—Soy Rivera Manuelita, y traigo una noticia de último minuto —aquella mujer acomodó los papeles que sostenía entre sus manos sin dejar de dar la nota—. Unos raros avistamientos han comenzado a darse en todo el mundo.
A medida que nuestros protagonistas escuchaban, no podía evitar sentir que un nudo se formaba en su garganta, mientras que, en sus lenguas, percibían cómo éstas se secaban al compás de la información que recibían.
—Criaturas parecidas a sombras y con ojos amarillos, recorrieron las calles de nuestra ciudad y de otras estas últimas horas. Varios de estos misteriosos seres han sido captados por cámaras callejeras y de propiedad privada, ingresando a casas aledañas a las mismas. Hasta ahora no se informan incidentes al respecto, pero este acontecimiento tiene alarmado a todos los países que comparten nuestro horario nocturno.
—Qué diablos está pasando… —comentó Alan completamente impactado en lo que se dejaba caer en su asiento.
—No lo sé… pero esto es completamente diferente a lo que pasó la última vez —aseguró Abel sin dejar de ver la pantalla; su expresión era casi la misma que la de su amigo.
—Sin dudas son esas criaturas de nuevo. Son ellas… estoy seguro —el morocho retiró su vista del aparato acongojado, y aunque no deseaba seguir escuchando, la reportera soltó más cosas aún.
—¡Ahora tenemos más información! En estos momentos, las redes sociales han llamado a este fenómeno “la gente sombra”, y cada uno relata una vivencia parecida: “Estaba teniendo un sueño muy vivido en donde una figura negra, me atravesaba de lado a lado y sacaba algo que no puedo explicar qué era.” —notificó la periodista.
—¿Les están quitando algo? —Abel levantó una ceja curioso. Sin embargo, antes de recopilar más datos, el aparato se apagó repentinamente, seguido de un apagón que implicó a toda la calle y no solamente a su negocio.
—¡Ah! ¡Un corte! —Alan se enderezó en su asiento presa del miedo.
—Maravilloso… no tenemos con qué defendernos si esas cosas vienen por nosotros —bajó la cabeza el rubio con una frustración galopante, aun así, tomó valor de alguna parte de él, y sacó unas velas que afortunadamente tenía a mano. Cuando Alan vio la luz llameante, le produjo un cierto alivio, pues la oscuridad ya era algo que no toleraba por experiencias pasadas.
—Por favor… no me pongas más nervioso. Aunque bueno, al menos tenemos velas —ahora ni loco se atrevería a poner un pie afuera con ese apagón general que había sufrido toda la ciudad, y entendían que era de ese modo porque no había luz de ningún tipo allí fuera, así que las tinieblas reinaban, aun así, los refucilos de la tormenta, eran lo único que alumbraba de manera espeluznante las veredas y edificios adjuntos, lo que hacía menos apetecible la idea de salir.
Frente a tremenda situación, Abel no volvió a contestarle a su allegado, especialmente porque se hundió en sí mismo, después de todo, si lo que habían visto era cierto, estaban en el horno. Sin los relojes no eran nada, así que tendrían que aspirar a otras ideas.
En lo que el silencio teñía sus corazones con inquietudes (principalmente a Alan), afuera la noche se volvía más densa. No sólo se escuchaba la lluvia azotar fuerte contra el frío asfalto, sino que algún que otro alarido inhumano era ahogado por la misma, subiendo así la tensión de ambos personajes.
—¿Has escuchado eso? —se dirigió Alan a Abel, pero éste le chistó para que se callara, puesto que quería atender más adecuadamente.
El simple hecho de estar uno al otro lado de la barra, inquietaba peor a Alan, quien intentaba mostrarse firme ante la situación, pues, muy en el fondo, éste deseaba estar codo a codo con su amigo ya que se encontraba realmente aterrado por primera vez en mucho tiempo. No entendía el porqué de su sentir, debido a que con todo lo que pasaron, al menos debería estar tan acostumbrado a esos seres como Abel, quien expresaba su valentía en esos momentos como en tiempos de ataño, no obstante, lo cierto es que una persona que logra una vida de paz, no acepta tan fácilmente que esta clase de hechos puedan volver a ocurrirle.
Ahora bien, minutos después de mandar a callar al morocho, un golpe fuerte provino de delante de la tienda, el cual hizo saltar a los dos chicos en sus lugares.
—¡Diablos! —se quejó Alan y se aferró a la mesa al inclinarse.
—Creo que hay algo delante de la tienda… —mencionó el otro en voz baja.
—¡No me digas! —le reprochó aquel editor al mirarlo algo molesto.
Parecía por un segundo que una discusión iba a empezar entre esos dos, pero no pasó así, ya que unos arañazos abruptos que se dieron contra la entrada, la cual temblaba por la potencia de los mismos. Completamente estáticos por la intensidad del ataque, nada más se quedaron viendo que incluso la campanilla se zarandeaba con violencia.
—¡Ah! ¡Esa cosa quiere entrar! —gritó Alan despejándose de su shock al igual que su amigo, para después ponerse de pie y alejarse unos pasos de la barra tanto como Abel—. ¡Qué hacemos!
—¡No lo sé!
Su única salida estaba siendo obstruida por su pasado, el cual le ponía cada vez más empeño a su empresa para llegar a ellos, lo que provocó que ese par palideciera, y más al notar aquellos ojos amarillos abrirse justo en el difuminado cristal, en donde, además, se escuchó crujir la madera del portal, indicándoles que pronto ésta cedería.
—¡Maldita sea! —apenas Alan gritó esto, todo se detuvo, pues la luz del sitio regresó, no obstante, seguía la intensa lluvia allí fuera.
A pesar de que el mal momento se había esfumado como la niebla, una mala sensación, la cual tenía que ver con la desconfianza, se instaló después de la tensión vivida. ¿Qué había sido todo ese escenario tan horripilante? ¿Estuvieron a punto de morir acaso? Lo cierto es que ninguno de los dos se animó a acercarse a la entrada hasta pasados unos minutos, y entonces, el dueño de la tienda fue a revisar cómo había quedado la puerta.