Las pequeñas intromisiones pueden transformarse en grandes cambios para ciertos seres humanos, así como sucede con las flores carmesí, las cuales empiezan a marchitarse junto a las demás cuando llega el cambio de estación, cosa que no pasa con la Lycoris infernal, pues ésta mantiene su juventud eterna gracias a la tierra que habita, y eso era desalentador para los muertos que debían cruzar entre ellas. Esa misma sensación que inundaba a las almas en pena, escalaba ahora los cuerpos de Kadmiel y Lena, quienes caminaban por ese sendero de ruta, sintiéndose solos por la falta de interés de sus compañeros, aun así, decidieron dejar a un lado el tema para continuar con su misión.
—Es tan solitario y da tan mala impresión… —expresó la chica, quien se encogió de hombros mientras buscaba algo que los pudiera guiar hacia su reencuentro con los demás.
—Es verdad, pero estoy aquí, y aparte, estamos lejos del castillo, de modo que no debemos preocuparnos por el momento —declaró su compañero. Aquel hecho narrado, le permitió a su amiga experimentar cierta paz, e instintivamente sonrió por ello. Sin embargo, apenas llegaron a un despejado cruce, escucharon un ruido proveniente del pedazo de chatarra que habían dejado atrás, es decir, el auto.
—¿Qué fue eso? —preguntó la castaña girándose al mismo tiempo que su ángel.
—El vehículo… —expresó el samurái entre cerrando los ojos.
Ahora que miraban con más cuidado aquel transporte destartalado, no pasaron por alto cómo éste se meneaba, y eso no los hubiera alarmado tanto de no ser porque sus sacudidas se tornaron más evidentes, cuando ciertas sombras con forma de patas muy delgadas empezaron a asomarse. De inmediato, las caras de ambos individuos, pasaron a ser de horror al notar que la punta de esas extremidades, poseían un dorado brillante, más el resto de su cuerpo, se bañaba en un claro albino, demostrando al final su figura apenas estos seres se treparon por completo sobre la estructura; aquellos no eran más que unas al menos cinco arañas del tamaño de un perro cada una.
—¡De dónde diablos salieron! —gritó aterrada Lena, para después escapar sin esperar el aviso de su compañero.
—¡Esas cosas se me pasaron por alto! —admitió Kadmiel, compartiendo los mismos sentimientos de su amiga, a la cual siguió.
Aquellas cosas tan aterradoras, soltaron unos violentos chillidos apenas nuestros héroes comenzaron con su escape, así que decididas, fueron detrás de ellos, haciéndoles saber de esto en el proceso a la pareja, pues ésta escuchó claramente el rápido golpeteo de esas patas contra la reseca tierra. Mientras esta terrible persecución se daba, desde la lejanía, justo en la dirección hacia la que iban, el samurái logró ver a lo lejos algo aproximarse hacia ellos; ¡eran más de esos asquerosos insectos!
—¡Cambiemos de ruta! —avisó el pelinegro.
En cuanto su compañera asintió, él en el proceso sacó su espada para luego girar ambos a la derecha, lo cual los llevó, sin quererlo, hacia ese endemoniado castillo, el cual era diferente del primero que vieron, aun así, tenían la sensación de que no deberían ir adentro, no obstante, la situación por la que pasaban, les obligaba a hacerlo en contra de sus deseos.
—¡No tenemos más alternativa Kadmiel! ¡Hay que entrar! —declaró Lena, pues estaban a unos pasos de llevar a cabo lo dicho.
—¡Lo sé! —asintió con apuro.
Entre jadeos, llegaron ya con algo de dificultad a la enorme edificación hecha de piedra, y entre los dos empujaron para hacerse paso. Una vez dentro, aquel samurái tuvo que hacer uso de su arma, dándole así fin a algunas de esas criaturas que se les echaban encima mientras que su protegida cerraba sola las puertas. Después de que el pelinegro ganara algo de tiempo al contener a esos asquerosos seres, Lena alcanzó su objetivo, e impidió que más de esas cosas los arremetieran apenas finalizó su tarea.
Cuando pasó el rasposo y pesado sonido del sellado de la madera, ambos se sintieron respirar de nuevo, y se detuvieron a analizar sus alrededores.
—Eso ha sido una experiencia terrible —comentó Kadmiel.
—Sí, aunque… no puedo relajarme estando aquí —declaró la chica, quien sujetó su collar y entonces dio aviso a los demás—. Muchachos, soy Lena. Les hablo para avisarles que estamos atrapados en un castillo, y que, aun así, buscaremos la forma de salir de aquí.
En lo que ella estaba hablando, lentamente, se empezaron a internar con precaución, pues después de que casi los mataran la primera vez, no estaban muy seguros de si volverían a encontrarse con la reina araña o no.
Así que, centrándose ahora un poco más en el salón de recibimiento de ese castillo, los chicos fueron acogidos por el color del honor, en pocas palabras, el azul, que se expresaba por doquier. Más luego, se fijaron en las altas ventanas, que podían distinguirse alzando un poco la mirada. Desde aquellas entraba la luz de una luna que no estaba, y se veían pequeños destellos en las terminaciones de sus líneas. En cuando a la alfombra que se desplegaba por todos lados, se teñía de ese zarco, haciendo juego con el empapelado que se apropiaba de un diseño no muy convincente. Apenas determinaron los detalles más esenciales, recibieron una respuesta de Abel, el cual había arribado a donde estaba Alan cuando atravesó esa puerta que se le había presentado.
—¡Es enserio! —expresó ahora sí genuinamente asombrado, puesto que, al comienzo, no quiso darle importancia, pues daba por hecho que como no estaban dentro de ese lugar, no debería haber ningún problema, pero al parecer… subestimó las circunstancias.
—Hablamos muy enserio —declaró con extrema imponencia Kadmiel, quien no toleraba este tipo de tratos—. Fuimos atraídos hasta aquí por unas arañas muy extrañas, así que deberemos buscar otra manera de salir.
—Ya veo —en esta ocasión se expresó Alan—. Abel está conmigo, sin embargo… Y tengan cuidado, porque si están ahí de nuevo, puede que cosechen problemas con esa mujer como la última vez —avisó.