Lycoris Merveilleux

Capítulo 25: "Sueños tormentosos"

La lluvia azotaba fuerte contra la costa, y los rayos de tormenta, se estiraban lo más que podían para alcanzar las copas de los árboles, e incluso, se esforzaban el doble para alcanzar los para rayos de las viviendas aledañas, en donde, cuyos integrantes de esas moradas, desconocían la batalla que se estaba desatando afuera de sus hogares. Y sí… la tormenta era fuerte, pero más lo era la presencia que marcaba la lycoris en la vida de aquellos elegidos, quienes estaban saliendo ahora mismo de la oficina de Seitán para luego ser escoltados a la habitación en la que deberían pasar la noche. Sin embargo, apenas y terminaron por sentarse en las camas, Abel enseguida consultó a su guía sobre Lena a pesar de que eso estuviera demás, ya que, no había manera de que éste tuviera información al respecto.

—No se preocupe —contestó este sobrenatural individuo—. En cuanto ella se estabilice, seguramente la encontraran en el otro plano, por ahora, les pido amablemente que se adelanten; nosotros le haremos llegar el collar a su amiga —y entonces, haciendo una reverencia, no les dio más tiempo para seguir interrogándolo, pues éste sujeto procedió a retirarse.

—Eso fue algo cortante —declaró Alan, y su compañero de cuarto, estuvo completamente de acuerdo con él.

—Aunque bueno, no los culpo por estar tan ocupados —dijo mientras bajaba la mirada a sus pies, los cuales descalzó empujando sus zapatos con los mismos—. Nunca me imaginé que Seitán tuviera tanto trabajo.

—Y seguro que tiene más. Lo digo porque ella habló sobre sus aliados la vez en que Kadmiel y Lena se metieron en problemas con esa reina araña; vete tú a saber cuánta gente debe soportar —dijo moviendo una mano en el aire.

—Tienes razón; supongo que tenemos suerte por no tener que preocuparnos por todas esas cosas —Abel se terminó recostando en la cama luego de soltar esa frase; la conversación, y todo lo que sucedió lo tenía agotado.

—Sí… aunque sí tenemos que preocuparnos de otras como, por ejemplo, el hecho de evitar que nos maten en ese lugar —alegó en el mismo estado su igual.

De momento, la habitación se silenció apenas Alan dejó de hablar, y se terminó por recostar sobre la cama, aunque no antes de despojarse de algunas ropas para dormir más cómodo. La cosa estaba grave, y ambos se dieron cuenta de cuanta responsabilidad tenían al rememorar todo lo que esa extraterrestre albina les había relatado; esto ya no era sólo por ellos, pues tenía que ver con todos; con absolutamente todos en el planeta, incluyendo a esos extraterrestres. De cualquier forma, no les quedaba de otra, que adelantarse a sus amigos y empezar con las nuevas pesadillas. Los chicos que ya estaban enredados entre sus sabanas, se relajaron entre las mantas, y como si la instalación presintiera la necesidad que tenían, las luces bajaron su intensidad, dejando apenas y una claridad opaca en el cuarto que sin dudas les permitió a ambos protagonistas, adentrarse en el otro mundo. Al minuto y medio, Abel recobró la consciencia, abriendo los ojos sobre exaltado, como si supiera que él se encontraría con algo aberrante antes de que las cosas sucedieran.

—¡Oh por Dios! —fue lo primero que escuchó venir de su amigo, quien se encontraba parado justo a su lado.

Lo cierto, es que los gritos que Alan soltaba, estaban bien justificados, puesto que se encontraban parados sobre una superficie rugosa y pegajosa; era una sensación que casi traspasaba las suelas de sus zapatos. Sin embargo, eso sólo era la punta de lo que experimentaban, pues su paisaje, complementaba la única sensación que se les imponía. Los muchachos, observaron desde la altura el sobresaliente sitio, en donde la oscura temática, tenía que ver con una especie de alcantarillado con una serie de caminos subterráneos que, arrastraban cuerpos en sus aguas; los cadáveres se mostraban incompletos en algunos casos, y en otros, éstos expresaban grandes mordeduras, como si una gigantesca criatura los hubiera botaneado por simple capricho.

—Parece… que otra vez tenemos que enfrentarnos a algún tipo de monstruo —murmuró casi sin aire el pelinegro, e incluso, el cuerpo le tiritaba casi sin control, pues claro, ni en su anterior aventura, tuvo que ser testigo de semejante salvajismo.

—¿Estás bien? Estás pálido —indicó el rubio; éste expresaba el mismo padecimiento.

—Oye… no hables como si fuera el único de los dos que está de esta forma, además… ¡claro que iba a estar así con semejante cosa! —señaló con ambos brazos lo que tenían al frente; era una carnicería, y eso lo motivaba a querer escaparse de ahí cuanto antes—. ¡Es un genocidio! ¡Esa cosa come carne humana! ¡Estamos frente a un monstruo que… ah! —Alan se detuvo en su parloteo, porque en medio de las turbulentas como ensangrentadas aguas, tres cristales con rosas en su interior, pasaron rápidamente navegando entre los cadáveres—. ¡Mira eso! —señaló su amigo. La brillante captación que le había puesto a los alrededores aquel muchacho, atrajo de inmediato la mirada de Abel cuando éste le ordenó que indagara, logrando que divisara lo mismo que él. Las flores iban pegadas como si se trataran de un conjunto de nenúfares, que esquivaban perfectamente las rocas, en este caso, eran remplazadas por los muertos.

—¡Tenemos que ir detrás de ellas! —sentenció Alan, quien buscó una ruta para bajar de donde estaban e inmediatamente zarpó a toda marcha seguido de Abel.

Ambos se deslizaron por las tuberías, se inclinaron por mancharse y desalinear su aspecto en ese asqueroso pasaje, para así dar lo más pronto posible con aquellas flores, no obstante, la corriente del agua, era fuerte, de modo que la persecución no tendría ningún sentido de seguir así. Abel, entendía que su proceder no llevaría a nada a menos que pensaran en un modo de detener, aunque sea un momento, el cauce.

—¡Las perderemos de vista de seguir así! —notificó.

—¿Entonces qué sugieres que hagamos? —le reclamó el otro.




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