—Deberías ir a desayunar— Le sugirió su abuelita, ella vivía junto a ellos, le parecía hermoso vivir con su abuelita, ella cuidaba de sus padres y viceversa, cosa que la hacía sentir segura, pese a que no hablaba mucho con sus padres— Yo me encargaré de limpiar…
Sandra se sentía terriblemente avergonzada al ver que su abuelita estaba recogiendo las sabanas para lavarlas. Casi podía sentir como su nariz se llenaba de ese aroma tan vergonzoso para ella.
—Lo siento— Se disculpó Sandra mientras cubría sus ojos, pues no quería que la viera directamente.
—No te preocupes, nunca te paso antes, así que creo que debiste tener una pesadilla muy fuerte— Dijo su abuelita mientras se giraba a verla con una amable sonrisa— ¿Quieres hablar sobre ello?
Sandra quería hablar, quería liberarse de todo eso pero ¿Cómo explicaría lo del espejo? Solo se limitó a asentir, pues no importaba si lo explicaba o no, lo único que quería hacer ahora era hablar y liberarse.
—Bueno, solo deja terminar de acomodar esto— Agrego su abuelita con una sonrisa mientras se concentraba en las sabanas húmedas.
Sandra se fue a cambiar y se fue a sentar en la mesita de la cocina, que la encargada de la casa usaba para cocinar, aunque a veces su abuelita también lo usaba para ese medio y preparar deliciosas galletas.
— ¿Qué quieres de desayunar?— Preguntó su abuelita quien entro finalmente a la cocina con una sonrisa.
—No te preocupes por eso— Respondió Sandra mientras le miraba con media sonrisa— Lo que quieras hacerme está bien, seguro será delicioso y me subirá el ánimo.
—Bueno— Dijo finalmente acercándose a la cocina— ¿Y qué paso?
—Tuve una pesadilla— Comentó finalmente Sandra mientras miraba a su abuelita— Es bastante raro pero en ella estaban mis padres y al final ellos me aplastaban, sé que no tiene sentido pero…
— ¿Estas segura de que no tiene sentido?— Preguntó su abuelita sin girarse a verla.
Sandra se quedó en silencio un momento, meditando lo que acababa de decir.
—Hace tiempo que no hablan como antes ¿Sabes?— Comenzó su abuelita mientras seguía preparando lo que parecía un licuado de plátano con chocolate— Ahora solo comen en silencio, sintiéndose incómodo solo tratar de comer con todos.
— ¿Incomodo?— Sandra se sintió confundida, no por lo que decía, si no por como sabía que eso pasaba— ¿Por eso no comes con nosotros?
Su abuelita no respondió a esa pregunta, por lo que Sandra entendió.
—Solo digo que deberían hablar— Comentó finalmente su abuelita— No pueden estar en tensión siempre en la mesa, deben hablar y solucionar las cosas que claramente están ahí presentes.
—Pero ¿Qué problemas?— Preguntó Sandra, aunque de alguna manera la respuesta estaba en su cabeza pero no quería aceptarlos.
—Creo que tu mejor que nadie lo sabe— Dijo su abuelita tendiéndole el vaso de licuado de plátano y un pan dulce que tenían guardado en su panera— Las cosas cambiaron desde aquella vez que fallaste ¿No es verdad?
— ¡Pero no fue mi culpa!— Dijo Sandra enérgicamente, incluso levantándose de la mesa.
Su abuelita la miro con una dulce sonrisa.
—Lo siento— Sandra se sentó con mucha vergüenza y miro su vaso con mucha atención.
—Bueno, ahí lo tienes, tu sabes que no fue tu culpa pero ¿Ellos lo saben?— Preguntó su abuelita mirándola mientras se sentaba frente a ella en la mesita— No has intentado hablar con ellos después de eso, en cambio comenzaste a hacer lo que querías aun atada a muchas cosas que tus padres querían para ti.
—Ya trate de explicárselos ¿Sabes?—Sandra se sentía cansada, más cansada que nunca—No me escuchan, es como si desde ese día algo les impidiera entenderme como antes y ahora solo podemos quedarnos en silencio.
—Inténtalo, son tus padres y si necesitas que te apoye, ahí estaré— Dijo finalmente su abuelita mientras acariciaba su cabello— Ve preparándote para las clases, yo te preparare algo para que te lleves.
Sandra se dio cuenta de que llevaba más de cuatro años de no hablar bien con sus padres, siempre evitándolos, esperando que no la rechacen como aquella vez pero haciendo lo posible porque lo hicieran con sus bajas calificaciones y sus actitudes rebeldes.
¿Ella era realmente la que estaba equivocada?
Sandra pensó que esos debían ser problemas de un adolescente pero ahora mismo no podía sentirse sino como una, no como una adulta de diecinueve años.
La verdad es que ir a clases después de su accidente solo le hacía sentir vergüenza, claro, nadie sabe que había mojado la cama pero aun así era vergonzoso para ella.
En su salón todo parecía normal, nadie la miraba ni mucho menos le ponía atención, por lo que simplemente se limitó a mirar hacia el frente, esperando que su maestro llegue para poder distraerse.
—Hola— Le saludo uno de los chicos, era un chico de cabellos teñidos rubios, ojos negros profundos con largas pestañas, perfil y rostro elegante y bastante alto, delgado— Creo que no he podido hablar contigo.
—Ah, no te preocupes— Le respondió Sandra sin pensárselo dos veces. De hecho llevaba dos días sin hablar con nadie de ahí, así que de alguna manera se sintió bien poder entablar una conversación con alguien de su salón.