Hacía frío. Muchísimo frío.
A mi alrededor se alzaban enormes picos de montañas, cubiertas de nieve. El cielo era una mezcla de grises matizados con blancos luminosos. Temblaba, tenía entre mis dedos un sobre. Una carta. Frente a mí, una manada de lobos rugían y aullaban entre ellos, mientras que detrás estaban los hombres que me querían hacer daño.
Los lobos eran de un tamaño anormal, eran gigantescos, y aunque eran pocos su tamaño les daba ventaja, el líder era un lobo color canela oscuro que rugía y enseñaba sus filosos y gigantes dientes. Tenía una posición de alfa y su pata estaba ligeramente inclinada hacia un lado, con esta postura detenía a que los lobos de abalanzase a sacarle los ojos a los hombres. Gire en mis pies y observe a las personas, todas estaban paradas en columnas y su vestimenta era completamente negra, había cinco personas hacia adelante. Un chico de cabello marrón estaba tirado sobre una gran roca a lo lejos. El primero era un hombre bastante alto y robusto. Había una mujer pelirroja dándose vuelta muy lentamente y una mujer rubia tomando su costado ensangrentado desde el suelo.
Note entonces que estábamos en la punta de un risco bastante alto, del cielo caía y descansaba bajo mis pies nieve tan blanca como el algodón.
Sabía que tenía que tomar una decisión y por más que gritara o me moviera, ellos parecían no notar mi existencia y solo querían hacerse daño.
Desperté por el sonido de un auto. Sacudí mi cabeza y lleve mis manos a mi rostro. Restregué mis ojos y los abrí. Tenía la visión borrosa y unas punzadas horribles en la cabeza. Me incorpore con suma lentitud, entrecerrando los ojos, intentando mover mis piernas entumecidas y soportar el horrible dolor de cabeza que tenía. Los recuerdos pasaron vagamente como una película en mi mente, haciéndome gemir de dolor, al recordar las sensaciones del bosque.
Intente incorporarme pero algo me detuvo. Una correa de cuero marrón cubría casi toda mí muñeca, privándome del movimiento libre al estar atada en los barrotes blancos de la cama. Solté un jadeo de confusión y comencé a mover la mano con fuerza, intentando liberarme. El sonido del auto que me había despertado volvió a sonar, a través de la ventana junto a la cama donde descansaba. Paredes blancas, sábanas blancas, suelo blanco. Dos puertas. ¿Dónde estoy?
Tire de mi brazo, intentando liberarme. Pero fue inútil. Note que traía puesta una gran camisa blanca mangas largas que parecía un vestido, y debajo no tenía ropa interior. Pensé en gritar y pedir ayuda, pero si lo hacia lo más probable era que llamase la atención de quienes me habían llevado allí. ¿Habían sido buenas personas? ¿O los hombres vestidos de negro? Si eran buenos, ¿Por qué me habían atado, entonces?
Fije los ojos en la mesa junto a la cama, una pequeña mesa de noche blanca sobre la cual descansaba una lapicera con hojas, lápices y... Una tijera. Intentando no hacer ruido me estire para tomarla, pero estaba demasiado lejos. Levante la pierna y la extendí con mucha dificultad hacia la mesa. — Vamos...— Susurre, pasando mis dedos por las aberturas de la tijera, intentando atraparla. Cuando lo logre, volví mi pierna a la cama y tome la tijera. Era larga y parecía vieja, pero aun así la lleve a la correa para soltarla. Fue entonces cuando escuche los sonidos de fuera: pasos acercándose. Voces susurradas. Gritos susurrados. Respirando con rapidez y miedo creciendo entre mis venas, me esforcé por cortar la correa, que luego de muchos intentos cedió ante el filo del metal. Cuando me libere gatee en la cama hasta la mesa de noche y moví al lapicera, esperando encontrar otra cosa para defenderme. Las voces y los pasos aumentaron.
Sentía unas fuertes ganas de llorar, y aun así abrí los cajones de la pequeña mesa, exaltada, ignorando el dolor en mi cuerpo. Me detuve al abrir el ultimo: Había un arma, un arma pequeña, de metal brillante. Pero un arma. Había visto miles de veces a mi padre quitarle el seguro a las armas y disparar, y él le había enseñado a Darcy, pero no a mí. Dude en tomarla, cuando la puerta se abrió.
— Despertaste.— Dijo la voz de un hombre, internándose en el cuarto, seguido de otra. Desesperada, aterrada y entrando en pánico, tome el arma y la alce, para apuntarle. — No...Espera...
— ¡Aléjate de mí! — le grite, con la voz ligeramente rota por el miedo, sosteniendo con ambas manos el arma hacia su rostro. Era un hombre mayor, de más o menos la edad de mi padre. Lucia sorprendido de verme de pie, libre y alzando un arma hacia su rostro. Sus ojos azules estaban muy abiertos y estaba vestido de traje, como si estuviese listo para irse al trabajo. — ¡No des ni un paso más! ¡Te lo advierto!
Sentí las ganas de llorar apretarse contra mi garganta y cuando lo vi dar un paso al frente le quite el seguro al arma:— Está bien, está bien. — susurro el, alzando las manos, para que las viera. Estaba temblando, y me dolía muchísimo la pierna izquierda. Tras el hombre entro entonces una mujer rubia, que se quedó de piedra al verme con el arma alzada. — Amber, cálmate. Nadie aquí te hará daño. Estarás bien. Baja el arma, por favor.
— ¿Quien... quienes son ustedes? — Pregunte, con los labios temblorosos. Escuche una estampida de personas venir por la puerta, y solté un sollozo de miedo. — ¡¿Quiénes son?! ¡¿Dónde estoy?!
La mujer pareció notar que estaba muy asustada y se movió lentamente hacia la puerta para gritar:— ¡Chicos, bajen! ¡No suban! ¡Ella está asustada!
#37219 en Novela romántica
#17552 en Fantasía
#6899 en Personajes sobrenaturales
Editado: 13.06.2020