Lycoris Merveilleux

Capítulo 32: "¡El sinónimo de muerte!"

Hay quienes dicen que los más grandes reyes, vayan a donde vayan, llevan consigo su capa con su corona, aun si estos dos objetos no están con él, ya que su figura imponente, sobresale entre la gente, y hablando de esto, la albina marcaba presencia exactamente así; la líder de la luz, Seitán, parada junto a sus dos camaradas, que tomaron sin quererlo, el papel de escoltas, se mantuvieron a la espera con ella, pues ansiaban recibir noticias de sus allegados.

—¿Ya llega su alteza? —preguntó la extraterrestre, poniendo así nervioso al guardia que los acompañaba en la sala del trono.

—No se preocupe, el príncipe Lidciel no tiene motivos para rechazar su petición —aseguró el guardia.

—¿Entonces por qué nos mantienen aquí en lugar de llevarnos directamente con él si no tiene planeado dar de baja mi audiencia? —indagó la joven.

—Oh… es que su alteza, nos había pedido que lo dejáramos solo, es por eso que debemos respetar su mandato —informó el lacayo, lo que hizo que Lena y Kadmiel se miraran entre sí, pues ambos tenían sospechas sobre el asunto.

—Entiendo… ¿Y puedo preguntar el motivo de su petición? —el guardia, al ver la intensa curiosidad de aquella poderosa mujer, bajó la mirada, puesto que ya no tenía con qué responderle—. Veo que ni tú mismo lo sabes… —declaró entre cerrando los ojos, a lo que hizo una leve pausa, para luego aliviar la presión que ejercía sobre el subordinado—. Está bien, no necesitas contestarme, ya que veo que no sabes nada. Por ahora esperaremos pacientemente.

—Gracias por su compresión poderosa líder de la luz —hizo una leve reverencia, y en el proceso, retrocedió unos metros.

La comprensión de Seitán descolocó un poco a los que la acompañaban, pero todo tenía un porqué, y darían con este en breve, debido a que Lidciel arribó con apuro a la sala del trono. Al atravesar la puerta principal, vio con inquietud, a la implacable líder, lo que le generó un malestar potente en el centro de su estómago. ¿Cómo era posible que se presentara ahí aun con los collares desactivados? Se preguntó, y aun cuando apretó los labios, fingió enseguida una amable sonrisa para entonces dirigirse a sus invitados.

—¡Sean bienvenidos! —notificó el príncipe al acercarse a la extraterrestre. Sin embargo, la pareja no respondió, e incluso, la misma Seitán no lo hizo enseguida, lo que puso incómodo al chico—. ¿Sucede algo? —preguntó acariciándose detrás de la nuca.

—Puede ser —insinuó—. Me he enterado por algunos de sus sirvientes que, Abel y Alan, están aquí en su palacio —lo que había dicho, no era mas que una mentira, cosa que Lidciel, al escucharlo, quedó en evidencia al mirar a las doncellas que estaban cerca de la entrada, las cuales negaron nerviosas al encontrarse con la mirada enfadada de su alteza, quien volteó disimulando enseguida con la extraterrestre.

—¿Enserio? Pero… ¿Está segura de eso? —comentó cruzándose de brazos.

—Los collares no son la única herramienta que tenemos a nuestra disposición para encontrar a nuestros compañeros —indicó Kadmiel, quien no reveló el método, pero sí se enteró de qué se trataba al escuchar a la albina en el camino de ida.

—Qué apresurado Kadmiel —expresó suspirando Seitán.

—Lo siento, aunque creo que es mejor hacer rápido esto —opinó el espadachín.

El príncipe, los miraba sin aliento. Había caído en su treta, y peor aún, ellos se lo habían hecho saber de la forma más cruda posible.

—Como sea —volvió a hablar la extraterrestre—. Llévanos con ellos, y en el camino, deseo que me expliques los motivos de tu traición.

—Cómo… —dijo apretando los puños con ira—. ¡Cómo es posible que te preocupes más por esa gente que ni es de nuestra dimensión que por los que están bajo tu mando! —ante ese reclamo, Seitán entre cerró los ojos, dando a entender que el comportamiento de Lidciel no sólo le parecía inapropiado, sino que también caprichoso; propio de un joven de su edad.

—Veo que aún no lo entiendes; ni tampoco entiendes el porqué del estado de tu reino —le comunicó ella un poco severa.

—¿A qué te refieres con eso? —mencionó desconcertado, y otra vez volvió a gritarle—. ¿Me está llamando ciego? ¡Puedo ver que casi no queda ningún alma en mi reino! ¡Incluso estoy falto de soldados! ¡A quién se supone que debería recurrir si ustedes no nos apoyan! ¡Hice todo lo que hice sólo para mantener este lugar vivo! ¡Maté ángeles, incluso forasteros! ¡Me he desvivido por este reino! —las caras de los sirvientes como de los guardias eran para ponerlas en un marco, puesto que se estaban dando por enterados ahora, de que su amado príncipe era un traidor.

—Tu padre está muerto, Lidciel —le dijo la extraterrestre de repente, lo que le cayó como un valde de agua fría al muchacho.

—¿Qué… has dicho? —balbuceó tembloroso.

—Lo que has escuchado. Tu padre, está muerto —avisó—. Hemos recibido el mensaje hace algunas horas, por lo que lamento tu perdida —indicó sin mostrar el más mínimo rastro de pena por él.

—Mientes. Ellos… ellos me dijeron que… —antes de poder terminar, Seitán lo interrumpió.

—Cuando nosotros llegamos, ellos ya lo habían ejecutado; lo lamento —volvió a repetir la peliblanca.

—¡No! ¡No! ¡Entonces nada de lo que hice sirvió para algo! —Lidciel, abrumado, se agarró la cabeza con ambas manos, mientras Lena, quien se limitó a observar todo desde hace rato muy molesta, ya no pudo aguantarse lo que tenía atravesado en la garganta, de modo que lo confrontó.

—¡No sólo traicionaste a tu padre, sino que también, dejaste que su reino muriera! —le gruñó.

—¡Tú qué sabes sobre lo que es mantener un reino! ¡Así que cállate mocosa! —la insultó sacado, pero Lena, airada, lo agarró de la ropa y lo zarandeó.

—¡Un príncipe debe ser honorable y valiente! ¡Debe ser el ejemplo a seguir para su gente, y tú has decepcionado a todos los que te quedaban aún por proteger! —le dijo, a lo que el muchacho, ahogado todavía por el dolor, miró a sus alrededores, notando las caras de decepción de los que alguna vez fueron su responsabilidad—. ¡Ahora no eres más que una deshonra para todos!




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