“A veces, el fuego que te impulsa a ganar… es el mismo que puede destruirte.”
Ciudad Eclipse, un pequeño pueblo a las afueras de Nueva York, vivía aquella tarde bajo una lluvia fina y persistente.
Dentro del gimnasio municipal, el sonido de los golpes contra los sacos de boxeo se mezclaba con el eco metálico de las pesas y los gritos de esfuerzo.
Era el templo donde se forjaban los sueños… y también las frustraciones.
Entre todos los estudiantes, una figura destacaba.
Lyra Washington, diecinueve años, mirada firme, cabello negro atado en una coleta y una vincha del mismo color rodeando su frente.
Su fuerza no venía solo de sus músculos, sino de una mezcla peligrosa de orgullo, rabia y disciplina.
Mike O’Niell, el entrenador, caminaba entre los alumnos con las manos cruzadas detrás de la espalda.
—En dos semanas es el campeonato nacional. Quiero que todos den el máximo.
Su voz retumbó en el gimnasio, grave y poderosa.
Lyra lanzó un último golpe al saco. El impacto fue tan fuerte que el soporte metálico se estremeció.
Uno de los muchachos que entrenaba con ella retrocedió un paso, asustado.
—Tranquila, Lyra —murmuró Mike acercándose—.
No estás peleando con tus demonios, estás entrenando.
Ella lo miró sin pestañear, la respiración agitada.
—Si no golpeo así aquí, ¿cómo voy a ganar allá afuera?
El entrenador suspiró.
—Si no aprendes a contenerte, podrías lastimar a alguien.
Y no quiero tragedias en mi gimnasio.
Aquellas palabras fueron como una chispa sobre gasolina.
Lyra apretó los puños y apartó la mirada, sintiendo cómo el calor de la rabia le subía por el pecho.
Sin decir nada, se quitó los guantes, los arrojó al suelo y salió rumbo al vestuario.
Dentro del vestidor, el aire era pesado, cargado del olor a sudor y desinfectante.
Lyra golpeó una de las taquillas metálicas.
El sonido metálico rebotó por todo el lugar, haciendo eco de su frustración.
—¿Controlarme? —susurró con voz temblorosa—.
¿Desde cuándo contenerse es ganar?
Una lágrima, pequeña pero sincera, le cayó por la mejilla.
La limpió de inmediato, furiosa consigo misma.
En ese momento, la puerta se abrió.
Robert Washington, su padre, entró con paso firme.
Era un hombre grande, exluchador profesional, con el rostro marcado por los años y las derrotas.
—¿Otra vez discutiendo con O’Niell? —preguntó con tono de resignación.
Lyra lo miró de reojo.
—Dice que soy peligrosa. Que si no me contengo, puedo lastimar a alguien.
Robert soltó una risa amarga.
—Eso mismo le decían a los campeones.
Hija, la fuerza no es algo que debas temer. Solo tienes que dirigirla al lugar correcto.
Lyra respiró hondo.
En el fondo, admiraba a su padre más de lo que admitía.
—Entonces no voy a fallar. No después de todo esto.
El hombre asintió y le revolvió el cabello.
—Eso quiero oír. Tu madre y yo creemos en ti.
Pero recuerda: el respeto se gana con honor, no solo con victorias.
Dos días después, el gimnasio se llenó más que nunca.
Había llegado el día del torneo nacional que definiría al representante de Estados Unidos para el Campeonato Mundial Juvenil de Artes Marciales Mixtas.
Solo uno viajaría a representar al país.
Mike O’Niell reunió a todos los participantes al centro del ring improvisado.
—El ganador de hoy será quien lleve la bandera de Estados Unidos.
Este no es solo un torneo… es una prueba de carácter.
Lyra no necesitaba motivación extra.
Ya estaba lista.
Su mirada era fuego puro.
El primer combate fue rápido.
Su rival, un chico de veinte años, apenas logró resistir treinta segundos antes de caer.
El segundo duró un minuto.
El tercero, apenas veinte segundos más.
Uno a uno, todos fueron cayendo ante la velocidad y la precisión de Lyra.
Su cuerpo se movía como una máquina, cada golpe un acto de perfección violenta.
Desde las gradas, sus padres la miraban con orgullo.
Madison Washington, su madre, apretaba las manos con nerviosismo mientras sonreía.
A su lado, Rose Miller, la mejor amiga de Lyra, aplaudía con emoción.
Cuando el último contrincante cayó al suelo, Mike levantó la mano de Lyra.
—¡Tenemos representante! ¡Lyra Washington, campeona nacional y representante de Estados Unidos!
El público estalló en aplausos.
Las cámaras de los periodistas locales capturaron el momento.
Era histórico: por primera vez, alguien de Ciudad Eclipse representaría al país.
Lyra sonrió apenas, levantando el puño al aire.
En su mirada se mezclaban orgullo… y una sombra.
Porque aunque el mundo veía una campeona,
ella sentía que algo dentro de sí comenzaba a resquebrajarse.
Ese día, Lyra Washington no solo ganó un torneo… también despertó al monstruo que había intentado mantener dormido.”