El Mal existe, el Mal debe existir, pero él no es ese Mal, sino tan solo una fuerza incomprendida, el ángel más humano de todos, el que les permite a los mortales seguir sus instintos y pensar por sí mismos. Él no los mata ni engaña, él no creó a la Muerte ni al Averno.
Él no es el Diablo.
Él es todos, es el cigarrillo a las dos de la mañana, la mentira que le dijiste a tu pareja, los dulces que comiste cuando no tenías hambre, las noches de lujuria ante las cuales te rendiste. Él es como tú.
Y como a ti seguramente te ha pasado, él ha sido engañado.
Todo empezó antes del comienzo, antes de que la Tierra fuese Tierra y las cosas tuvieran nombre, cuando todo lo que existía era el cálido vacío, la dulce inexistencia que los gobernaba y que, de alguna manera, les traía paz.
No había jardín extenso ni fastuosos arroyos rodeados de flores, no había palabras, no había cielo. Todo era felicidad e ingenuo asentimiento.
Todos eran hermanos, hijos y padres. El amor era lo que los constituía y lo único en lo que pensaban durante esa eternidad.
Todo era perfecto... No obstante, un día todo cambió. Ese día, el Creador decidió dar un paso adelante y concederle vida a las estrellas.
Por primera vez, Luzbel sintió algo más que felicidad y no supo qué era exactamente. Esas estrellas eran tan hermosas, tan llenas de luz. A su lado, él no era más que una sombra. Ya no era la creación más hermosa de todas.
Cuando el Creador boceteó a unos seres, frágiles y fascinantes, y un nuevo mundo para ellos, Luzbel supo que él ya no era tan importante y el Creador había perdido interés en él.
Sentado a los pies de un árbol en ese mundo, Luzbel observó la majestuosidad del cielo, envidiando con intensidad la radiante luz de las estrellas, sabiéndose derrotado, pero no rendido.
Michaël se sentó a su lado y le dijo que no debía preocuparse, ya que el Creador los amaba a todos por igual y todos eran importantes para Él.
El tiempo interminable que nunca antes había avanzado pareció cobrar forma y las nuevas criaturas evolucionaron, se multiplicaron y se hicieron dueñas de ese mundo que había sido dibujado para ellas.
Luzbel se dio cuenta de que esas creaciones, por más fascinantes y bellas que fueran, jamás serían como él. Y las estrellas no pensaban ni se sentaban al lado del Creador. No tenía nada que envidiar, pues no sólo era el ángel más bello de todos, sino que era la creación más perfecta de todas. Michaël tenía razón, no tenía por qué preocuparse.
Sin embargo, pronto su tranquilidad se vio derrumbada. El Creador anunció que tendrían nuevos hermanos, parecidos a ellos, pero habitantes de aquel mundo con montañas, árboles y frutos. Dijo que los crearía a su imagen y semejanza, que serían su máxima concepción.
Todos los ángeles estaban ansiosos por conocer a las neófitas criaturas, mas Luzbel sólo podía pensar en la realidad en la que estaba sumido: el Creador y los demás ángeles ya no admiraban su belleza e inteligencia. Ya no importaba que él fuese el primer ángel, el querubín músico y protector a quien el Creador, al comienzo, más había apreciado.
Una vez más, fue Michaël quien intentó apaciguar sus temores, asegurándole que él siempre sería bello y siempre tendría la atención del Creador.
Pero eso ya no era suficiente para Luzbel. Él no quería ser bello ni importante, él quería ser el más bello y el más importante. No tenía que ver con haber sido el primer ángel, sino con ser el mejor de todos, pues era el más inteligente y sabio. Sólo el Creador podía llegar a opacarlo, pero, ¿por qué? ¿Qué hacía al Creador tan especial?
Jamás se había hecho esas preguntas, mas ahora ya no podía conformarse con amar incondicionalmente a su Creador y se negaba a permitir que ese amor lo convirtiese en uno más, en un asentimiento sin preguntas, en una mente sin pensamientos, en un corazón sin deseos.
Fue por eso que confrontó al Creador y le confesó que lo amaba más que nada, pero exigía que ese amor fuese recíproco, que cada vez aumentara más y nadie pudiese soslayarlo. Él, Luzbel, debía ser el Señor de su Creador, lo más importante para Él.
Gabriēl intervino de forma inmediata, exclamando que ellos le debían todo al Creador y no tenían derecho a reclamarle nada.
Michaël, por su parte, se mantuvo en silencio y le pidió a Gabriēl que tampoco hablara, pero los ángeles de las jerarquías inferiores se enteraron y pronto muchos se acercaron a Luzbel, anonadados por su esplendor, y expresaron que estaban de acuerdo con sus pedidos.
El grupo de ángeles, con Luzbel al mando, comenzó a planear un escape. Si el Creador no les daba lo que deseaban, entonces estaban dispuestos a vivir en otro Reino, con Luzbel como el líder capaz e inteligente que podía ser.
No necesitaban el Monte de la Reunión del Creador, pues tendrían uno nuevo. Luzbel se sentaría en su trono y reinaría de la manera en que el Creador jamás había estado dispuesto a reinar, permitiendo que los ángeles fuesen libres en vez de criaturas sin consciencia ni amor propio.
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Editado: 23.10.2018