Huir.
Debemos Huir.
Esas fueron las palabras que pensó la mujer, en cuanto termino de leer la pequeña hoja de papel que sostenía entre sus finos dedos.
La misma que minutos atrás, ella misma, en medio de una posesión, había escrito.
La Profecía.
En el momento en que lo leyó, el miedo subió por su pecho en forma de brasas calientes y se alojo en su garganta. Supo instantáneamente lo que debía hacer. Huir.
¿Que confirmaba con certeza que las palabras escritas en el papel eran reales? ¿Estaba segura de que se cumplirían?
No, no mientras ella siguiera con vida. Jamas tocarían a su hija... El jamas la tocaría.
Logró poner en pie la maleta, deformada por la ropa en su interior, y la hizo rodar por el pasillo. Lanzó con violencia el papel a la chimenea, que ardía bajo los focos de luz de la sala y caminó hacia la entrada mientras sus ojos observaban el papel encenderse y chamuscarse rápidamente. — ¡Darcy, ve por tu hermana!
Una pequeña niña apareció en la sala de la casa. Sus cabellos dorados creaban hermosos rizos que brillaban ante la llamas de la chimenea. La niña corrió dando saltos infantiles hasta una cuna, una hermosa cuna de bordes plateados donde una bebe de ojos vivaces miraba todo a su alrededor sin detenerse.
Luego de tomarla con cierta dificultad, volvió donde su madre. La mujer había intentando en vano quitar la sangre seca que quedaba en su mejilla luego de aquella terrible discusión. No quería que su pequeña niña le viera herida.
— Vamos... Vamos a sacarte de aquí, mi amor. — Tiro de la puerta rápido, trayendo con ella una ráfaga de viento helado que le produjo escalofríos. Afuera enormes pinos cubiertos de nieve se elevaban sobre un suelo rocoso y rústico, la nieve había cubierto totalmente el patio. La mujer salió jadeando y abrió la puerta de su pequeño coche amarillo, luego de dejar la maleta, volvió por las dos pequeñas y las ayudo a subir.
— Vamos, enciende...— murmuró, con el corazón desbocado. El volvería en cualquier momento, no podía arriesgarse, no podía, debía sacar a sus hijas inocentes de allí. El auto Rugió, más sólo dejo escapar un gemido inútil. Ella maldijo en voz alta, con frustración acumulada en el pecho. Si el volvía... No, ella debía salir de allí. Tenía que sacarlas...
Entonces, desde un lado se escucho un estruendo. Giro a tiempo para ver como un enorme lobo negro aterrizaba sobre el techo del auto. Darcy dejó escapar un grito, la pequeña bebe comenzó a llorar. La mujer solo pudo agitar sus brazos en el aire, entrando en pánico.
— ¡Basta! — gritó una voz masculina desde afuera. Un hombre sin camisa se elevaba del suelo, abrochándose unos tejanos negros a la cintura.— ¿Que haces?
— Tengo que hacerlo... Tu no lo entiendes.— murmuró ella, jugueteando nerviosamente con un brazalete plateado que colgaba de su muñeca dejando traslucir piedras brillantes verdes que tenia incrustadas. — Si el regresa...
— Le partiré la cara. Vamos, baja de ahí.— la mujer sacudió sus hermosos rizos rubios por sobre su rostro empapado de sudor frió, y gimió.
— Matthew, No lo entiendes. Quiero que le digas a Nathan que la profecía es... Que es verdad.
— ¿Que?
— ¡Sólo dile! — A pesar del frío, una capa de sudor cubría la frente y la espalda de la mujer. Matthew dio un paso al frente.
— Yo... Creo que no te entiendo. Yo... Oh Dios. Kate se enfurecerá contigo. ¿Al menos tienes una sola prueba de quién será el siguiente Lycan? — La mujer le dio una mirada nerviosa a sus hijas y lo supo. No podía decirle la verdad. No podía decirle aquello. Tenía que mentirle. Tenía que hacerlo. Por las niñas. No podía creerlo y tampoco podía mentirle a Matthew, pero por sus hijas... Por ellas lo haría todo.
— Será un chico... — explicó con voz temblorosa. Una gota de sudor le bajó por la frente. Que gran y horrorosa mentira. — El... Último heredero.
— Escúchame...
— ¡No! — grito ella. Esta vez, el auto encendió con un rugido más potente. — Adiós, Matt. Lo siento tanto...
No solo lo decía por lo que había hecho, sino por lo que en un futuro haría y por lo que le ocultaba. Se escuchó otro estallido. Algo había comenzado a arder. Un lado de la casa comenzó a encenderse en llamas.
El había vuelto.
Lágrimas quedaron en el rostro de la mujer.
Matthew miró como el auto se alejaba, la mujer sollozó en silencio mientras escuchaba estallidos al final. Había vuelto. Debía huir. El auto comenzó a alejarse cada vez más, internándose en el denso bosque cubierto de nieve brillante.
Entonces la voz volvió a hablarle, en la cabeza, clara como el agua. Esa voz que la había hecho escribir en aquel papel con tinta indeleble que ardía entre las llamas de la chimenea.
El futuro no ha de ceder,
Con hechizos, tragedia y dolor,
Ella aceptara su deber,
Con suplicas y gritos de amor,
El auto Patinó en el hielo. Se escuchó otro estruendo. El brazalete de la mujer comenzó a brillar. Ella soltó un quejido inaudible.
No.
No ¡Por Dios, No!
La última descendiente Lycan,
La heredera de sangre a salvar,
Con su llegada riqueza y clemencia,
Con su muerte libertad habrá.
— ¡No! — gritó la mujer— ¡No es ella! ¡No lo es!
Darcy miraba a su mamá con lágrimas en los ojos, una brisa pasó por el auto y la voz resonó en su mente.
Simula muerte a través del silencio,
Arriesga todo por el amor,
Con lagrimas de sufrimiento,
Que alimentan su corazón,
— No, Amber... No dejaré que te lleven... No. — ella secó las lágrimas que brillaban por sus mejillas con el dorso de una mano y fijó sus ojos verdes en los de la bebé. Dormía plácidamente sobre los diminutos brazos de su hermana mayor, ajena e inocente a lo que ocurría a su alrededor. — Pasarán por ti sobre mi cadáver.
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Editado: 13.06.2020