Luzbell

Capítulo XLIV.

— ¿Qué pasa?—  Preguntó Irene mirando a su hermano sentando en la sala con un rostro inexpresivo. Ella acaba de regresar el trabajo—Es raro que estés en la cocina simplemente mirando a la nada.

—No es tan raro en mi— Le respondió esté con media sonrisa— ¿Cómo te fue?

—Bien, todo bien. Pude terminar a tiempo— Irene dejo las cosas y se sentó a su lado— Puedes hablar conmigo ¿Sabes? Incluso si tiene que ver con temas turbios como…

—Vayamos a cenar— Le dijo Diego levantándose de la mesa— La verdad es que hoy no tuve tiempo de preparar la cena. Me apetecen unas hamburguesas o incluso un filete de pescado ¿Qué dices?

—Suena genial— Solo pudo decirle su hermana con una sonrisa.

No quería hablar, pero podía respetarlo.

Es noche disfrutaron de una cena en compañía de otro sin hablar de nada, simplemente se divirtieron, incluso cuando llegaron a casa, vieron una película.

— ¿Desvelado?— Preguntó Celeste sentándose a su lado al día siguiente.

—Sí, ayer me quede viendo una película— Afirmo Diego mientras sobaba sus ojos con suavidad— ¿Y tú?

—Yo no, solo dormí— Celeste se encogió de hombros con despreocupación— ¿Así que es verdad lo que dijiste? Tu respuesta…

—Sí, no planeo cambiarla— Diego le sonrió— ¿Tan malo es?

— ¿Para qué obtuviste tu espejo, entonces?— Preguntó Celeste levanto una ceja.

—Lo obtuve por suerte, ni siquiera tuve una prueba—­ Le dijo Diego mostrando su espejo roto— No tengo derecho a elegir, si quiera.

—Pero sabes perfectamente que no fue suerte­— Le dijo Celeste mirando el espejo— Así que un usuario circunstancial que usa mucho su magia termina así, con un espejo roto.

—También olvidaré todo— Diego se encogió de hombros.

— ¿A qué te refieres?— Pregunto Celeste abriendo mucho los ojos.

—A eso mismo, que no recordaré nada lo relacionado con los luceros, incluyendo los lazos que tuve alguna vez gracias a eso— Menciono Diego sin bajar la vista— Pero no me importa ¿Sabes? Al final tampoco es que me importe mucho.

— ¿Ahora te mientes a ti mismo?— Preguntó Celeste mirándolo severamente.

—Claro que no,, no digo que no me hayan importado, solo digo que no lo recordare al final, así que mejor que ellos tomen la decisión, pues será a ellos a quien les afecté a la larga, a mí no— Diego le miro con una sonrisa quebrada— Incluyendo tus objetivos.

— ¿Y tu opinión?— Preguntó de nueva cuenta.

—No importa­— Aseguró Diego— Solo quiero que Irene esté bien.

—Ella estará bien— Le recrimino Celeste.

—Entonces está bien— Diego asintió, verdaderamente satisfecho.

Por la tarde, fue a trabajar como si nada.

—A veces me pongo a pensar que deberíamos estar haciendo otra cosa ¿No?— Le preguntó Sebastián mientras se dejaba caer en su silla con una expresión alicaída— No sería divertido poder cumplir nuestros sueños tan rápido como los pensemos.

—Sabes lo que dicen. Los sueños que pesan mucho más en realizare son los que más se disfrutan— Le dijo Diego, levantando una ceja, algo extrañado por aquel comentario tan raro, nada propio de él.

— ¿Y si el sueño es imposible?­— Preguntó de nuevo mirándolo.

— ¿Me preguntas a mí?— Diego levanto una ceja con cierta vergüenza— Creo que los sueños no son imposibles, todos son posibles, simplemente no sabemos qué camino tomar para llegar a ellos.

—Es una manera muy positiva de verlo— Le dijo Sebastián levantando una ceja, dándose cuenta de que también era impropio de él.

—Al contrario, es un camino duro y lleno de decepciones, pero creo que siempre hay muchas formas de cumplir el sueño, solo debemos dejar de aferrarnos a nuestros propios ideales, porque la vida no es así de dulce siempre— Respondió.

—Ese si eres tu— Sebastián asintió y sonrió para sí mismo— Supongo que tienes mucha razón.

—Creo que si— Diego sonrió para sí mismo también.

La noche llego y finalmente volvió a reuniré con Irene.

—No entiendo porque haces esto— Le dijo Irene mientras dejaba su taco en el plato— Claro, me alegro mucho de que quieras pasar tiempo contigo, pero, ya sabes, a veces simplemente comer en casa está bien.

—No ocurrirá siempre— Le dijo Diego con media sonrisa.

—Suena como si te estuvieras despidiendo— Le dijo Irene con una sonrisa fingida— ¿Es eso?

—Claro que no— Le dijo su hermano con una sonrisa.

Cuando llegaron a casa, ella lo abrazo.

—Siempre seré tu hermana, puedes conmigo siempre— Le dijo Irene desde su espada.

Entonces Diego comenzó a llorar. Irene solo lo abrazo con fuerza.

José llego a dormir, sin preocuparse por pensar en el trato, en dioses ni mucho menos en otras cosas. Aunque quizá el decir que no pensaba en eso era un tanto apresurado. El hecho de no hablar con Sandra esa noche simbolizaba que necesitaba estar solo.



#17988 en Fantasía
#3839 en Magia
#10488 en Thriller
#5948 en Misterio

En el texto hay: libertad, magia, espejos

Editado: 25.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.