Un pequeño Alejandro, de unos diez años, se encontraba mirando desde aquella ventana cubierta por cortinas, la sombra de su mamá recostada en la cama, mientras alguien hablaba con ella. Un médico.
— ¿Estará bien?— Preguntó Alejandro hacia su padre que estaba mirando también a la ventana desde la pared contraria con preocupación— ¿Verdad? Ya quiero irme de aquí, no me gusta este lugar.
Su padre lo miro con severidad para que guardara silencio.
Alejandro se quedó callado y regreso a la vista a la ventana al mismo tiempo que el médico que estaba dentro fue a hablar con el padre. Alejandro quería acerarse también pero su padre lo haría apartar enseguida.
—Esta grave, la mantendremos en observación pero por el momento pueden hablar con ella— Comentó el médico con una expresión que Alejandro no podía entender— No les recomiendo que se queden, descansen, ella también lo necesitará.
—Entremos pero no quiero que la estreses, no necesita más cargas ahora— Le dijo su padre con una mirada cargada de severidad.
Alejandro solo pudo asentir.
— ¿Aun no se han ido? Es tarde para estar aquí— Preguntó la mujer al verlos entrar a la habitación con lentitud.
Alejandro sintió un terrible miedo cuando la vio ahí, postrada en una cama, cuando raramente eso pasaba, ni cuando enfermaba y lo peor de todo es que parecía estar recibiendo sustento de una bolsa colgada a su lado.
—No podía irme dejándote así— Dijo su esposo sonriéndole. Alejandro no pudo evitar sentirse incomodo al verlo sonreír.
—Mañana tienes que trabajar— Comentó la mujer y finalmente vio a Alejandro con una sonrisa dulce que hizo sonreír a Alejandro— Y tú debes ir a la escuela, no quiero que la descuides para nada.
—No lo haré— Dijo finalmente Alejandro caminando lentamente hacia la mano de su madre quien acaricio su rostro.
—Lo sé, sé que no lo harás— Su madre froto su rostro suavemente con aquella sonrisa que tranquilizo a Alejandro pese a estar con su padre— Eres muy listo, eres mi dulce angelito, y lo siento…
La mujer comenzó a llorar ante la mirada atónita de ambos.
— ¡Te dije que la dejarás en…!—Comenzó el padre acercándose para apartarlo duramente pero la mujer lo detuvo con la mirada.
—Lamento dejarte así— Dijo la mujer ante un Alejandro que también había comenzado a llorar al verla tan dolida— Nunca fui una buena madre y menos ahora que me iré antes pero quiero que sepas que siempre cuidaré de ti, aunque no estemos juntos y yo quiero que brilles en lo que debas hacer y en lo que quieras hacer…
— ¡No te vayas!— Dijo Alejandro tomando la mano de su madre con fuerza, con tanta fuerza que temía estarla lastimando— ¡Por favor!
—Debemos irnos— Dijo finalmente el padre después de un rato cuando ambos se calmaron— Vendré mañana, no te sobre esfuerces, estarás bien…
—Lo sé— Dijo la mujer mirando a Alejandro mientras le sonreía— Estaré bien, ya verás que sí, solo exageré un poco, ya puedes verme molestándote otra vez con limpiar tu cuarto.
Alejandro no pudo evitar sonreír.
¿Por qué recordaba eso? Quizá por el hecho de que ella no regreso, su madre murió ese día en la noche, justo cuando él no estaba pero ¿Qué podía hacer él con diez años? Nada, e incluso ahora que su padre estaba mal tampoco podía hacer nada más que cuidarlo.
Su madre se despidió y le dijo algo que no recordó hasta ese momento. Quizá el sentir que iba a morir en manos de su padre o quizá la voz de Sandra que lo despertó o quizá el espejo que lo obligaba a ver dentro de él.
—…Quiero que brilles en lo debas hacer y en lo que quieras hacer…— Le había dicho su mamá.
¿Qué quería hacer ahora? Claro, liberarse de las pesadillas, ayudar a su padre y tomar el mando de la familia, claro, pero ¿Realmente es lo que quería hacer? Su padre dijo que no valía ni para eso entonces…
— ¡Reacciona!— Gritó Sandra mientras el fuego se expandía cerca de ella para protegerla— ¡No puedes ir por ahí cumpliendo todo lo que tus padres digan o la gente a tu alrededor! ¿Qué quieres hacer tú?
Alejandro aún estaba siendo presionado contra el librero con mucha fuerza pero su mente estaba aclarándose de alguna manera. El dolor le ayudaba siempre a entender a la mala, quizá eso nunca cambiaria.