz de calmar un poco la tensión que envolvía a los cuerpos de los encapuchados que vagaban en medio de un camino oscuro y opacado por una inmensa nube de polvo. Ninguna luz se vislumbraba ni de cerca ni a lo lejos en los adentros de aquella ciudad destruida, y a la que se dirigían con la intención de encontrar un refugio para Leal, la pequeña criatura de blanco que caminaba, distraída, al lado del Rey del Averno.
Lucifer no despegaba los ojos de ella, le preocupaba la manera en la que se movía. Ella todavía se mostraba algo torpe, algo débil o quizá aún no entendía del todo cómo usar las piernas que poseía dentro de aquel plano terrenal. El Amo Oscuro podía comprenderlo, pues para él también había sido un poco difícil el acostumbrarse a la Tierra, cuando por primera vez puso un pie dentro de esta. Se sentía asfixiado, extraño con su propio cuerpo.
Sabía que había algo diferente en ese nuevo lugar al que había llegado, sabía que se le complicaría el enfrentarlo, pero aún así se obligó a hacerlo, pues a partir de ese momento ese mundo se convertiría en su nuevo hogar. Le costaba entender que este estaba a punto de desaparecer, que la "maravillosa creación" lo había llevado a los extremos que presenciaban todos con preocupación.
Bueno, todos menos Leal.
La criatura de blanco, a pesar de tropezar a cada segundo hasta con la más diminuta roca que se hallaba en su camino, no dejaba de sonreír y observar todo su alrededor con ojos soñadores. Estos lucían cómo si un puñado de estrellas se hubiesen refugiado dentro de esas dos enormes y luminosas lagunas cafés.
Los devotos, cautelosos y cuidadosos hasta con lo más insignificante, custodiaban las espaldas de su Amo y de la criatura. Éstos no dejaban de preguntarse el porqué de su presencia ahí, y de si era cierto que se trataba de una humana en realidad. Una humana que, además, podía verlos a pesar de la protección que ellos utilizaban para ser invisibles ante los ojos mortales.
Era eso lo que los ponía en duda, ya que, si la chica fuese una humana de verdad, entonces no sería capaz de ver al Amo, pero ya era más que evidente para todos que eso era más que posible. Tanto cómo los devotos, Baltazar y Nerón también trataban de mantener su distancia con ella. No era sólo la aversión que cada uno y desde siempre habían sentido hacia los humanos lo que provocaba su reacción despectiva con la chica. No... Más bien estaban en el proceso de digerir y averiguar lo que ocurría con ella.
Era extraña, era diferente a los humanos, incluso a los ángeles, pero Lucifer ya les había explicado que ni él reconocía lo que era Leal en realidad.
Para el Amo también seguía siendo un misterio. En ese momento tenía muchas dudas respecto a eso, respecto al porqué ella se hallaba ahí, si era imposible que el Creador la hubiese desterrado. Sólo sería posible eso si ella hubiese cometido algo tan atroz cómo lo que el mismo Luzbel se atrevió a hacer hace unos cuantos siglos atrás, cómo lo fue el desafiar a su Dios.
Leal jamás haría algo así...
Ella ama tanto a Padre cómo él a ella. Leal era su principal protegida, su tesoro, aquello que cuidaba con tanto amor. ¿Por qué él enviaría a su más frágil criatura a ese mundo agonizante y cruel? ¿Por qué lo haría en momentos tan críticos? ¿Por qué, conociendo su ingenuidad, la dejaría a su suerte ahí? ¿Qué habrá pasado en realidad?
Lucifer empezó a sentirse atormentado por esas dudas, pues desde que fue desterrado del Paraíso, no dejó de pensar y de preocuparse por ella, por Leal. Sabía que ella lo necesitaría porque, tal y cómo ella le había mencionado cuando discutían, él era su único amigo, su único guía. El único ángel que se atrevió a acercarse a ella para ayudarla en lo que no entendía y hacerle compañía, ya que la antipatía y el ego de los otros arcángeles siempre los cegó y les impidió conocer más de aquella criatura que sólo destacaba por su torpeza en el Paraíso.
Lucifer nunca dejó de pensar en ella, en la soledad que tal vez ella sentiría al ya no tener más con ella a su querido Luzbel. Fue algo que realmente él lamentó; el hacerla creer que él la había abandonado. Sabía que en parte estaría bien, que Padre haría de todo cómo siempre para cuidarla, era lo único que Lucifer esperaba al menos al irse de su hogar, que no se descuidara a su frágil Luz torpe.
Sin embargo... En ese momento con mil dudas respecto a todos esos "porqués", se sentía más allá de lo confundido.
Enojado.
<<¿Por qué has hecho esto, Padre? ¿Por qué a ella?
Sabes que de estar sola aquí... no duraría viva ni un día. Si no es la furia de Madre Tierra la responsable en acabar con su cuerpo mortal, entonces lo sería la maldad de tus queridos mortales los que no tardarían en encargarse de ello.
De ella...
¿De verdad has enviado a este terrible lugar a tu criatura más preciada, a la que tanto cuidabas y que también pedías de nosotros el protegerla también?
No te entiendo, Padre. Esta vez... no puedo hacerlo, pero no lo creo justo. No para ella.>>
Lucifer se atrevió a volver al aquí, escuchar la voz demandante de Baltazar.
—Estamos por cruzar la línea, mi señor. ¿Está seguro de querer adentrarse al campo de los mortales para buscar refugio?
—Por el momento lo veo conveniente, Mío. Leal necesita descanso — explicó Lucifer, con notable voz cansada también. Dejó de mirar a aquella destrozada ciudad, para mirar a la delgada criatura de blanco que se encontraba entretenida, observando sus pies descalzos.
Lucifer suspiró y después se acercó a ella para inspeccionarla. Hizo una mueca al ver el estado en el que lucían sus pequeños pies. Se reprendió un poco en sus adentros por no haber pensado antes en algún tipo de calzado para ella. La piel de sus talones se veía muy sucia y con algunos pequeños cortes.
—Siéntate, Luz Torpe. Enseguida arreglo esto.