Capítulo 13: “Presunción”
Los hábiles ojos carmín de esa dama lasciva, se posaron principalmente en Kadmiel, quien, en su incomodidad, desvió su mirada, quedando antes los orbes de esa reina, como un ser patético.
—Vaya… —expresó con un tono que fingía asombro, por mientras, sus piernas se cruzaron en una postura comprometedora. Esa descarada mujer que traía consigo una capa roja transparente brillante, se apareció ante ellos con un traje de baño de dos piezas que parecía más lencería de primera mano—. A pesar de que ambos han vuelto a invadir mi territorio en contra de mi voluntad, no son siquiera capaces de mirarme directamente a la cara…
—¡No bromees con nosotros! —la señaló Lena enfadada—. ¡Fuimos atraídos hasta aquí por esas arañas! ¡Es obvio que todo esto es una trampa!
—Y ustedes como dos idiotas cayeron en ella… ¿No es gracioso? —soltó una pequeña risa en lo que cerraba sus ojos; esa orgullosa descarada lo había admitido.
—¿Qué? —exclamó más molesta la castaña—. ¡Con qué fin nos trajiste aquí! ¿No se supone que eres nuestra aliada?
—El motivo es sencillo —declaró ella elevando una mano con esas rojas y largas uñas—. ¡No toleraré que un par de ineptos hayan invadido mi territorio y se salgan con la suya!, así que no tengo porque contenerme con ustedes porque no son de nuestro mundo, además, aún quedan más de esos chicos, ¿no es así? No pasará nada si un par desaparece.
—No jodas… —gruñó Kadmiel, quien ahora también estaba tan molesto como su amiga—. ¡Crees que vamos a bajar la cabeza así como así! ¡Se nota que no tienes sentido común!
—Me importa poco lo que tenga que ver con los sentimientos humanos —declaró Mercuri poniéndose de pie—. ¡Ahora mis sacerdotisas se encargarán de ustedes! ¡No podrán librarse esta vez del sacrificio que me deben! —de inmediato los señaló con su mano, y enseguida, irrumpieron en el cuarto unas chicas vestidas de blanco de pies a cabeza que, aunque se distinguían por sus diferentes estilos de vestimenta y peinados, sus ojos, limonados, también daban indicaciones de que pertenecían a la misma especie.
—¡Diablos! —cuando Kadmiel hizo el ademan de sacar su espada, todas las muchachas levantaron su báculo y señalaron a ambos intrusos, los cuales fueron atacados con una descarga, obligándoles así a gritar de dolor. Una vez aquella maniobra mal intencionada finalizó, de sus cuerpos salió un poco de humo, e inmediatamente ambos perdieron el equilibro, cayendo así inmóviles sobre la alfombra.
—Bien hecho. Ahora llévenlos a los calabozos —ordenó la reina, y sus lacayas hicieron el resto.
Ese impecable par, fue superado por una mujer vengativa, aunque eso no significaba que sus vidas estuvieran en jaque ahora mismo. En cuanto a Abel y a Alan, ellos seguían en aquel bosque, sin saber que un individuo desconocido los estaba vigilando, eso hasta que el pelinegro notó un movimiento anómalo cerca de ellos en unos arbustos.
—¡Abel, allí! —advirtió su compañero antes de que Uriel pudiera contestarle a su allegado, quien al poco se puso en alerta.
—¿Qué sucede? —preguntó la voz del joven en el dije.
—¡Iré a ver! —sentenció Alan, adelantándose a toda idea que pudiera tener el rubio, y este último, se vio obligado a posponer la llamada.
—¡Luego te explico! ¡Más tarde te llamaremos, mientras tanto no te muevas de donde estás! —le ordenó ese chico, a lo que recibió enseguida una respuesta positiva del menor, e instantes después, Abel fue detrás del pelinegro.
Para sorpresa del de ojos esmeralda, las pisadas apresuradas que realizaban sobre el pasto no duraron mucho, ya que se frenaron casi al instante cuando arribó en su dirección, de modo que se encontró con el de orbes castaños a unos metros y se frenó justo a su lado, pues el nombrado estaba mirando incrédulo algo en el suelo.
—¿Qué tanto estás viendo? —le preguntó, y al bajar la vista, se encontró con un muchacho de aspecto principesco: cabello castaño, con un tono parecido a su piel, y con unas vestimentas que le permitían marcar bien sus músculos, cosa que dejaría a cualquiera con la boca abierta—. ¿Qué hace este sujeto aquí? —dijo desconcertado Abel.
—Quizás necesite ayuda —respondió con simpleza Alan, para luego agacharse y tomar al muchacho de los hombros, pero apenas lo sentó, éste abrió los ojos dándoles un significativo susto—. ¡Ay Dios mío! —expresó el pelinegro mientras se llevaba una mano al pecho.
—Uy, casi me da un paro —declaró el rubio mucho menos expresivo que su amigo—. Oye, ¿te encuentras bien? Parece que estabas desmayado aquí…
Si bien no habían hecho esos dos nada más que brindarle su sincero apoyo, ambos se dieron cuenta de que la mirada de ese individuo, no expresaba agradecimiento, lo cual los desmotivó e incomodó en el momento, hasta que éste respondió con una amable sonrisa que expresó a ojos cerrados de un momento a otro, para más tarde contestar a sus preguntas.
—Oh, lamento mucho las molestias, no era mi intensión preocuparlos. Sólo estaba tomando una siesta en medio de este cálido lugar —señaló elevando un poco sus palmas hacia el cielo; un movimiento que siguieron con sus cabezas los dos protagonistas.
—Ah, discúlpanos a nosotros entonces —Alan decidió que era más prudente alejarse de él y levantarse, pero momentos después le ofreció su mano para que se pusiera de pie.
—Nunca lo hubiéramos imaginado, especialmente por lo llamativo que nos pareciste —declaró. De pronto, se dio cuenta de algo, así que después de abrir un poco más la boca de lo normal agregó—. Yo soy Abel, y este es mi amigo Alan. Estamos buscando a nuestros demás compañeros y al parecer nos terminamos cruzando contigo. Por lo que nos había dicho Seitán, esto no debería estar ocurriendo si es una noche lluviosa, pero creo que nos desviamos un poco por ser nuestra primera vez —se llevó una mano detrás de su nuca para rascarse ésta y ahí rio con vergüenza.