Como si la Lycoris se hubiera convertido en unos hilos finos de araña al desteñirse su color, así se sentían atrapados aquellos dos. Tanto Lena como Kadmiel, con sus cuerpos adecuadamente desparramados sobre el liso suelo, fueron despertando dentro de la misma pesadilla que ya se había relatado con anterioridad.
—Mi cuerpo… lo siento completamente entumecido —comentó el pelinegro con algunos cabellos enredados en sus labios, los cuales luego se deslizaron fuera de su boca por su propio peso.
—Y me lo dices a mí —se pausó un poco la castaña para luego apoyar su espalda sobre la blanca pared. Más adelante, curioseó con sus ojos lo que había afuera de la celda que les había tocado—. Yo siento que me pasó un camión por encima.
Al poco de declarar con mala gana aquello, la chica abrió más de lo normal sus ojos ante lo que se cruzaba sobre su vista, y después de hacerlo, despegó su boca y se apresuró en avisar a su amigo.
—¡Mira eso Kadmiel! —le señaló con sus palabras, a lo que el muchacho también prestó la debida atención.
Al otro lado de donde estaban, un montón de sacerdotisas danzaban en el centro de una especie de gran pentagrama sosteniendo así también sus lanzas, las cuales formaban parte de lo que parecía ser su coreografía, en cambio, otras estaban preparando algunos brebajes, y se notaba el trabajo riguroso que llevaban a cabo, ya que la mesa que utilizaban para cortar las hierbas, ocupaba casi todo el largo del patio, de modo que también había al menos unas veinte muchachas haciendo la labor; ¿de qué se trataba todo ese circo?
—¿Qué es lo que están tramando? —murmuró Lena impresionada.
—Creo que van a sacrificarnos —comentó Kadmiel poniéndose de pie para luego ir hacia las rejas; su teoría venía de lo que escuchó la primera vez que entraron al castillo—. ¡Hey! ¡Ustedes! ¿Dónde está su ama? ¡Díganle que nos libere! —exigió el pelinegro, cosa que solamente se convirtió en una pérdida de tiempo cuando estas muchachas simplemente pasaron de él como si nunca hubiera hablado, lo que hizo que el chico chasqueara la lengua en forma de queja—. Esas desgraciadas…
—Realmente parece que no nos escuchan —declaró desalentada la castaña.
—Y no lo harán —intervino en su conversación la reina araña, quien se paró junto a la celda con un traje transparente, parecido a la clásica ropa japonesa para mujer.
—¡Ah! ¡Con que estabas aquí! —le recriminó la prisionera.
—¡Libéranos de una vez o tendrás problemas con Seitán! —advirtió Kadmiel.
—¿Con Seitán? ¡Ja! ¡Ella ni siquiera sabe que ustedes están aquí! —se carcajeó, no obstante, esta situación no duró mucho, debido a que un portal se abrió de forma abrupta en medio de las sacerdotisas impidiéndoles así que siguieran con su ritual, y obligándolas a retroceder, por lo que instintivamente pusieron una cara de espanto mezclada con expectación—. No puede ser… —expresó Mercuri al ver asombrada la entrada dimensional.
—¿Podría ser? —murmuró Kadmiel.
Apenas se pensó la posibilidad, ésta llegó a la realidad, por lo que de esa ranura empezaron a surgir unas manos muy delicadas, que a su vez le siguió el resto de su cuerpo. La figura que se presentaba, tenía el cabello astral, unos preciosos ojos azules, y un encantador vestido esmeraldino que apenas dejaba ver sus sandalias blancas.
—Lamento llegar bastante tarde —comentó la extraterrestre, a la cual todos reverenciaron a excepción de los prisioneros y de la misma reina Mercuri, quien se veía ahora notablemente descontenta.
En un ataque de molestia apenas disimulado, la lasciva mujer fue a recibir a Seitán, quien la miró impasible una vez la tuvo a una distancia aceptable.
—¿Qué es lo que la trae aquí líder de las fuerzas de luz? —preguntó aquella orgullosa mujer.
—He venido a buscar a mis elegidos —declaró y al voltear su mano, con su palma señaló a los chicos que seguían aún bajo el abuso de su contraria, lo que hizo fruncir más el ceño a su “aliada”.
—Es una lástima que te hayas tomado la molestia de venir hasta aquí —relató ella recuperando la confianza en sí misma, y luego de llevarse una mano a la cintura empezó a explicarle a Seitán por qué no podía liberarlos—. Ellos volvieron a pisar mi territorio sin mi consentimiento, así que no voy a perdonarlos esta vez —aclaró con una engreída sonrisa, a lo que lentamente la albina bajó su mano, y marcando un silencio ligeramente incómodo, llamó la preocupada mirada de aquellos dos.
—¿Es así? —preguntó suavemente.
—Lo es —afirmó una vez más.
—¡No escuches lo que esa jodida mujer dice! —gritó Kadmiel desde su celda, pero Seitán levantó su mano para detener las vociferaciones del chico, lo cual desconcertó a éste, y alegró a Mercuri.
—Reina araña, Mercuri —la llamó la muchacha de ojos azules.
—¿Sí? —dijo levantando una ceja.
—Sus razones son absurdas, especialmente cuando ignora el motivo de mi repentina llegada —ahora la voz de la chica cobraba fuerza, y eso se debía a que aquella excéntrica mujer le había intentado tomar el pelo.
—Realmente creo que está confundida… —declaró con una leve tensión en su rostro.
—No, no estoy confundida —en esa pausa, la cual fue ligera, agregó algo más sin darle tiempo a su contraria de defenderse—. He escuchado que les tendiste una trampa a mis chicos, y lo hice a través de sus collares —al dar ese dato, la pareja se miró sorprendida las coronas que tenían en sus cuellos—. Esos dijes son los aparatos más sofisticados que he creado después de los relojes que les di a los compañeros de Abel la primera vez, así que… no trates de subestimarme —le recalcó con severidad, a lo que esa mujer tuvo que dar un paso atrás por la impresionante astucia que había demostrado aquella extraterrestre—. Si eres consciente de tu falta, sugiero que pidas disculpas y consideraré este asunto como un simple hecho de confusión de tu parte.