Lycoris Merveilleux

Capítulo 10: “El comienzo del laberinto”

Como si de algo mágico se tratase, la lluvia comenzó a caer sobre las calles, haciendo resonar su fuerza contra los tejados, que lentamente eran barridos por el agua. La noche para aquel momento ya había caído, y con ello, las personas se dispersaban como si la tormenta trajera consigo algún veneno.

Desde dentro de la cafetería de Abel, algunos de sus clientes lo pensaron dos veces antes de retirarse hacia las negruzcas callejuelas, mientras que otros, esperaron a que la intensidad del clima, bajara un poco su mentón, y así, dejaron paulatinamente, vacío el llamativo local, en el cual, el joven dueño quedó solo.

Una vez las cosas tomaron su lugar, aquel muchacho, cerró como correspondía la tienda, y se retiró a su hogar, cruzándose a medio camino, con algunos mensajes provenientes de sus compañeros, quienes estaban hablando sobre un acontecimiento que aún no se daba.

—Quizás hoy nos encontremos con él otra vez —comentó Lena, quien fue la primera en mandar ese mensaje.

—¿Aún estás con eso? ¡Sólo te lo encontraste una vez sapito! —respondió Uriel.

—¡A quién diablos le dices sapito! —se quejó la chica.

—Calma, calma. Ya habíamos hablado de esto, y se supone que fue su primera experiencia, además, no estamos seguros de si aquello fue una coincidencia o no —declaró Alan.

—Capaz que ustedes no lo sientan, pero tengo una sensación rara cuando pienso en lo que nos pasó… —aclaró la chica.

—Supongo, pero ahora no podemos hacer nada —expresó el pelinegro.

—… —Lena se sentía ignorada otra vez, por eso es que había puesto los puntos para demostrar su frustración.

—Por otro lado, ¿recuerdas Abel cuales continentes eran los que arribamos hace tres años atrás? —le preguntó su mejor amigo, a lo que el interrogado respondió.

—Claro, pero no creo que nos sirva de algo si aparecemos en otras dimensiones, ¿no? —hizo saber el rubio.

—Podría servir; nunca se sabe —opinó Uriel.

—Bien, si no recuerdo mal, los primeros que abordamos fueron África y Oceanía —avisó él.

—Sí, exactamente, fueron esos. ¿Crees que nos dividirá como la primera vez? —habló una vez más Alan.

—No estoy seguro… Como esto es todo bastante nuevo, no sé cómo es que va a funcionar ahora, así que admito que me encuentro un poco nervioso al respecto —Abel temía por el devenir, y que luego descubrieran que las reglas del juego estaban cambiadas, por eso en su nerviosismo, se aferró a la corona que colgaba de su cuello para luego acercarse a su hogar, y así entrar en el mismo.

—Ahora que lo dices… no tenemos muy claro el uso de los dijes. Seitán dijo que teníamos que simplemente imaginar lo que quisiéramos, pero no tiene botones como el reloj, así que no sé bien cómo utilizarla… —ahí, Alan fue interrumpido por Uriel.

—No importa, ya nos las arreglaremos, así que, tranquilo —avisó el del mechón rojo, quien trataba de darles confianza a sus compañeros.

—Creo que Uriel tiene razón; ya nos las ingeniaremos; no debe de ser tan difícil. Y pues bien, yo ya me voy a comer, luego de eso me daré una ducha e iré a dormir, ¡así que nos vemos luego! —después de hacer entender a los demás lo que haría, Lena se desconectó.

—Yo también iré a cenar, hasta más tarde —el joven y extraño muchacho, se desvaneció igual que ella.

Nadie más respondió a esos mensajes, a excepción de Abel, quién dejó un “Buenas noches”, antes de irse.

Más entrada la noche, justo a las doce, Abel caminó lentamente hacia su habitación luego de haber terminado de lavar los platos en la bacha, por lo que ahora tocaba simplemente irse a dormir para cumplir su misión… una que en el fondo no quería hacer, pero que debía realizar. Al abrir la puerta del cuarto, ésta rechinó de forma tétrica, para más tarde dejar en vista el cuarto completamente oscurecido, el cual le entrega unos sentimientos profundamente negativos, no porque hubiera pasado algo espeluznante en aquel sitio, sino porque en sí mismas… las penumbras eran aterradoras. Después de contemplar un poco las estáticas sombras, movió la mano para encender el interruptor, dándole así un aire de alivio a su ser. A continuación, fue a cambiarse de ropa y procedió a hacer el ritual que cualquiera atina a acometer antes de irse a dormir. Una vez terminada su labor, este joven adulto, se recostó y, pensó: “¿por qué yo?”

Desde aquí, podríamos aclarar que Abel, aún no se sentía completamente preparado para enfrentar lo que le esperaba, y a pesar de eso, este muchacho, realizó aquel viaje espiritual, el cual no le costó nada llevar a cabo. Ya estando con la mente en su objetivo, se internó en ese nuevo universo, en donde un extraño coro de ángeles lo atraía. Al ser atrapado por tal melodía divina, fue internándose cada vez más en lo profundo de este mundo, hasta que su percepción pasó de ser un negro incierto a un colorido alegre.

Una vez dentro de ese sistema, se encontró flotando a través de mándalas de colores, que se movían y confundían al dichoso personaje. Enseguida, empezó a cuestionarse, si realmente había arribado correctamente al lugar de encuentro. Sin embargo, en ningún momento se le ocurrió hacer uso del collar al estar atrapado en tal maravillosa escena, no obstante, alguien más lo hizo, por lo que éste brilló por su cuenta en el cuello de nuestro protagonista, que seguía aún flotando en medio de esa nada absurda.

—¿Hola? ¿Estás ahí Abel? ¿Alguien me escucha? —la voz que se manifestaba era la de Alan.

—Ah —al darse cuenta de ese acontecimiento, el rubio se detuvo en medio de ese lago psicodélico, y entonces tomó con una mano la corona para responder mientras la acercaba a sus labios—. Estoy aquí Alan; me sorprende que seas tú el primero que se haya contactado conmigo. ¿Estás buscando también a los demás? —era obvio que era así, especialmente cuando éste en determinado momento mencionó a los otros.

—Sí. Pensé que todos terminaríamos juntos, pero al parecer me equivoqué. Seguramente todos estamos en diferentes sitios —declaró el pelinegro.




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