Así como las esporas se pegan al cuerpo de los pájaros para mantener su existencia sobre la tierra, la lycoris les entregaba la terrible impresión a los hombres, de que ésta tiene que ver con la muerte, y dicho aquello, vemos una reacción similar en nuestros protagonistas, los cuales poseían un nivel parecido de desconfianza hacia el ser que les hacía frente. Esa criatura de aspecto lluvioso, aunque no mostrara señales de sus expresiones, tenían la corazonada de que ésta les sonreía, y esa simple percepción, causaba un escalofrío en sus espaldas.
—¡Quién eres tú! —interrogó enseguida Abel dando un paso hacia el tipo sospechoso.
—Eso no importa ahora mismo. Si no actuamos, perderán las flores —el sobrenatural esquivó su pregunta de forma hábil y, sin darles tiempo a reaccionar, su misterioso aliado, señaló con su mano abierta uno de los caminos, en donde las paredes del canal empezaron a reaccionar a lo que sea que estaba haciendo; el sendero que indicaba con su palma, se contrajo un par de veces, e incluso, se mostró pixelado un instante, para luego, cambiar su tamaño a uno adecuado por el cual el par podría pasar sin ningún impedimento, lo cual dejó sin aire al dúo.
—Pero qué… —soltó Alan gracias a su asombro.
—¿Cómo es posible esto? —consultó Abel ante la anomalía que habían presenciado, sin embargo, apenas ambos volvieron con su nuevo colega, éste había desaparecido—. Otra vez…
—Ah… Amigo, estoy tan confundido como tú. ¿Quién rayos era ese tipo?, aunque estoy casi seguro que se trataba del sujeto que describió la vez pasada Lena —comentó Alan luego de recuperarse del impacto que les causó ese individuo.
—Yo también pienso lo mismo que tú —al principio el rubio tuvo sus dudas, pero después de meditarlo un segundo más, dio por hecho que sí se trataba de él—. No… estoy cien por ciento seguro de que era ese tipo.
—¿Entonces crees que podamos confiar en él?, después de todo los ayudó aquella vez —al poco de reconocer esas características, el pelinegro sin desestimar la situación, volvió hacia el canal que se había expandido por gracia ajena—. Por otro lado, ni siquiera nos dio la opción de elegir por cual rosa ir primero…
—Ahora que lo dices, no tengo idea, aunque tampoco es como si tuviéramos opciones —recalcó el rubio, quien se miró con su camarada, para luego soltar un suspiro en conjunto; ambos reconocían la situación.
—Siento que tengo un Deja vu —informó Alan.
—Yo también —a continuación, rieron, y con un gran peso, se acercaron con precaución al canal modificado, introduciéndose así por uno de esos ramajes. Como si se trataran de unas ratas bien acostumbradas a un ambiente contaminado, se distribuyeron por entre: los trozos de carne, sangre derrama, y desperdicios inmundos para llegar a su destino: el otro lado. Una vez estuvieron al borde de la “salida”, decir que quedaron perplejos con lo que se encontraron, era poco.
—Abel… —otra vez, Alan experimentó la falta de aire, y los sentimientos de terror se apoderaron de él más que nunca, pues lo que se encontraba delante de sus ojos, superaba con crecer a los monstruos que pertenecían a esa “guerra biológica” de hace tres años atrás.
—Cállate, no digas nada —ordenó el rubio. Quizás, en este momento, Alan no detectaría tan fácil la forma cautelosa de hablar de su amigo, ni tampoco cómo buscaba camuflar el dueño del café sus facciones para no alterarlo más, cosa que no ayudaría mucho, ya que esos ruidos que hacía esa cosa al masticar… Esos sonidos tan grotescos… no le permitían pensar con claridad, después de todo, ambos estaban pendientes al monstruo que se alzaba como una masa de carne por sobre el agua putrefacta, el cual tenía el tamaño de una pequeña colina, además, por encima de esa grasa, se notaban varias cabezas de niños desfigurados pegados a ésta, que curiosamente, tenían todos el mismo color de cabello. Por otro lado, los abominables, se repartían la carne de los muertos como si fueran una familia para nada mezquina; si había algo que destacar de esta abrumadora escena de ficción, es que los numerosos y alargados brazos que casi podrían llamarse jabalinas articuladas, crujían al moverse, aunque no podría negarse la precisión con la que se manejaban. Sin embargo, había algo que no se podía explicar… Si esas cabezas eran las que alimentaban a aquella enorme asquerosidad, entonces… ¿de dónde provenían las significativas mordeduras que se encontraron en otros restos? El misterio de este hecho, se mantendría un poco más en secreto, debido a que era hora de trasladarse a otro inconveniente que nacía. Volviendo al plano, ya con su collar brillando sobre el cuello de Lena, ella y Kadmiel, resurgían de las cenizas para darle cara a sus temores… temores que tenían que ver con la reina araña, pues al ingresar al otro plano, por tercera vez, se encontraron cerca de su castillo, lo cual les hizo entender que probablemente, algo les impedía llegar a sus amigos, así que, no tuvieron otra opción más que dirigirse a los territorios de esa viuda negra.
—Algún desgraciado debe estar haciendo de las suyas otra vez —comentó el samurái.
—Lo sé, y no tenemos otra opción más que… —Lena tragó un poco de saliva mientras se detenían delante de la enorme puerta de madera que poseía ese castillo— acudir a esa mujer.
La castaña no era la única que estaba angustiada por estar de nuevo en tal sitio, y si bien, esta vez tenían permitido pasar por esos lares, lo cierto es que no sabían con qué humor se encontrarían a Mercuri, y en lo personal preferían salir de ahí lo más pronto posible.
—En cualquier caso, tiene que ayudarnos, ya que es nuestra aliada —dijo Kadmiel empezando a sudar frío por el estrés, pero eso no le impidió empujar la pesada puerta, para así entrar con Lena, y desde luego, tal como esperaban, su interior era terriblemente solemne, sin embargo, aunque tal grandeza resplandeciera en sus estéticas paredes y pisos, la inquietud pisaba más fuerte que los sentimientos de admiración, por lo que, decididos, se dirigieron derecho hacia los aposentos de la reina, la cual sin lugar a dudas ya estaba enterada de la presencia de los dos jóvenes, quienes fueron intervenidos a medio recorrido por las sacerdotisas que en una ocasión los tomaron por prisioneros.